Hermano Francisco

domingo, 17 de enero de 2016 · 13:10

Al pueblo de Ayotzinapa

MÉXICO, DF (Proceso).- Las tensiones, contradicciones y la violencia han caracterizado en los últimos tiempos a las sociedades contemporáneas. La mexicana no ha sido excepción; antes al contrario, se ha visto abrumada por ese estado de cosas, que la han conducido a un aturdimiento. Situaciones como éstas han quedado sintetizadas en la poesía, algunas veces de manera explícita y otras mediante símiles y metáforas. Ante este escenario, la conducción pastoral debería también constituirse en un bálsamo que atemperara las condiciones lacerantes a las que ha sido expuesta la sociedad. El poema Los motivos del lobo, de Rubén Darío, fue publicado por primera ocasión en el número 32 (diciembre, 1913) de la revista Mundial Magazine (1911-1914), que dirigió el propio escritor en París. Este trabajo tiene su antecedente en la obra Actus beati Francisci et sociorum eius; de autor anónimo y compilada posteriormente por Jacques de Massa (fray Hugolin de Montegiorgio), fue traducida en el siglo XIV por un oscuro fraile sienés bajo el título Florecillas de San Francisco (Capítulo XXI). El poema recoge una vieja leyenda según la cual Francisco de Asís liberó a la ciudad italiana de Gubbio de un temido lobo, cuya imagen quedó así vinculada irremisiblemente a la del propio místico. En la práctica jurídica de la Edad Media, este predador se asociaba al arquetipo herético, que se encontraba fuera de la ley. En las Florecillas se recurre al cánido para construir una parábola que expresa la concepción franciscana de que todos los seres humanos merecen justicia (Paul Sabatier 1858-1929).
El varón que tiene corazón de lis alma de Querube, lengua celestial, el mínimo y dulce Francisco de Asís está con un rudo y torvo animal, bestia temerosa, de sangre y de robo las fauces de furia, los ojos de mal: el lobo de Gubbia, el terrible lobo rabioso, ha asolado los alrededores; cruel ha deshecho todos los rebaños devoró corderos, devoró pastores, y son incontables sus muertes y daños.
La lectura del poema, enormemente popular en América Latina, ha provocado múltiples interpretaciones desde muy diversos ángulos, aunque el presente ensayo está muy lejos de agregar una más. Lo que sí busca es analizar si ha trascendido su época y si el veredicto del tiempo le ha sido favorable. Para ello resulta importante situarlo en nuestro ciclo histórico. Máximo exponente del modernismo en Hispanoamérica, Darío fue enviado por el gobierno de Nicaragua para participar en su nombre en las fiestas del primer centenario de la independencia mexicana. Proveniente de Europa y luego de una escala en Cuba, llegó a Veracruz el 4 de septiembre de 1910. En lo que se significaría como un acto ominoso para el Estado mexicano, Porfirio Díaz lo declaró “huésped de honor” pero le impidió trasladarse a la capital del país en su calidad de representante gubernamental. La presencia de Rubén Darío resultaba incómoda por la relación del autócrata con Estados Unidos. Para complacer a Washington, Díaz ordenó a Justo Sierra y a Amado Nervo ejecutar el abyecto plan, pese a las protestas populares que se realizaron en la Ciudad de México y en Veracruz en solidaridad con el poeta. Ante esta ofensa, el autor de la oda A Roosevelt optó por emprender el regreso (Genaro García, Crónica Oficial de las Fiestas del Centenario de la Independencia de México). Los motivos del lobo está escrito en dodecasílabos, pero oscila con suavidad a decasílabos alternados con heptasílabos, hexasílabos y pentasílabos de rima consonante (Ana María López). El tema es la domesticación del cánido salvaje por Francisco. Darío construye el poema mediante el recurso de la interlocución entre Francisco y el lobo, cuyo fondo está muy lejos de resolverse en una dicotomía maniquea entre el bien y el mal. Francisco ofrece la sumisión como un revulsivo a la violencia de la fiera que tiene su razón de ser en el imperativo natural de la sobrevivencia.
¡Es duro el invierno, y es horrible el hambre! En el bosque helado no hallé qué comer; y busqué el ganado, y en veces comí ganado y pastor.
Del movimiento modernista Octavio Paz sostuvo: “El amor a la modernidad no es culto a la moda: es voluntad de participación en una plenitud histórica hasta entonces negada a los hispanoamericanos”, e Iván Schulman concluyó que en el modernismo el poeta se debatía entre el refinamiento estético y los valores materialistas de su entorno (El proyecto inconcluso: la vigencia del modernismo). La cuestión social En el citado poema, el planteamiento social dariano es claro: la legitimación de la violencia como una alternativa al orden preestablecido. En su fondo, el texto discurre en torno a un sistema social excluyente, regido por valores relativos cuya inobservancia resulta explicable y en el que la vesania resulta ser “más siempre mejor que esa mala gente”. Quizá Francisco de Asís se reconociera en la reciente encíclica papal Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, emitida en mayo de 2015, en la que se previene acerca de la violencia que existe en el corazón humano; reflexión que coincide con el aserto del poema cuando el seráfico monje sostiene en la voz dariana que en el ser humano existe “mala levadura”. Mejor aún, el poema se reconocería en la exhortación postsinodal Evangelii gaudium, que recuerda claramente la teología del pueblo –versión argentina de la teología de la liberación desarrollada entre otros por Lucio Gera, Rafael Tello y Justino O’Farrell. Dicho exhorto sentencia de manera contundente que son las condiciones sociales las que engendran las turbulencias populares y desatan la violencia entre los individuos y los pueblos pobres. En sistemas sociales altamente estratificados, la inequidad, que se manifiesta en falta de oportunidades para las personas, es el germen de la violencia social.
Es a ésta y no a otra violencia a la que refiere el poema dariano. Mas empecé a ver que en todas las casas estaban la Envidia, la Saña, la Ira, y en todos los rostros ardían las brasas de odio, de lujuria, de infamia y mentira. Hermanos a hermanos hacían la guerra, perdían los débiles, ganaban los malos, hembra y macho eran como perro y perra
Más aún, el poema remite a la ineficacia de la resignación como noción social operativa en la preservación del status quo. La tesis de la resignación encuentra su forma sublime en la elegía Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (1440-1479). Non tengamos tiempo ya en esta vida mesquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; e consiento en mi morir con voluntad plazentera, clara e pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura. (Copla XXXVIII) El eje central de esta tesis era la sumisión y la obediencia; pero muchos fueron los autores que desde muy diversas ópticas dieron cuenta de su inutilidad. Honoré de Balzac, en el capítulo tercero (“Eva y David”) de Las ilusiones perdidas (1843) califica a la resignación como un suicidio cotidiano, en tanto que Simone de Beauvoir, ya en el siglo XX, sostuvo que no hay virtud más triste que la resignación, ya que transforma en fantasmas los sueños contingentes y los proyectos que se habrían construido inicialmente como expresiones de libertad. En la última parte del siglo XX el desarrollo de las ciencias sociales, especialmente en el terreno de la antropología, permeó en todos los ámbitos y obligó a cambiar la orientación del discurso de la resignación para que la cuestión social ocupara un lugar preponderante. Resulta ahora también imposible ignorar la narrativa laica de los derechos humanos, erigida como retórica humanista en el crepúsculo del siglo XX y el umbral del XXI, y en cuyo centro de gravedad se encuentra la dignidad del ser humano. Ciertamente la indignación y la paciencia son conductas con un alto contenido ideológico, pero no constituyen nociones operativas que contribuyan a dar satisfacción a las legítimas reivindicaciones sociales de nuestro tiempo. La in umisión en el caso mexicano A pesar de la institucionalización de los reclamos sociales relativos a las transgresiones de los derechos humanos lograda mediante reformas constitucionales y la jurisdicción omnicomprensiva –de gran relevancia en el Poder Judicial federal, específicamente en la Suprema Corte de Justicia de la Nación–, la emergencia de diversas expresiones revela las fuertes tensiones en el orden social mexicano. A la ominosa muerte de la religiosa dominica Digna Ochoa, antigua colaboradora del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, su inconformidad social, sus denuncias y protestas se han reproducido prácticamente en todo el país. Las comunidades indígenas no han sido excepción. Las labores sinodales de Raúl Vera, sucesor de la obra pastoral de Samuel Ruiz especialmente en la región chiapaneca, son la clara respuesta a un sistema social excluyente. Otro de los casos emblemáticos lo constituye el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, uno de cuyos principales animadores fue el poeta Javier Sicilia, el cual se significa darle voz y un campo de acción en la sociedad mexicana a las víctimas de la violencia. En el místico Sicilia –vinculado estrechamente a Iván Ilich desde que en la década de los sesenta el pensador austriaco fundó el Centro Intercultural de Documentación (Cidoc) en Cuernavaca–, la espontánea formación de su movimiento está muy lejos de ser un acto aislado, pues ya con anterioridad Sicilia había inaugurado debates trascendentes, primero en la revista Ixtus (1994-2007) y posteriormente en la revista Conspiratio (2011-2012). También, desde luego, uno de los aspectos relevantes de la narrativa de los derechos humanos, por su carácter ecuménico, es el alusivo a la teología feminista, que desde diversas perspectivas religiosas trata de variar la lectura patriarcal y kiriarcal de los textos religiosos (Carlos Mendoza-Álvarez). El kiriarcado, neologismo acuñado por Elisabeth Schussler Fiorenza (But She Said: Feminist Practices of Bibilical Interpretation,1992), alude a una compleja red de opresiones y privilegios que se refuerzan unos a otros; con él se busca describir el marco de sistemas de dominación y subordinación, contexto en el que el patriarcado se limita a expresar estructuras de sometimiento múltiple y relacional. Las nuevas tesis antropológicas han demostrado cómo en la inculturación religiosa los militantes de cualquier religión incorporan sus creencias inculturadas de acuerdo con los valores y sistemas culturales que les son propios. Este enfoque permite una mejor comprensión de los fenómenos sociales de nuestro tiempo. La conclusión de Rubén Darío en Los motivos del lobo es lacónica, pero de alto contenido pastoral:
Déjame en el monte, déjame en el risco, déjame existir en mi libertad, vete a tu convento, hermano Francisco, sigue tu camino y tu santidad.
________________________________ *Doctor en derecho por la Universidad Panthéon-Assas.

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