'Aclarando postura”

martes, 19 de enero de 2016 · 21:30
MEXICO, DF (apro).- Confundidos vivientes: servidor escribe la presente en un aniversario más de su muerte, ocurrida el 14 de enero de 1753. ¿Motivo?, el expresarles mi disconformidad por el desarrollo e interpretación de mi filosofía, la del yo, en esos sus días. Como no ignoran, y por si lo han olvidado servidor se los recuerda. De inicio, tenemos que en mis días sobre la Tierra reinaba entre los filósofos el llamado empirismo, corriente del pensar que sostenía que la fuente del conocer y del saber está en la materia y es producto de la observación y la experiencia y por las cuales es posible llegar a la realidad de la individualidad de las cosas, y que incluso la conciencia, el espíritu y el alma tienen su origen en la materia. A servidor, dicha corriente del pensar que, perdonen la repetición, afirma la materialidad del mundo y de que todo, incluso el pensar, la conciencia, el alma tienen su origen, se deben y se pueden explicar por la materia, inquietaban en grado sumo, por lo cual, convencido de que tal filosofía promovía todos los argumentos impíos del ateísmo y de la negación de la religión y convencido, repito, de que el materialismo ha sido siempre y sigue siendo el gran amigo de los ateos y de que todos sus monstruosos sistemas necesariamente dependen de él, convencido igualmente de que apartada esa piedra angular todo el edificio se derrumbaría, es por lo que, para poner a salvo de los errores del materialismo al orden metafísico y moral, escogí un medio muy seguro para librarme del mismo: el de negar la existencia de la materia, afirmando, asegurando que no existía un cuerpo corpóreo, material, que lo que nos parece tal es pura ilusión, que sólo existen espíritus donde hay esas representaciones, a las cuales atribuimos sin fundamento existencias de objetos reales. Temeroso de que este pensar, el que existir significa percibir sensaciones o ser percibido por medio de ellas, y si no es así no se existe, puede desviar a algunas cabezas poco fuertes al peligroso solipsismo, es decir, a reconocer como única realidad al sujeto (al yo) que discurre sobre el mundo, insistí en que no hay que olvidar y tener muy presente que Dios es el creador de las almas, los espíritus de toda humana criatura, los medios sensibles y poderosos, por divinos, capaces de dar forma a todas las sensaciones que se perciben. Estos pensares de servidor, que no en poca medida confirman el concepto de la idea de Platón, influyeron en otros filósofos posteriores, como Kant, Bolzano, Hegel, Saftesbury, Avenarius, por ejemplo, a veces con fidelidad a mis conceptos y, en ocasiones, rectificándolos, lo que les acercaba peligrosamente al solipsismo, pero habría que esperar a esos sus días, confundidos lectores, del llamado posmodernismo, días en los que el relativismo (único absoluto que se admite y se respeta) curiosamente, a la vez que propicia y fomenta la duda, cuando no la muerte, de tantos valores tradicionales (Dios, religión, las virtudes emanadas de esas creencias: el amor al prójimo, la bondad, la compasión, la caridad, etcétera) abre de par en par las puertas a la posibilidad de todo, oportunidad que ha sido aprovechada por los partidarios del peligroso, por ambiguo, del solipsismo. Lo que es lógico, ya que cuando la confianza, la fe en las verdades tradicionales de Dios, patria, autoridades instituidas se pierden, como les sucede a ustedes, confusos vivientes, se producen crisis de identidad, de pertenencia, de seguridad en las circunstancias que le toca vivir, al humano no le queda más que agarrarse con desesperación a la única tabla de salvación que le queda, su yo, y si para no ahogarse, tiene la desgracia de, por necesidad, cometer acciones indebidas, contrarias a lo que Dios manda, a la moral, lo hará; eso lo comprendo, aunque no lo justifique, pero lo que no entiendo ni me explico es eso de que su yoísmo llegue a los excesos del narcisismo, al punto de considerar como centro de referencia el propio punto de vista y los propios intereses, anteponiéndolos a los ajenos, aunque con ello acarree perjuicios a los demás y, por añadidura, hecho que me subleva, hagan una conversación perversa de ese su yoísmo, que en vez de verlo como lo que es, una falta de virtud, como mala conducta que corrompe doctrinas y se aparta de lo recto y justo, de lo que debe hacerse, celebran su yo egoísta lo exaltan y hasta publicitan como virtud positiva, dizque por ser una victoria sobre los absolutos, que los incitaban a sacrificarse a morir por la patria, al querer cambiar al mundo, por ejemplo. Muy bien. Ante esas afirmaciones, confundidos vivientes, servidor pregunta: si es así, ¿por qué ustedes están tan desencantados, se sienten tan frustrados y tienen tanto miedo en su vivir? Con la cálida y sincera compasión de su servidor. George Berkeley

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