El kafkiano intento por ingresar a la maestría en filosofía de la UNAM

jueves, 16 de junio de 2016 · 19:34
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El 17 de junio de 2015 celebré mi cumpleaños 23 y, coincidentemente, mi examen profesional de la licenciatura en filosofía de la UNAM. Tras haber logrado salir victorioso del laberinto burocrático de la titulación, no tenía idea de que me esperaba algo aún más embrollado y fastidioso: el proceso de admisión de la maestría en filosofía. Mi plan fue aplicar a la UNAM y a algunas universidades extranjeras que consideré las más adecuadas para mí. Durante los siguientes 6 meses me preparé arduamente, ahorrando todo el dinero posible, estudiando profundamente para presentar los exámenes de idiomas requeridos, y escribiendo y perfeccionando un ensayo filosófico, derivado de mi tesis, que hiciera patente mi capacidad creativa e inquisitiva. Entre diciembre y enero envié mis solicitudes a las universidades extranjeras, gastando todo mi dinero en una apuesta por mi educación. En todas ellas el criterio principal de admisión era el ensayo filosófico, y mi estrategia fue enviar el mejor escrito posible, combinado con una muy convincente carta de motivación y excelentes cartas de recomendación. Justo entonces comenzó el proceso de admisión a la maestría en filosofía de la UNAM, el cual es muy diferente a los de las otras escuelas, pues consiste en una auténtica carrera de resistencia burocrática. La UNAM me exigió más documentos, hacer un examen de admisión, y atender una entrevista, cosas que ninguna de las universidades en el extranjero me pidió. Me registré en su sitio de internet, envié el correo electrónico que solicitaban, y esperé pacientemente el aviso de cuando sería el examen de admisión. Con una semana de anticipación me comunicaron la fecha y el tema. Me proporcionaron dos textos filosóficos distintos que no pertenecían al área de la filosofía que me interesaba, y me dijeron que el examen iba a ser sobre eso, sin ser más específicos en qué formato tendría el examen o si debía consultar bibliografía extra. El examen fue en la torre de la UNAM en Tlatelolco, en un par de salones de computación, y había -según mis cálculos- al menos 130 personas realizándolo. Mientras esperaba platiqué con varios compañeros conocidos que también lo presentarían. Repasamos las ideas principales de los textos, y al hacerlo quedé impresionado por su alto dominio del tema. Entonces pensé que ellos lo pasarían fácilmente, y que yo necesitaría hacer un gran esfuerzo para lograrlo, no obstante estaba decidido a no preocuparme tanto, y lo realicé tranquilamente. Había que responder, en menos de 3 horas, 5 preguntas sobre una sección específica de solo uno de los textos. Ya que no quedaba claro qué clase de respuestas buscaban, le pregunté a uno de los profesores si debían ser respuestas largas, como pequeños ensayos, o respuestas cortas y sintéticas; pero su instrucción fue «solo responde la pregunta», sin precisar qué querían exactamente, así que tuve que apostar al formato de respuesta que más prudente me pareció -el de respuesta sintética-, y rezar porque su criterio coincidiera con el mío. Aprobé el examen, aunque no sé exactamente cómo lo logré, pues no devuelven calificaciones ni hacen comentarios a los participantes. Casi todos mis compañeros conocidos, aquellos que yo creía que seguramente pasarían, reprobaron. Solo una de mis conocidos logró pasar. Lo siguiente fue entregar la documentación completa y sin fallas, pues ellos buscan cualquier minúsculo error para descalificar. Debía subir los documentos a dos páginas distintas de internet, y también entregarlos personalmente como fotocopias. Entre las cosas que me requirieron, y que ninguna universidad del extranjero pedía, estaban un anteproyecto de investigación y una carta de un tutor interno del posgrado declarando que acepta dirigir mi trabajo de investigación. Formulé mi anteproyecto de investigación pensando en lo que proponía en mi tesis y en mi ensayo filosófico, en aras de mostrar congruencia y constancia en mis acciones académicas. Pedí al profesor que fue mi asesor de tesis de licenciatura que revisara mi proyecto y que considerara ser mi tutor de maestría (y así lograr cumplir el requisito de la carta del tutor interno). Él accedió, y consultó con la coordinación de maestría los trámites necesarios para ser tutor. Le comunicaron que no podía serlo, pues requería tener cierto contrato de alto nivel con la universidad, y no lo tenía. Cuando me lo dijo solo pude pensar que esta política estaba hecha para evitar compromisos profesionales con los muchos profesores que tienen contratos temporales. No obstante, él me presentó a una profesora, que tenía un contrato diferente, y que accedió a ser mi tutora de maestría. Pensé que tenía todo completo, y entregué mi documentación a tiempo, a pesar de las muchas fallas técnicas de sus páginas de internet. No obstante me advirtieron inmediatamente de que ella no podía ser mi tutora, pues tampoco tenía el tipo de contrato que ellos exigían, y que debía encontrar en menos de 3 días a un tutor interno o me descalificarían. Contacté entonces a todos los profesores en su lista de tutores autorizados, con mucha urgencia y celeridad. Tuve que soportar las constantes y genéricas respuestas de rechazo, que se repartían entre «no soy la opción adecuada para tu investigación» y «no tengo tiempo de atender a otro estudiante más». Finalmente un profesor, con alto prestigio y renombre en esta institución, aceptó. El siguiente paso fue la entrevista. Me vestí de traje y me preparé mentalmente para dar la mejor impresión posible. Entré a la oficina y había un hombre, una mujer, y otra persona en videoconferencia; tres profesores que yo no conocía. Después de saludarlos cortésmente, el profesor comenzó el interrogatorio “¿Qué es epistemología para ti?”. Me asombró lo general de la pregunta, no obstante les di la respuesta más sintética y adecuada que pensé: “Es la parte de la filosofía que investiga el problema del conocimiento. Y ya que la filosofía se entiende, en su forma más general, como amor al conocimiento, la epistemología es una de las partes fundamentales”. Su silencio revelaba que no le había agradado mi respuesta. La profesora prosiguió: “Hay varias cosas que no entendemos de tus textos, en especial, no nos queda claro cómo se distingue tu posición escéptica de la del pirronismo”. Mi anteproyecto de investigación no mencionaba siquiera el pirronismo, y utilizaba el esceptismo sólo como un problema a resolver, no como mi posición ideal -que es lo que diría el pirronismo-. Les expliqué ese detalle y así concluyeron las preguntas serias de la entrevista. Entonces comenzó la cacería de brujas. “No te lo tomes personal pero... no entendemos cómo obtuviste tus cartas de recomendación ni cómo lograste convencer a tu tutor interno. Tu proyecto no tiene sentido” dijo el profesor, y la profesora continuó: “Ni tu proyecto ni tu artículo tienen estructura ni contienen argumentos. No sabes de qué estás hablando. No se entiende nada de lo que escribes”. Sus palabras me sorprendieron demasiado, pero logré mantener la calma, recordando el consejo que me dio mi asesor de licenciatura: “No te pelees con los entrevistadores”. Con mucha paciencia les pedí que me señalaran qué era lo que no entendían, y me permitieran explicárselo; me dijeron “¡Todo! Todo está mal”. A lo que respondí “Yo sé que no soy tan experimentado como ustedes, y seguramente hay muchos problemas en mis textos que ustedes logran ver fácilmente y yo no. Es precisamente por eso que deseo estudiar esta maestría, pues me ayudaría a mejorar y con su apoyo lograría arreglar esos problemas y convertir esto en un excelente proyecto”. El profesor replicó: “Sí, es cierto que los proyectos se arreglan, pero este está muy mal, no tiene argumentación. Creemos que lo mejor para la institución y para ti es que te esperes otro año para hacer un buen proyecto”. Yo no entendía exactamente qué era lo que los inquietaba, así que intenté ya no pedirles que me dijeran qué parte no entendían, sino que me explicaran ellos por qué estaba mal; pero su respuesta fue, repetidamente: “No hay tiempo para explicarte”. Así llegó su tercera pregunta, que delataba las terribles sospechas que tenían sobre mí. “Con toda franqueza queremos que nos expliques cómo lograste convencer a este profesor de ser tu tutor interno”. Después de lo difícil que fue convencer a alguien de ser mi tutor, estas personas insinuaron que había algo corrupto en ello, quizá un soborno, quizá una falsificación, pues yo les parecía demasiado tonto cómo para lograr hacer que este profesor, que mantiene una posición muy respetada y de alto poder en la institución, fuera mi tutor. Les conté que simplemente estuve preguntando hasta que uno aceptó, y fue él. En este punto, estaba ya no sorprendido, sino ofendido y enojado, porque en lugar de preguntarme sobre mis planes profesionales a futuro, mis razones para estudiar filosofía, o mis intereses de investigación, me interrogaban para hacerme confesar que los había timado o algo así. Pero me mantuve tranquilo en el exterior, y con humildad insistí en que me dejaran explicarles mi proyecto y mis propuestas teóricas. La profesora me lo negó: “No hay tiempo, además de que nosotros juzgamos sólo lo que está escrito; nos entregaste esto, y no importa lo que digas no lo vas a arreglar”. Yo le respondí: “Pensé que el sentido de una entrevista era precisamente explicar lo que no se pudiera entender en lo escrito”. Ellos afirmaron que ya me habían hecho las preguntas de aclaración ¿Y cuáles fueron? La vaga y genérica pregunta: “¿Qué es la epistemología?”, y la irrelevante cuestión de “¿Cuál es la diferencia entre estas ideas escépticas y el pirronismo?”. Perseveré en mi insistencia de que me dejaran darles al menos una sinopsis que demostrara que mis ideas sí tenían sentido y eran relevantes, pero ellos -nunca explicando por qué- me negaban la oportunidad, alegando que no sólo no importaba lo que les pudiera ya decir, sino que ya se habían dado cuenta de que yo no tenía idea de qué es lo que se hace en la maestría. Cuando el tercer profesor, en videoconferencia, finalmente habló, fue solo para decir “No tengo qué preguntar, no se entiende absolutamente nada de tus textos, y tus propuestas son ridículas”. Yo no alcanzaba a comprender cómo era posible que no hubieran entendido mis textos pero sí mis propuestas. No obstante, la participación de este último académico me dio finalmente la oportunidad de darles una sinopsis y decirles por qué sí era una investigación válida para sus normas: “En mi tesis y en mi ensayo filosófico examiné la teoría epistemológica de Bertrand Russell, le encontré algunos detalles que podrían mejorarse y propuse una posible manera de hacerlo; en mi anteproyecto de investigación simplemente planteo aprovechar este trabajo para enfrentar más problemas filosóficos, en particular, el problema del escepticismo. No creo que esto no sea filosofía, ni que esté haciendo algo inválido. Pero ustedes se enfocan solo en los aspectos más negativos de mis propuestas [ridículas], y no toman en cuenta los positivos”. No logré ni siquiera convencerlos de que sí sabía qué se hacía en un instituto de filosofía. Finalmente les pedí alguna recomendación para mejorar mi solicitud para el próximo año. Dado el tono derrotista de mi pregunta, me aseguraron que todavía no sabían si me iban a aceptar, aunque lo veían muy difícil, y me extendieron su magnánimo consejo: “Ponte a leer otras tesis de maestría”. Y con este magnífico y sabio consejo, de resignación y sumisión al status quo, concluyó la entrevista. Abandoné la oficina, y me fui a casa, tragándome mi enojo y mi frustración, pensando en todo lo que tuve que soportar en esta universidad, la más exigente y exagerada del mundo, para terminar así, dándoles el gusto de humillarme. Fue difícil calmarme, pero logré entrar en razón, al considerar que no era posible que fuera tan malo como ellos pensaban, pues no habría podido lograr llegar hasta ese punto, si no hubiera pasado mi examen profesional, si no hubiera aprobado mis materias, sino hubiera logrado superar todas esas fases de examinación. Pero ellos quizás creen que puede haber fallas en el sistema, y realizan estas despectivas entrevistas precisamente para deshacerse de los advenedizos como yo. Una semana después una universidad europea, mucho más prestigiosa que la UNAM, y mejor posicionada en la clasificación mundial de las mejores universidades de filosofía, me envió mi carta de aceptación incondicional. Esta fue, no solo una alegría, sino un tranquilizante para mi espíritu, pues era la prueba definitiva de que aquellos profesores déspotas estaban completamente equivocados. Esta insigne universidad europea, considerando solo mi currículum vitae y mi ensayo filosófico, sin entrevistas (para evitar favoritismos o rudezas), sin exámenes misteriosos (porque la habilidad filosófica no se puede evaluar en una sola prueba), sin anteproyectos (porque lo racional es formularlos cuando uno ya esté estudiando la maestría, con ayuda de los profesores), ni cartas de tutores internos (pues es insensato exigir que un aspirante tenga ya un tutor si todavía no ha tratado con los profesores), estimó que yo estaba lo suficientemente preparado para hacer una maestría en su insigne instituto de filosofía. Metí mi solicitud al Fonca-Conacyt, con esperanzas de obtener la única beca para estudiar una maestría en filosofía en el extranjero que ofrece el gobierno de México. No hay muchas probabilidades, pero es mi última esperanza para lograr continuar mis estudios, después de que me despreciaran e insultaran en mi propia alma mater. Tan solo requiero los gastos de manutención, ya que la colegiatura es muy barata y prácticamente simbólica. El 17 de junio de 2016, celebraré mi cumpleaños 24, y a la vez recibiré los resultados definitivos del proceso de admisión de la UNAM. Está casi garantizado que me rechazarán, y tendré que idear algún nuevo camino en mi lucha por continuar mis estudios. Pero si me aceptaren, me pondrían en un fastidioso dilema ¿Cómo decir que sí a la inverecunda gente que me denostó despóticamente? Lo más triste es que probablemente aceptaría la oferta de admisión, pagando con mi dignidad el precio de estudiar una maestría en filosofía en la UNAM. Mi caso no es único, todos los aspirantes tienen que soportar el embrollado proceso burocrático, y todas las personas que he conocido que han tenido esa entrevista la han sufrido y han soportado que les digan que son ridículos, que no saben de qué trata su carrera, que serían deletéreos para la institución si los aceptaran, y que es mejor que se dediquen a otra cosa. Espero que el público general al leer esta carta descubra las disparatadas y humillantes experiencias que tiene que pasar un estudiante para poder continuar sus estudios en un posgrado, que mi compañeros rechazados, y quienes en años próximos intentarán ingresar, expresen su inconformidad y exijan un cambio ya, y que aquellos en el poder con la capacidad de modificar esto lo hagan urgentemente; pues lo único que se logra con estos procedimientos burocráticos elitistas es arruinar el futuro de incontables personas que aunque tengan la capacidad, les niegan la oportunidad; y con ello, privar a la sociedad y a la cultura mexicanas del desarrollo intelectual. Lic. Roberto Dan Medrano González www.refulgir.com

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