"Holocausto" en Siria de la mano de Rusia

viernes, 21 de octubre de 2016 · 11:05
El 23 de septiembre pasado concluyó una tregua en Siria. Y a partir de esa fecha la violencia se reencendió a una escala brutal, alimentada por Rusia. El gobierno de Vladimir Putin ha apoyado militar y diplomáticamente al de Bashar al-Assad en la guerra que mantiene contra todos sus adversarios políticos, sobre todo en la ciudad de Alepo. La situación es gravísima, y ya hay actores de primer orden que utilizan la palabra “holocausto” para definirla. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Siempre sensibles a un uso laxo o incorrecto de la palabra “holocausto”, expertos en antisemitismo discuten si es correcto o no hacer algún tipo de comparación con lo que está sucediendo, en este mismo instante, en Alepo, la que fuera la ciudad más poblada y bella de Siria. El ministro francés de Relaciones Exteriores, Jean-Marc Ayrault, quiso ser bastante más específico ante el Consejo de Seguridad de la ONU: si nada se hace para detener la ofensiva total de Rusia y el gobierno sirio, “Alepo pasará a la historia como una ciudad en ruinas cuyos habitantes fueron abandonados a sus ejecutores”, tal como pasó en “Guernica, Sarajevo y Grozny”. Mientras los académicos debaten y los diplomáticos se empantanan, desde Alepo, una niña de siete años envía agónicos tuits al mundo: “Sólo quiero vivir sin miedo”, trinó desde su cuenta @AlabedBana el miércoles 12. Bana vive en el este de la urbe, la parte que controlan los rebeldes desde el inicio de la Batalla de Alepo, desatada en julio de 2012. La propaganda del régimen, que asegura que las únicas víctimas de la severa campaña de bombardeos aéreos contra zonas pobladas son “terroristas”, se ve desmentida cotidianamente por las fotografías y videos de civiles masacrados, y por los mensajes y videos de esta niña que ya cuenta con 72 mil seguidores en Twitter. El drama que sufre Alepo bien merece, por lo menos, las comparaciones hechas por el ministro Ayreault: está ocurriendo pausadamente, ante la falta de acción internacional, como pasó en los sitios de Sarajevo y de Grozny. Pero se va pareciendo más a este último, la ciudad chechena arrasada hasta la última piedra por el ejército ruso, que sólo así pudo acabar con la resistencia local; Sarajevo fue asediado por milicias serbobosnias que la torturaron gravemente, pero nunca enfrentó, en cambio, el poder de la aviación de Moscú ni el armamento moderno que existe dos décadas después, y aunque quedó marcada por cicatrices, la mayoría de sus edificios siguió en pie. Refugios-tumba En enero de 2013, cuando este reportero visitó Alepo, la destrucción se había prolongado por “sólo” seis meses –que ya parecían eternos– y se concentraba en algunos barrios, como el bazar medieval al pie de la Ciudadela, Salaheddine e Izza. El gobierno sirio golpeaba a sus ciudadanos desde el aire, con viejos aviones Mig y los mismos misiles Scud que el iraquí Saddam Hussein había utilizado en 1990. No es posible minimizar la devastación que provocaban: una cuadra entera era convertida en una nube de polvo por un Scud, en un instante, y cuando los residuos empezaban a bajar, aparecían los cerros de ruinas bajo los que se escuchaban los gritos desesperados de los heridos. Aun así, los habitantes hacían esfuerzos para proseguir con sus vidas –nadie tiene otra opción– y algunas escuelas funcionaban. En las esquinas se improvisaban tendejones de venta de vegetales, en las avenidas se ofrecía una mezcla de alcohol con petróleo con la que los vehículos conseguían marchar y –lo más esperanzador– las niñas, que podían caer víctimas del fuego de francotiradores si se aventuraban por los espacios abiertos e iluminados, se refugiaban en callejones oscuros a tomarse de las manos, verse a los ojos y dar vueltas entonando cancioncitas, como si el espacio libre que protegían con sus cuerpos y sus brazos fuera sólo de ellas. Esto ha desaparecido, según los reportes. La amenaza real de los secuestros, con ejecuciones difundidas en videos por internet, mantiene a los periodistas a distancia. Pero la gente cuenta lo que vive. Ahora que la Batalla de Alepo dura ya más de cuatro años, se sabe que sólo los pobres fueron incapaces de huir antes de que se cerrara el cerco del ejército sirio, que 276 mil civiles están atrapados con escasez de agua y breves lapsos de energía eléctrica, que las escuelas desaparecieron, los hospitales son sistemáticamente bombardeados y los callejones dejaron de ofrecer la mínima seguridad, por lo que las niñas, que ya no juegan, se esconden con sus padres debajo de la tierra. A pesar de que, por la misma razón, tampoco ahí pueden sentirse a salvo. El gobierno sirio, que estaba perdiendo la guerra a principios de 2016, se ha propuesto tomar Alepo a cualquier costo. El profundo cambio de equilibrios se debe al creciente involucramiento de Rusia en el conflicto, que le ha transferido armamento al ejército sirio, ha enviado consejeros militares para entrenar sus tropas y, sobre todo, usa su fuerza aérea para barrer con tecnología ultramoderna a los enemigos del presidente Bashar al-Assad, sean miembros de la organización Estado Islámico, milicianos islamistas, unidades kurdas o miembros de las brigadas rebeldes aliadas a Turquía. Un informe de la organización humanitaria Relief Web, del domingo 9, indica que los daños a la red de suministro hidráulico son de tal magnitud que la mayor parte de la población no recibe el líquido y, al resto, sólo le llega un poco y está en riesgo de perderlo también. Las raciones de comida, que ya han sido reducidas a la mitad varias veces antes, tendrán en estos días un nuevo corte. En los hospitales no hay anestesia, medicamentos para primeros auxilios ni material para cirugía. Las niñas como Bana ya no temen sólo a francotiradores y viejos Scud. Han tenido que bajar a los sótanos porque, en la superficie, los helicópteros sirios arrojan bombas de barril, que explotan cerca del suelo lanzando miríadas de proyectiles en todas direcciones. Las bombas de racimo y las de fósforo blanco, ambas prohibidas por la legislación internacional, son más dañinas aún: lo que en las de barril son pequeños fragmentos de metal, en las de racimo son todavía más bombas que vienen en su panza, pequeñas y mortíferas, muchas de las cuales no explotan y se quedan por ahí, durmientes, escondidas, hasta que un niño pasa y se pone a jugar con ellas, o sin querer las patea y las activa. En las de fósforo blanco, este agente químico se dispersa provocando quemaduras dolorosas y fatales. Lo que es todavía peor es que los refugios subterráneos se han convertido en terroríficas tumbas masivas desde que los aviones rusos comenzaron a arrojar bombas antibúnker, que penetran varios metros de cemento hasta llegar a las cavidades ocupadas por la gente, en las que explotan: los más afortunados mueren instantáneamente, los demás son sepultados por los escombros, quedan heridos, mutilados, sin agua, incapaces de pedir ayuda porque la boca se les llena de residuos, y aunque pudieran hacerse oír, de poco serviría, porque sus escondites quedan metros debajo de quien quisiera hacer algo por ellos. “Sólo vivir sin miedo” El miércoles 12, mientras Bana Alabed tuiteaba, el mercado más grande de Alepo Oriental era bombardeado. Murieron 15 personas, entre ellas cinco niños y varias mujeres. El día anterior, ataques de aviones rusos y sirios mataron a 41 habitantes, entre ellos, al menos, a otros cinco niños. Desde que el 23 de septiembre se rompió un alto al fuego pactado entre Washington y Moscú, la campaña de bombardeos sobre el este de Alepo ha dejado más de 400 muertos, incluidos 114 niños contados por la organización civil Save The Children, hasta el martes 11. Al día siguiente, esa agrupación publicó un informe en el que identificaba con nombres y fotografías a nueve de ellos: Sondos Miki (de 10 años) había salido a buscar velas cuando la mató una bomba de barril; Amina Sharfu (cuatro) pereció por un ataque de cohete; un arma similar golpeó cerca de Noor a Mohamed Saed Kadek, de nueve meses, y a su madre, que la llevaba en brazos (ambas murieron); una bomba de barril atrapó también a Mutieh Arbash (11) y su hermano Ali (cinco) con su madre; Shah Ahmad (11) vio morir a su padre tres días antes de que un ataque la matara; como ella, el niño Hussein Kassomeh (siete), recordado por su amor por los animales, murió por la explosión de una bomba de barril, y lo mismo le ocurrió a Shireen Kasuma; y un cohete destruyó los sueños de Eman Mohamed, de cuatro años, que pasaba los días jugando a que iba a la escuela. En realidad, por las fotos que sube a su timeline, Bana vive un poco mejor que la mayoría de los niños de Alepo Oriental. Para empezar, tiene acceso a internet. Gracias a eso, es posible seguir casi cada día su crónica (y la de su madre, Fatemah, que también tuitea desde la cuenta de su hija) de la vida bajo sitio. Sábado 1 de octubre: “Una bomba cayó junto a la casa. Recen por nosotros, por favor por favor por favor o sálvennos… oh querido mundo”. “Nos bombardean cada noche”. Domingo 2: “La guerra es como este dinosaurio y la esperanza se convirtió en el pasado”. “Tengo mucho miedo de morir esta noche. Estas bombas me matarán ahora”. Lunes 3: “Lo de anoche fue un milagro, nos salvamos. La bomba pegó directamente en un costado de la casa”. “Mi hermano Mohamed está llorando. Las bombas caen, mejor me dejo morir para dejarlo morir”. “Buuuum…”. Martes 4: “Éste es nuestro jardín bombardeado. Solía jugar aquí, ahora no hay dónde jugar”. “Quiero vivir como los niños de Londres. ¡No más bombas!”, “¿Por qué nos matan? ¿Están locos?”. Miércoles 5: “Querida gente, desesperadamente les pido que tuiteen #DearObamaPutin con el llamado a un alto el fuego en Alepo”. Jueves 6: “Señor Assad no soy una terrorista, sólo quiero vivir y que paren las bombas por favor”. “Extraño tanto la escuela”. Viernes 7: “Necesito paz, ¿quién me la puede dar?”. Lunes 10: “Por favor, no nos roben nuestra infancia”. “Amo la paz más que a nada”. Miércoles 12: “Sólo quiero vivir sin miedo”. El lejano anhelo de paz El sábado 8, Francia y España presentaron en el Consejo de Seguridad de la ONU una propuesta de resolución que exigía el alto inmediato de todos los bombardeos y de los vuelos militares sobre Alepo, paso libre para la ayuda humanitaria e inicio de negociaciones entre las partes. Tuvo 11 votos a favor, dos en contra y dos abstenciones. Ganó en número, pero Rusia, miembro permanente del Consejo, tienen poder de veto, lo usó y así murió el proyecto. Moscú explicó que tenía una iniciativa propia, que consistía en demandar el cese de todo apoyo material y financiero al Estado Islámico y grupos ligados a Al Qaeda. Sólo tuvo cuatro votos a favor: el propio y los de China, Egipto y Venezuela. Ahí fue donde el ministro Ayrault advirtió que Alepo se convertía en Guernica, Sarajevo o Grozny. Lo de la comparación con el holocausto ocurrió el día siguiente, durante el segundo debate entre Hillary Clinton y Donald Trump. Alguien preguntó si la situación podía ser parecida porque “Estados Unidos esperó demasiado” antes de intervenir. En el sitio de internet The Allgemeiner, expertos en antisemitismo discutieron la pertinencia de considerarlo un holocausto. “Está radicalmente mal”, afirmó Menfred Gerstenfeld. “La suposición moral es sólida y relevante”, contraargumentó Ben Cohen. En Twitter, desde la guerra, Bana proclamaba: “En nombre de los niños de Alepo, exijo paz para nosotros”.

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