Turbulencia en EU; efectos en México

domingo, 28 de agosto de 2016 · 10:35
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Después de las Convenciones de los partidos Demócrata y Republicano en Estados Unidos la batalla electoral en aquel país entra a nuevas coordenadas. Normalmente, se trata de un periodo muy volátil en que puede haber sorpresas todos los días. Sin embargo, en esta ocasión hay una tendencia que parece definitiva: la caída en las encuestas de Donald Trump. En parte por sus expresiones verbales desagradables e incontenibles, agresiones sin sustento, incongruencias y mentiras; en parte por los escándalos asociados a los arreglos económicos de sus personeros más cercanos con sectores pro-rusos en Ucrania, así como declaraciones desafortunadas sobre asuntos muy sensibles, como el uso de armas nucleares. El peligro que todo ello representa para la seguridad de los Estados Unidos ha alejado del candidato a personalidades distinguidas del Partido Republicano, como McCain. Los medios de comunicación escrita más reconocidos, como el Washington Post o el New York Times, están en su contra. En contrapartida, en el terreno demócrata Hillary Clinton avanza con firmeza; las encuestas la colocan más de 8 puntos por delante de su adversario. Aunque hay dudas sobre la simpatía real que levanta (según la opinión de muchos es poca), la opción de Trump es suficiente para ampliar la votación a su favor. Cuenta con el apoyo de minorías importantes, como la afroamericana y los hispanos y, en contraste con lo que ocurre con las filas republicanas, su partido está unido en torno a ella. Ahora bien, independientemente de los resultados del 8 de noviembre, el proceso electoral en los Estados Unidos está dejando lecciones sobre cambios en las circunstancias sociales, económicas y políticas en ese país que no se deben perder de vista. Dentro de esos cambios se encuentran algunos que afectan directamente a México. El primero es el grado de perturbación que provoca dentro de diversos sectores de la sociedad estadunidense la presencia de inmigrantes mexicanos, los cuales están cambiando la demografía del país, dejando como minoría a los grupos dominantes tradicionales: blancos, anglosajones y protestantes. Trump ha encabezado los ataques en su contra mediante una retórica llena de agresividad, calumnias y amenazas. Reaccionar ante semejante hostilidad ha sido imprescindible para el gobierno mexicano; sin embargo, la confusión al hacerlo es grande, las medidas adoptadas muy polémicas y titubeantes, las contradicciones muy evidentes. Empecemos por la necesidad de diferenciar a la población de origen mexicano que habita en los Estados Unidos. De una parte, hay casi 30 millones de mexicanos que se encuentran en situación legal, tienen permisos de trabajo y la posibilidad de adquirir la ciudadanía: son mexicano-americanos. La agresividad de Trump ha tenido el efecto de cohesionarlos sentando las bases para su organización y movilización política. En esas circunstancias, el gobierno mexicano ha promovido la idea de alentar su organización para que se conviertan en grupo de presión política capaz de adquirir la importancia que tienen otros grupos, como los judíos, conocidos por lo exitoso de su cabildeo en el Congreso. Semejante propósito es una tarea de largo plazo que requiere muy buen conocimiento de las formas de operar del Congreso, de buenos abogados, de medios financieros y un fuerte sentimiento de identidad en torno a causas comunes. Los mexicano-americanos no tienen esas características. Han demostrado tener capacidad de organización y espíritu combativo para lograr objetivos locales; allí está Cesar Chávez para probarlo. Pero ni se trata de movimientos que organice el embajador mexicano, ni se busca cabildear en el Congreso. Favorecer su participación política es sin duda positivo. Pero el objetivo real no puede ir mucho más allá de adquirir la ciudadanía y ejercer el voto en contra de Trump. Otro problema, de orden muy distinto, es el de los 6 millones de trabajadores indocumentados. Para ellos el riesgo y la vulnerabilidad son muy grandes. La propuesta de Trump de construir un muro es simplemente descabellada; además es poco probable que llegue a la presidencia. Lo inquietante son los cientos de miles de seguidores que mantendrán su hostilidad y el hecho de que la herencia demócrata en materia de migración no es positiva. Dos millones de deportaciones durante la administración de Obama es una cifra muy alta. Retomar el proyecto de reforma migratoria integral que intentó sin éxito sólo sería posible si los demócratas recuperan el control del Senado y la Cámara de Representantes. Lo primero es posible; lo segundo, muy improbable. El segundo gran tema de preocupación que han colocado sobre la mesa las elecciones en Estados Unidos es la nueva manera de aproximarse a la libertad de comercio. El TLCAN ha sido, junto al TPP, motivo de grandes reclamos por el daño, según las percepciones que se han impuesto, que provoca en materia de desempleo y/o mantenimiento de salarios bajos. Son muchos los argumentos que pueden adelantarse en contra de semejantes visiones. Sin embargo, es un tema en que coincidían Bernie Sanders y Trump y al que Hillary se ha unido declarando su oposición al TPP. Sería un error creer que todo cambiará si llega a la presidencia. Lo cierto es que en el mundo de las nuevas tecnologías el libre comercio ha perdido atractivo. Son otras las metas que se deben fijar para asegurar la vitalidad de la economía estadunidense en la era de la cuarta revolución industrial. El entusiasmo de los dirigentes mexicanos con el libre comercio y la globalización tendrá que moderarse y readaptarse. Ante las dificultades que se avecinan, el descuido de la relación con Estados Unidos por parte de las élites políticas mexicanas tiene graves consecuencias. No existe en los círculos gubernamentales ni la masa crítica, ni la organización interna, ni la costumbre de pensar en la agenda para dialogar con quien ocupe la Casa Blanca. Lo que está ocurriendo presenta retos serios para los líderes mexicanos poco acostumbrados a visualizarse en un mundo en transición. Queda para la sociedad civil, los académicos, los grupos de pensamiento el debatir sobre las líneas a seguir en la relación con nuestro socio más importante, así como asimilar los efectos que los cambios que están ocurriendo tienen sobre los proyectos internos de desarrollo. Lo siguiente sería cohesionar los resultados de ese debate para convertirlo en exigencia sólidamente fundada a las élites políticas. ¿Es posible?

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