CDMX: Un gentilicio para una ciudad-estado

miércoles, 9 de marzo de 2016 · 11:10
Entrevistado hace un par de semanas con motivo del homenaje a su maestro, el historiador Miguel León-Portilla, el investigador universitario y nahuatlato de origen francés aborda en este artículo escrito para Proceso los orígenes de los sitios y nombres de la recién decretada Ciudad de México y sobre cuál podría ser la denominación aplicable a sus nativos. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Numerosos son los atributos y rasgos carismáticos que confieren una identidad a una colectividad y la distinguen de otras. Entre éstos figuran sin duda el lugar que habitan los individuos que la componen, ya sea una urbe o un país, y la lengua que hablan o la forma particular de expresarla. El nombre del lugar o topónimo determina generalmente el gentilicio correspondiente a los que ahí viven. El gentilicio es frecuentemente la derivación gramatical del topónimo, al cual se añaden a veces apodos con matices diversos que complementan la denominación oficial. Tomemos tan sólo como ejemplo los habitantes de Mexicali, cuyo gentilicio oficialmente reconocido es mexicalenses, pero quienes se autoidentifican como “cachanillas”, nombre de la planta aromática que crece en la región. Sin llegar a alturas ontológicas, podemos decir que el atributo gentilicio del verbo ser, en términos de pertenencia a una colectividad, tiene un valor esencialmente identitario. El caso de la Ciudad de México es particular, ya que no sólo el gentilicio de los habitantes sino también el nombre mismo de la urbe han sido objeto de disensiones y divergencias por ser también el nombre de la nación que la entraña. Hoy, en un momento en que el estatuto jurídico de la capital del país está cambiando, cuando el distrito (anónimamente) federal está a punto de convertirse en un estado, el nombre de la ciudad y el apelativo genérico de sus residentes se vuelven más significativos. México: la ciudad y el país México, como país, se arraiga en la Ciudad de México como el tunal donde se posó el águila in illo tempore en la tierra lodosa de una isla y en el corazón de Cópil. La homonimia entre la patria y la ciudad, si bien genera una ambigüedad en ciertos contextos, tiene una razón histórica de ser. México fue antes que nada la ciudad-nación de los mexicas, situada en el corazón lacustre del Valle de Anáhuac. El ojo de agua (mexco) que estaba al pie de un tunal (tenochtli) fue la dimensión hierofánica (manifestación de lo sagrado) en la que se sumergió Axoloa y donde se le apareció Tlaloc, quien le reveló que ahí reinaría él “con su hijo Huitzilopochtli” (Códice Aubin, fols. 24v-25r). El águila que se posó sobre el tunal completó la gesta fundacional de lo que sería México-Tenochtitlan. Es asimismo en este lugar que se implantó el orden socio-político colonial después de la conquista. Por otra parte, si consideramos la imagen emblemática que figura, desde el 2 de noviembre de 1821, en el centro del lábaro patrio, así como la ilustración de una versión de 1824 de la Constitución, resulta claro que la nación mexicana independiente buscó en un mítico pasado prehispánico un arraigo y una legitimidad que le conferían los pueblos originarios del Valle de Anáhuac, y más específicamente la fundación de la ciudad-nación indígena epónima (persona o lugar que da nombre a un pueblo). El águila posada sobre un tunal (o un nopal) es el axis mundi (eje del mundo) en torno al cual se edificó México-Tenochtitlan y que reivindicaron los insurgentes vencedores una vez que se consumó la independencia. En términos onomásticos, cada una de las partes constitutivas del binomio México-Tenochtitlan se utilizó para referirse a la metrópoli indígena. Cortés en sus Cartas de relación habla de Temixtitán (Tenochtitlan), o de México, pero el vocablo Tenochtitlán se desprendió pronto de la primera parte del binomio para dejar México como nombre usual de la ciudad. En este contexto, es interesante recordar que, en la batalla de Xoconochnopaltitlan (1428), insigne victoria de Itzcoatl sobre los tepanecas de Azcapotzalco –que tuvo como consecuencia la emancipación de los mexicas–, las voces “México, México…” (Durán II, p. 81) fueron proferidas por los combatientes, con un fin mágico pero también quizás como gritos de independencia. Aunque para los indígenas México era únicamente la nación mexica, durante el periodo colonial españoles y mestizos comenzaron a aplicar el nombre de la ciudad a un país en plena expansión geográfica, mediante una especie de centrifugación toponímica. Hoy, al pasar México, como ciudad, a Ciudad de México (con “c” mayúscula) el país se distingue más claramente de su capital epónima, limando asimismo asperezas onomásticas. Gentilicios y apodos El gentilicio mexica correspondiente a los moradores de la ciudad-nación indígena se fue castellanizando como “mexicanos” desde los primeros años de la Colonia, a la vez que se aplicaba progresivamente a los habitantes del país, a medida que éste se iba conformando, generando asimismo una ambigüedad apelativa que se dirimía mediante precisiones perifrásticas o indirectas. De manera más reciente, los habitantes de la Ciudad de México, hoy Ciudad de México, han sido llamados de distintas maneras. El vocablo “mexiqueño” registrado por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (y nunca avalado por la Academia Mexicana de la Lengua) no tuvo éxito. El término “chilango”, además de tener matices peyorativos, es más un apodo que un gentilicio, por lo que tampoco llegó a referir de manera oficial a los moradores de la ciudad de México. “Defeño” aludía de manera más precisa a los habitantes del Distrito Federal, pero con la desaparición de la entidad geopolítica esta apelación resulta obsoleta. ¿Cuál es entonces el gentilicio que podría corresponder a los habitantes de la capital del país en este nuevo contexto? Mexicano capitalino Las comisiones de Consultas y Lexicografía de la Academia Mexicana de la Lengua estudian el caso y consideran que los vocablos “chilango”, “defeño” y “mexiqueño” tienen que ser descartados por distintas razones, plenamente sustentadas. Con base en la filiación histórica de la ciudad con la nación, se sugiere, tentativamente, que el término “mexicano” que designa genéricamente a las personas con la nacionalidad correspondiente podría ser también un gentilicio que remitiera los moradores de la Ciudad de México así como a todo lo relacionado con ella. Para despejar la ambigüedad, se propone añadir el epíteto “capitalino” a “mexicano” de manera sistemática, o a discreción, cuando sea necesario. Mexicapitalino El binomio “mexicano capitalino”, si bien es preciso, al mantener separados sus componentes no tiene el valor sintéticamente emblemático de un apelativo con carácter genérico. Una forma más entrañablemente gentilicia se podría derivar, sin embargo, de esta locución nominal dando mexicapitalino, fusión de dos términos en una entidad léxica. Mexicalino El gentilicio mexicapitalino, además de ser algo extenso, mantiene la palabra-concepto “capitalino” de manera transparente en el término. El hecho de que la ciudad-Estado sea también la capital del país no debe reflejarse de manera tan flagrante en el gentilicio, por lo que proponemos una fusión aún más sintética de los componentes que diluya una locución que podría ser superlativa. La palabra gentilicia resultante sería mexicalino, vocablo obtenido a partir de mexicapitalino mediante la exclusión de dos sílabas. En términos semánticos, el gentilicio náhuatl mexica correspondiente a la etnia indígena que dio su nombre a la ciudad, en tiempos prehispánicos, permanece intacto en la palabra. En cuanto a lino, alude de manera intencionalmente difusa al adjetivo “(capita)lino”. Por otra parte, se percibe, en el palimpsesto de la palabra, el radical cal de calli “casa” en náhuatl o la sílaba ca de “capital”. En términos fonéticos, la secuencia sonora es eufónica, agradable. Contiene cuatro de las cinco vocales del alfabeto español. Se pronuncia [mejicalino] con una fricativa glotal sorda para la “x”. Se puede pronunciar también a la manera náhuatl: [meshicalino], con una fricativa palatal sorda. Es cromática, por el color de sus cuatro vocales, y además aterciopelada, líquida (por la “l” y la “i”). La proximidad fonética de Mexicali, ciudad norteña cuyo gentilicio oficial es, como ya lo expresamos, “mexicalense” (y de manera más coloquial pero más usual: “cachanilla”) podría ser un obstáculo, ya que el sufijo no puede tener en español un valor gentilicio. Sin embargo, con el uso, el término mexicalino se volvería arbitrario, borrando asimismo, con el tiempo, las huellas sonoras de una semejanza parásita. La composición del gentilicio mexicalino que propongo para los habitantes de la Ciudad de México, puede parecer algo artificial. Sin embargo, si consideramos que tanto Mexicali: Méxi(co) y Cali(fornia), como la ciudad del otro lado de la frontera, Calexico: Cal(ifornia) y (M)éxico, son montajes silábico-léxicos, el neologismo gentilicio mexicalino podría ser viable. Faltaría el consenso de los mexicanos: los de la capital y los del país.

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