'Queridas hermanas”

viernes, 12 de agosto de 2016 · 13:21
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En 1787, fecha emblemática, Lotte von Legenfeld (Henriette Confurius) viaja a Weimar a casa de su madrina para aprender los modales de la corte, y pescar un buen partido; lo que atrapa un día por la ventana es la atención de un joven poeta pobre, aunque célebre ya por sus obras de teatro e ideas revolucionarias, Frederich Schiller (Florian Stetter). Atrapada en matrimonio de conveniencia, Caroline (Hannah Herzprung), hermana de Lotte, se incorpora al romance; el triángulo amoroso se pone a girar al ritmo del brío y de una tormenta. En el arrebato del fin de la Ilustración y el inicio del romanticismo ocurre la historia de Queridas hermanas (Die geliebten Schwestern; Alemania, 2014); Dominik Graf escribe y dirige esta ficción inspirada en el diario íntimo de Caroline del que apenas subsisten unas cuantas de líneas que, forzando la imaginación, podrían sugerir idea de un ménage á trois con el autor del Himno a la alegría. Se trata de una ambiciosa y estupenda saga de amor donde resuenan Las tribulaciones del joven Werther, el enfrentamiento entre la razón y la pasión, el choque de la moral del antiguo régimen y el idealismo de un amor libre de tapujos. Aplaudida en Alemania, Queridas hermanas no fue aceptada en el concurso de los Óscar y gran parte de la crítica estadunidense la considera insulsa, larga y aburrida; se le reprocha no cumplir las expectativas de una película de época. Pero el problema está afuera, en el modelo de producción de época definido por Hollywood y perfeccionado con el toque inglés de Downton Abbey; la propuesta de Dominik Graf, director de larga carrera en el cine y en la televisión, consiste en liberar las trabas de la película de época. Si bien hay un cuidado riguroso en la reproducción histórica, locaciones en casas y palacios originales, el vestuario, aunque ostentoso, nunca juega al museo de cera, la ropa se moja o estorba para hacer el amor; y la incomodidad de ese vestuario a veces sirve para ocultar juegos sexuales. Si por momentos la puesta en escena experimenta con luz de vela a la manera del Kubrick de Barry Lyndon, los usos tecnológicos nunca marcan distancia histórica, sino al contrario, el avance y la innovación de la imprenta, la obsesión epistolar, la fricción constante de la tinta con la pluma de ganso en el papel, funcionan con un ímpetu equivalente al internet y al de las tabletas electrónicas de ahora. Asimismo, el entusiasmo alrededor de Goethe o de Schiller prefigura el culto moderno a la celebridad. Frederich Schiller, médico a la fuerza y hombre no de la pos Ilustración como lo definen las reseñas, sino producto acabado de ella, en el que coinciden los ideales sociales, filosóficos y científicos de Rousseau o Diderot, fue un estudioso apasionado de la psicología y sus mecanismos fisiológicos; la pretensión de la cámara en Queridas hermanas fue escudriñar esos efectos en los rostros y las manos que escapan a las vestimentas. Quizá el error de Graf, en su afán de negar el didactismo de las películas de época, fue dirigirse a un público exclusivamente germano.

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