Las palabras del Papa

viernes, 26 de febrero de 2016 · 12:37
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La visita del Papa a México ha creado un momento singular en la vida política nacional. El descontento y la indignación, que caracterizan el ánimo de gran parte de la ciudadanía en los últimos tiempos, abrieron un paréntesis para la esperanza, la algarabía y la curiosidad. No se prolongó mucho tiempo. La manipulación evidente de la visita por parte de los dirigentes políticos de todo signo, así como la cobertura agobiante de sus actividades por parte de Televisa y los canales oficiales, obligaron a voltear la vista. A punto de terminar el gran espectáculo en el que participaron activamente la pareja presidencial, los gobernadores y los diversos secretarios de Estado que acompañaron constantemente al Papa, llega el momento de la reflexión. ¿Hasta dónde se mantuvieron las expectativas sobre el Papa del cambio y el compromiso social? ¿Cuál es el peso de sus palabras sobre la realidad que desea cambiar? La respuesta a las preguntas anteriores es variable. Sin duda, el itinerario que se fijó para la visita tenía un alto valor simbólico. Acudir a los barrios marginados de la Ciudad de México, a los estados más pobres y notorios por los problemas de violencia, o a la frontera entre México y los Estados Unidos conlleva, en sÍ, un menaje poderoso. El impacto se registró bien en los titulares de la prensa internacional, que consistentemente llamaron la atención sobre los dramáticos problemas sociales que existen en los sitios visitados. Los discursos pronunciados, el acento y los matices con que se refirió a diversos temas, los personajes a los que prestó atención y a los que ignoró, los gestos de afecto que reiteró o las distancias que mantuvo ante problemas tan ardientes como Ayotzinapa son otra cosa. Nos hablan de un Papa que pisa suave cuando se trata de acusar, se acoge a la retórica pastoral llena de metáforas y alusiones indirectas, al gesto paternalista reiterado. En breve, no es una persona que utilice la oratoria guerrera, sino alguien que busca cuidadosamente el equilibrio. Su visita no pone en duda su posición a favor de una Iglesia que se comprometa con la paz y las causas de los pobres y los marginados. Pero tampoco permite asegurar que estaría dispuesto al combate abierto con los hombres del poder. Situación comprensible si se toma en cuenta las batallas tan difíciles que debe dar al interior mismo del Vaticano. Los efectos de las palabras del Papa Francisco serán evidentes en el asunto de la jerarquía eclesiástica mexicana. Particularmente interesante fue el discurso pronunciado en la Catedral Metropolitana ante cardenales, arzobispos y obispos. Hubo allí llamadas de atención, poco comunes, cuyo objetivo principal fue, por una parte, condenar a quienes se acogen a los privilegios que concede el buen entendimiento con las élites políticas y económicas (más de uno se debe haber sentido directamente aludido); por la otra, pedir un acercamiento verdadero al pueblo y sus necesidades. La renovación de la jerarquía eclesiástica en México se hará sentir muy pronto. Los actuales jerarcas fueron designados, en su mayoría, por Juan Pablo II bajo la influencia del nuncio Prigione, de acuerdo con la visión del momento histórico que se vivía y el papel que se deseaba asignar a la Iglesia católica en México. Se avecinan importantes cambios. El más visible es el del arzobispo primado de México, monseñor Norberto Rivera, quien presentará su renuncia tan pronto como el año próximo. Vienen nuevos nombramientos en Hermosillo, Oaxaca, Torreón y Tijuana, entre otros. ¿Veremos consolidarse en México una Iglesia de pastores y no de príncipes? Otro ámbito donde la influencia del Papa puede ser definitiva es la formulación de encíclicas que ofrezcan nueva normatividad al comportamiento de las Iglesias, o modifiquen algunas de las normas ya existentes. Durante los tres años que lleva en el Vaticano, Francisco sólo ha publicado una: Laudato Si’, dirigida a elevar la toma de conciencia y multiplicar las acciones para combatir el cambio climático. Un documento altamente positivo, pero no suficiente. Las mujeres y los jóvenes esperan más de una Iglesia que se pronuncia por el cambio. Por ejemplo, persiste un machismo de otras épocas cuando se habla de “combatir como hombres” o cuando se ignoran estadísticas muy rigurosas que informan del elevado número de familias encabezadas por mujeres solas. Ante esos datos, el discurso pronunciado en Tuxtla Gutiérrez relativo al valor de la familia no fue un paso hacia la modernidad. Por lo contrario, resultó marcadamente conservador. El cambio se anhela también en las encíclicas que condenan el uso del condón, tan necesario en regiones asoladas por el sida, o en la oposición generalizada al aborto, aun en circunstancias en que pueden desencadenarse malformaciones en el feto como resultado de epidemias recién diagnosticadas como el zika. ¿Podría esperarse un cambio en tales normas bajo el papado de Francisco? La visita termina con uno de los actos más simbólicos, la gran misa a unos metros de la frontera con Estados Unidos, organizada conjuntamente con el obispo de El Paso. Las posiciones progresistas de Francisco en contra de las fronteras que se convierten en “monumentos de exclusión” y a favor de la misericordia y el apoyo a los migrantes son conocidas. Desafortunadamente, son palabras que se topan con una pared de irracionalidad y xenofobia que recorre ahora al Partido Republicano y sus seguidores en los Estados Unidos. Un dato lo ilustra bien: una encuesta del comportamiento electoral de los católicos en ese país indica que 54% votaría a favor de Donald Trump como presidente. En tales circunstancias, las palabras del Papa, por correctas que sean, no pueden incidir sobre la realidad. Sus palabras son un elemento más en el complejo juego de intereses, ambiciones y valores contradictorios que conducen las relaciones entre hombres y pueblos. En ese juego, lo que se espera del Papa Francisco es que movilice conciencias de manera más directa, más intensa, más decidida de lo que se vio durante su estancia en México.

Comentarios