El mentiroso de Manhattan

sábado, 12 de noviembre de 2016 · 20:00
En 1997 Donald Trump presumía de ser el empresario de la construcción más importante de Nueva York. En realidad era “un megalómano mentiroso de Manhattan” y un operador de casinos en Atlantic City que se recuperaba de deudas y líos legales. La personalidad del ahora presidente electo de Estados Unidos –misógino, superficial, cínico, tramposo– es descrita de manera mordaz por el periodista Mark Singer en el libro El show de Trump (2016), del cual, con autorización de editorial Debate, se reproducen algunos fragmentos. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Un sábado, en el invierno de 1997, Trump y yo pasamos una mañana y una tarde a solas, recorriendo algunos de sus edificios en construcción, tanto en Manhattan (edificio de oficinas) como en el norte de la ciudad de Nueva York, en Westchester (campos de golf). Él conduce y yo ocupo el asiento de la muerte. Tomo notas. Mientras recorremos la carretera I-684, le pregunto sobre su rutina matinal. –¿A qué horas se despierta? –Cinco y media a. m. –¿A qué hora se sienta en su escritorio de la Trump Tower? –Siete o siete y media. –¿Qué hace antes de dirigirse a la oficina? –Leo los periódicos, etcétera. –Ya veo –digo–. Usted está básicamente solo. Su esposa sigue dormida En ese entonces Trump estaba casado, aunque no por mucho tiempo, con su segunda esposa, Marla Maples–. Se rasura y se ve al espejo del baño. ¿Qué piensa? Mirada de incomprensión de Trump. –Quiero decir, ¿al mirarse al espejo, piensa “Wou, soy Donald Trump”? Trump sigue confundido. –Está bien. Supongo que quiero saber si se considera a usted mismo una compañía ideal. –¿Quieres saber qué considero realmente una compañía ideal? –dice Trump. –Sí. –Un buen culo. “Quiebra prenegociada” En los años ochenta, durante el ascenso de Trump, la esencia de su arte del performance –una ópera bufa que parodia a la clase acomodada– abonó a su atractivo populista, lo mismo que al oprobio de las personas para quienes el espectáculo de un ego desenfrenado les parece de mal gusto. Al delinear su idea de la estética comercial, llegó a decirle a un entrevistador: “Tengo casinos ostentosos porque es lo que la gente espera… la opulencia funciona en Atlantic City… Y a veces uso un poco de brillo en mis edificios residenciales, lo que está un nivel más abajo de la ostentación”. Su primer monumento a sí mismo, la Trump Tower, ubicada en la Quinta Avenida y Calle 56, abrió sus puertas en 1984, contaba con varios elementos de verdad impresionantes –una silueta dentada de 68 pisos, un patio interior de mármol italiano color salmón, equipado con una cascada de 24 metros de altura– y se convirtió en una atracción turística al instante. La idea era untar Atlantic City de tanta ornamentación como fuera posible, con el fin de: a) coquetear con la fantasía de que una vida como la de Trump es posible y b) distraer la atención del hecho de que habían colocado un señuelo para robarte la cartera. Fragmento del reportaje que se publica en la edición 2089, ya en circulación

Comentarios