Nubarrones sobre América Latina

sábado, 4 de junio de 2016 · 10:30

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Esta semana tuvieron lugar varios acontecimientos de signo distinto que profundizan las enormes incertidumbres sobre el futuro de América Latina. La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) celebró su trigésimo sexto periodo de sesiones en México. El documento titulado Horizontes 2030: la igualdad en el centro del desarrollo sostenible fue el eje de los debates.

Siguiendo la línea de pensamiento que ha caracterizado los trabajos de esa institución desde hace varios años, la CEPAL coloca la igualdad en el centro de sus preocupaciones; pero esta vez encuentra el camino para enfrentarla vinculándola con un crecimiento económico sustentable, es decir que proteja el medio ambiente.

El sistema actual de desarrollo en América Latina es insostenible, señala el documento, porque descansa sobre tres grandes desequilibrios: la tendencia recesiva de la economía internacional, el aumento de la desigualdad y el deterioro ambiental. Lejos de dejarse intimidar por tales circunstancias, la CEPAL reacciona con mirada optimista viendo semejante situación como una oportunidad para relanzar el crecimiento, pero de otra manera.

Va más allá de este comentario detenerse en los diversos aspectos estudiados en el documento mencionado. El objetivo es otro: contrastar la dimensión de los problemas de América Latina y sus posibles soluciones, tal como los ve una de las instituciones más prestigiadas para el análisis de los problemas económicos de la región, con la realidad política que atraviesa el continente. Una serie de circunstancias se han combinado para desencadenar crisis políticas, no necesariamente homogéneas en sus orígenes y consecuencias, pero sí muy profundas, cuya coincidencia conforma un cuadro verdaderamente abrumador.

En estos momentos, la región aparece más dividida que nunca, carente de liderazgos respetables, desilusionada de procesos democráticos inacabados, sin avances sustantivos en la lucha contra la pobreza, sin capacidades endógenas en materia de ciencia y tecnología, ahogada en la corrupción, atrasada, violenta. Desde que los años de bienestar económico, alentado por los precios altos de las materias primas, llegaron a su fin en 2013, tales son los rasgos predominantes en la mayoría de países de la región.

El caso más extremo es Venezuela. El país se encuentra al borde del abismo. Las posibilidades de una transición institucional que permitan el reemplazo indispensable de Nicolás Maduro y la lenta reconstrucción de la economía y el tejido social se están cerrando. Lo indeseable, pero muy posible, es un estallido social que conlleve derramamiento de sangre, con efectos regionales difíciles de prever. Los factores externos no han tenido hasta ahora campo de maniobra. No parece útil apelar a la Carta Democrática Interamericana para decidir la expulsión de Venezuela de la OEA. Mucha inversión en negociaciones diplomáticas con resultados magros. La acción colectiva de los países latinoamericanos se topa con la insuficiencia de los procedimientos existentes.

Algunos comentaristas de cuestiones latinoamericanas utilizan, de manera sesgada, el caso de Venezuela para enjuiciar o evaluar a los gobiernos de izquierda que se han debilitado, como el de Evo Morales en Bolivia, que perdió el referéndum para asegurar su reelección más allá de 2020, o se encuentran bajo juicio político, como Dilma Rousseff, en Brasil. De allí se pasa a decretar el fin de una etapa en América Latina dominada por líderes irresponsables de izquierda y el comienzo de otra, seguramente más razonable y promisoria, encabezada por los nuevos dirigentes conosureños identificados con posiciones conservadoras.

Difiero de esas interpretaciones. A pesar de la imposibilidad de predecir el futuro inmediato, algunas de esas crisis políticas no encuentran solución con un movimiento pendular hacia la derecha. Los problemas para el funcionamiento de las instituciones democráticas son más complejos y de mucha más difícil solución.

Por su tamaño e influencia regional, el caso de Brasil es quizá el más significativo. La suspensión provisional de la Presidenta es, sin lugar a dudas, un hecho que abre la puerta a cambios de importancia en la conducción del gobierno. Ya se advierten nuevos rumbos en materia de política económica y política exterior. Se habla ya de un “nuevo Mercosur”.

Sin embargo, lo cierto es que hay motivos para dudar que el actual gobierno de Temer pueda llegar muy lejos. De hecho, ya empezaron dimisiones en su gabinete por motivos de corrupción. Conducir el gobierno de Brasil requiere más que un cambio del ejecutivo. Como se pudo ver a través del mundo, al discutirse el juicio a Rousseff, los problemas políticos para dar estabilidad al gobierno no pueden superarse sin un cambio de fondo en la composición y funcionamiento de un Congreso en el que participan 28 partidos políticos, algunos de ellos abiertamente integrados por mercenarios encargados de arreglar triquiñuelas, de asegurar al complicidad con la corrupción. Asimismo, en ese peculiar sistema político, el Poder Judicial sí goza de independencia, haciendo posibles investigaciones, detenciones y encarcelamientos que hacen justicia, aunque ello no resuelva la solidez y estabilidad del sistema político en su conjunto, ni logre poner fin a la corrupción y al malestar social. En resumen, el porvenir de Brasil bajo una nueva dirigencia sólida, capaz de asumir los llamados de la CEPAL para relanzar el crecimiento y la búsqueda de la igualdad, supone procesos internos sociales y políticos que ahora se advierten distantes.

Otro caso donde la tormenta arrecia es el de Colombia. El largo camino hacia la paz, buscado con admirable destreza y paciencia por Santos, no logra superar los sentimientos enconados del ahora opositor Álvaro Uribe. Lejos de confiar en que se llega al punto de partida, la firma de los acuerdos de paz con las FARC amenaza con ser el comienzo de otro largo periodo de enfrentamientos, recriminaciones e inestabilidad.

Los anteriores son algunos ejemplos de los nubarrones que hoy se ciernen sobre nuestra región. Así, la posibilidad de encarar los problemas diagnosticados por la CEPAL y orientarse por las líneas de acción que ella propone no encuentran un espacio promisorio en el horizonte político que hoy por hoy domina América Latina. 

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