El palacio papal de Castelgandolfo abre sus puertas y exhibe sus tesoros (Video)

viernes, 21 de octubre de 2016 · 21:01
ROMA (apro).- Es viernes 21 de octubre. Diez y media de la mañana. En la entrada del palacio papal de Castelgandolfo, a 33 kilómetros de distancia de El Vaticano, la bandera blanca y amarilla ondea con sosiego delante del portón de madera y metal del edificio. “Entren, pasen. Aquí antes sólo se recibía a unos pocos privilegiados. Ahora es vuestro turno”, dice uno de los anfitriones. Efectivamente, estos son los mismos muros donde han pasado decenas de Papas, jefes de Gobierno y cardenales y, antes de ellos, príncipes, señores feudales, damas de la corte y caudillos. Habitaciones magníficas que han sido testigos mudos de algunos de los momentos más intensos que se han vivido en Castelgandolfo, la residencia suburbana de los pontífices desde el siglo XVII. Pero hoy es diferente. Es el último día en que la mansión tendrá una vida residencial. A partir de mañana se convertirá definitivamente en un museo, tal como lo ha pedido el Papa Francisco. En un nuevo revés a la simbología más clásica de la Iglesia católica, el pontífice argentino ha dicho así adiós a uno de los lugares antaño más impenetrables de los jerarcas católicos, dejando a los Papas sin un lugar ah hoc para sus periodos de descanso e intimidad, convirtiéndolo en un lugar público, reflejo de esa imagen de austeridad que el excardenal porteño busca transmitir desde que estaba en Buenos Aires y acudía a las villas miserias de la ciudad, más incluso cuando sus colegas estaban de vacaciones. Osvaldo Gianoli, responsable de las villas pontificias, Antonio Paolucci, director de los Museos Vaticanos y el curador Sandro Barbagallo esperan en el patio central. Dicen que no es un día histórico pero, sí, simbólico. Que es parte de la filosofía de Jorge Mario Bergoglio. “El Papa dijo que su villa suburbana, esa obra maestra de arte que tantos de sus predecesores amaron, a él no le interesa. Que tiene demasiados problemas, demasiados líos, y tiene que atenderlos estando en Roma”, dice Paolucci, ante los cerca de 200 periodistas, de todas partes en el mundo, venidos para la ocasión. “La decisión del Papa de no venir no es un escándalo. De los 33 Papas que hubo desde que la residencia se compró, sólo 15 residieron aquí”, acota Barbagallo. “No hay que olvidar que aquí se vivieron momentos increíbles, como cuando los aliados desembarcaron en Anzio y las tropas alemanas retrocedían y, entre bombardeos y vendettas, muchos se refugiaron dentro de este edificio”, continúa Paolucci, exaltando la historia del edificio. Los apartamentos papales, situados en el segundo piso del edificio y nunca antes vistos por el gran público, se muestran en medio de un lujo antiguo y aristocrático, hecho de estandartes, relojes de época, efigies en bronce de pontífices y santos, sillas y escritorios tallados y decorados con filigranas de oro, pinturas barrocas y renacentistas enmarcadas por el panorama del lago volcánico de Albano, situado a los pies del castillo. La primera habitación es la sala de los Suizos, donde antes se colocaban los guardias del Papa que, desde allí, caminaban hasta su habitación donde dormía, una y otra vez. Le siguen las salas de Palafreneros, de los Pontífices, de los Relojes, de la Música, del Trono, de los Participantes —con la pequeña capilla de Clemente XIII—, la del Consistorio, así hasta llegar a la biblioteca de los Papas. Es allí donde se consumó el histórico encuentro entre Benedicto XVI y Francisco el 23 de marzo de 2013, algo nunca visto antes, cuando diez días después de su nombramiento como nuevo jefe máximo de la Iglesia católica, el argentino fue a visitar al viejo pontífice emérito, en tanto las televisiones difundían esa instantánea a todo el mundo. Allí mismo es donde han estado el estadunidense George Bush padre, el palestino Yasser Arafat, el francés Francois Hollande y la canciller alemana Angela Merkel. La mesa del escritorio está adornada con un par de libros, un candelabro, todo pulcrísimo, con sólo un cenicero, apoyado sobre el mueble, desentonando en medio de una fotografía que desdibuja un lugar que ya parece haber entrado en el letargo desde hace mucho. “No sé decirle quién lo usó. Quizá era para los invitados”, responde Gianoli, quien desde hace tres años está a cargo de las villas papales, en referencia al cenicero. “¿Que si hemos cambiado la disposición de los muebles? No, así es como el lugar se veía cuando los Papas venían hasta aquí”, continúa, dejando avanzar a los visitantes hacia los salones en los que trabajaban los secretarios papales y hacia un pasillo en el que un conjunto de fotografías en blanco y negro llaman la atención. “Documentos fotográficos de los desplazados llegados en noviembre de 1943. Un total de mil 600 personas fueron alojadas en el palacio apostólico hasta junio de 1944”, se lee. “Cerca de 40 niños nacieron ahí, en esa cama y muchos de ellos fueron llamados Eugenio (el nombre laico de Pío XII)”, cuenta Barbagallo, al referirse a la habitación de dormir de los Papas, donde se observa una cama individual con un dorsal de latón y sábanas de color rosa antiguo. Es entonces que se desencadena el furor de los fotógrafos. “Clic, clic, clic. Otra ahí, donde se ve el crucifijo…”. Chinos en la casa En su último día como residencia de descanso de los pontífices, el castillo de Castelgandolfo hospedó al mediodía un concierto de música popular china, algo que en principio pareció peculiar pero que muchos observadores explicaron como otra maniobra de un Papa que, cual hábil negociador y diplomático que es, quiso cazar dos pájaros con un tiro: renunciar a un símbolo de lujo y enviar un mensaje a un país al que no ha podido ir ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI y que no mantiene relaciones diplomáticas con El Vaticano desde la victoria comunista de 1949. “El Papa quiere ir a China y va a ir”, explicó la semana pasada uno de los confidentes de Francisco, en una reunión con esta periodista, lo que representaría un avance sin precedentes para El Vaticano pues, hasta la fecha, la única influencia que ha ejercido en China ha sido a través de curas y monjas que trabajan allí en la clandestinidad. Tanto es así que incluso el título elegido para el concierto, a cargo de la Guangzhou Opera House, ya era bastante elocuente en su mensaje de acercamiento: “La belleza nos une”. El evento, ejecutado por ocho mujeres, fue acompañado por la realización de una obra de caligrafía, realizada por el artista Cui Zimo. “Este es el fruto de varios encuentros que ha habido con instituciones chinas. Espero que haya más”, dijo entonces el cardenal Giuseppe Bertello, quien ejerce como presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. “Le queremos enviar un agradecimiento al pueblo chino y los saludamos por la hospitalidad que le han ofrecido al Papa”, añadió. “Me gustaría que el Papa fuese a China. Y creo que es posible”, respondió, por su parte, Zimo. “Le estreché las manos al Papa y estuve hablando con él treinta minutos. Es un hombre cálido y este es un buen inicio para (el restablecimiento de) las relaciones entre El Vaticano y China”, contó. Lejos de los juegos diplomáticos papales y del excéntrico carácter de Francisco, fueron los habitantes de Castelgandolfo los que, no obstante, resultaron más abatidos por la noticia de la conversión de la residencia en un museo. Vistas las tiendas de souvenirs ubicadas en la plaza central y los múltiples hoteles ubicados en las cercanías del pueblo, se podía entender el motivo. La ciudad, que hoy cuenta con casi 9 mil habitantes, poseía pocos centenares cuando se convirtió en propiedad del Estado Pontificio —como se llamó El Vaticano, hasta la unificación de Italia en el siglo XIX. Sin embargo, desde que Francisco es Papa, la vida ha cambiado paulatinamente en este pueblo de los llamados Castillos Romanos, donde también se ha producido una ligera disminución en el número de sus habitantes. “Los comerciantes y los hoteleros se quejan más. No, no se puede decir que estemos contentos de que el Papa deje de venir”, confesó un empleado de las villas papales, responsable de labores de jardinería desde hace 26 años. “Es una decisión (la de Francisco) que nos entristece pero que respetamos”, aseguró la alcaldesa Milvia Monachesi. Y eso que, con la renuncia de Benedicto XVI, que era menos mediático que Francisco, en Castelgandolfo se había pensado que masas de fieles iban a acudir al pueblo, con sus consecuentes frutos para la economía. “¡Cuán inciertas son las previsiones de los hombres! Ha ocurrido lo contrario”, reflexiona el empleado. De hecho, en 2014 Francisco abrió al público la Villa Barberini y las 55 hectáreas en las que se extienden los jardines vaticanos y la granja donde se producen los quesos, la leche, el aceite y la miel que se consumen en El Vaticano. Y hace un año se inauguró un tren que conecta al Estado vaticano con la residencia de Castelgandolfo y el pueblo de Albano. Esto pues, desde el comienzo de su pontificado, Francisco ha preferido permanecer dentro de El Vaticano, o dar breves escapadas a los alrededores de la pequeña ciudad Estado. Tanto es así que, en los últimos años, el único en acudir a la residencia de verano de los Papas era el pontífice emérito, el alemán Benedicto XVI, quien iba hasta allí junto con Georg Gänswein, su secretario personal. Sólo en algunas escasas ocasiones, por ejemplo el 15 de agosto 2013, Francisco acudió hasta el lugar, pero sin quedarse a dormir. “Quizá haya tenido miedo de las microespías diseminadas en el castillo”, se ironizó entonces. [caption id="attachment_442482" align="alignnone" width="702"]El Papa Francisco en el Vaticano. Foto: AP / Alessandra Tarantino El Papa Francisco en el Vaticano. Foto: AP / Alessandra Tarantino[/caption] Deudas, robos y mecenas La historia del castillo de Castelgandolfo es larga y está vinculada a varios tejemanejes económicos, reflejo de sus orígenes medievales. De hecho, el castillo, construido sobre una villa romana del siglo III d.C., pasó a manos de la Cámara Apostólica en 1596 precisamente gracias a una deuda de 150 mil escudos que los entonces propietarios, los Savelli, tenían con el papado. Así, en 1926, Maffeo Barberini, el Papa Urbano VIII, se convirtió en el primer pontífice de una treintena que vivieron en esta mansión. Luego, en 1645, la estructura original se amplió con otro edificio, la llamada Villa Barberini, que fue adquirida en circunstancias oscuras después de que los Barberini fueron acusados de la apropiación indebida de dinero del entonces Estado Pontificio y sus bienes les fueran confiscados. Posteriormente el papa Clemente XVI le dio al castillo de Castelgandolfo la extensión que posee hoy. Lo hizo al comprar la finca del cardenal Camilo Cybo, localizada en las inmediaciones del castillo y convirtiendo el sitio en los jardines de la estructura. Así y todo, a la villa de Castelgandolfo le quedó el nombre de los primeros propietarios, los Gandolfi, quienes en el siglo XII habían construido la primera edificación. Ya en manos del Estado Pontificio, en Castelgandolfo se instalaron los grandes artistas que gozaban del plácet de los Papas. En 1929, la vieja casa de campo se transformó en el Palacio Apostólico a instancias del arquitecto Carlo Madero y, bajo el papa Alejandro II, Bernini renovó la fachada y la galería interna, luego decorada con los frescos de Pier Leone Ghezzi. Desde 1929, es decir, desde la firma de los Pactos de Letrán entre Pío XI, y el entonces jefe de Gobierno de Italia, Benito Mussolini, Castelgandolfo es zona extraterritorial, lo que implica que allí no tienen vigor las leyes del Estado italiano. Algo que presumiblemente tampoco cambiará ahora.

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