Trump, capitalizó el hartazgo

viernes, 18 de noviembre de 2016 · 09:34
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Contra la percepción general, las encuestas para la elección presidencial estadunidense acertaron; quienes se equivocaron rotundamente fueron los analistas, que no pudieron dejar de lado sus prejuicios e introdujeron sus sesgos al procesar la información. Los analistas se dejaron llevar por su rechazo a Donald Trump, a sus propuestas simplistas e inviables, al lenguaje maniqueo y reduccionista, y su llamado a las emociones y los instintos; y, en contraparte, les ganó su empatía con el mensaje tradicional de la abanderada demócrata y con sus propuestas estructuradas y razonadas. Esto impidió que captaran la creciente indignación de una población que se siente “abandonada” por sus gobernantes, ajena a los beneficios de una recuperación económica selectiva y vulnerable por su precaria situación y la inestabilidad de sus empleos. La campaña dejó claro que las élites política, económica, intelectual y mediática estaban alineadas con Clinton, quien personificaba al político tradicional y no representaba ningún riesgo. Representantes de esas élites difundieron sucesivamente los posicionamientos que destacaban los riesgos de elegir a Trump y destacaban las certezas que generaba la demócrata. Por su parte, Trump encontró los mensajes, las imágenes y las vías adecuadas para responsabilizar del deterioro de la calidad de vida de un determinado segmento poblacional a la apertura comercial y de fronteras, así como a la inacción o acciones interesadas de la tradicional élite política para, a partir de eso, detonar la indignación ciudadana, enarbolar una promesa de esperanza y cambio y colocarse como su mejor opción para remediar (o al menos paliar) su situación. Para potenciar el impacto del discurso de Trump, Clinton fue la candidata ideal, por sus 30 años de vida política y los escándalos en los que estuvo implicada, pero también por su discurso a lo largo de la campaña y los debates; igualmente contribuyeron las acciones de las otras élites. Al revisar los resultados finales de la elección del pasado martes, es evidente que a pesar de las diferencias con varios de los principales líderes del Partido Republicano, Donald Trump retuvo el voto de los tradicionales votantes de ese instituto en los estados del sur y el oeste, pero además logró reconquistar a un electorado conservador que había optado por los demócratas en las últimas elecciones. Apeló a las aspiraciones y los miedos de los hombres y mujeres blancos conservadores y “olvidados”, mayores de 50 años, de bajos ingresos y sin educación superior, que enfrentan dificultades económicas pero no son marginados. Esto fue especialmente evidente en los llamados estados del “cinturón del óxido”, en la región noreste de Estados Unidos, que tras los años de bonanza económica por la presencia del una vez poderoso sector industrial, hoy padece decadencia económica, decrecimiento poblacional y deterioro urbano debido a la migración a otros países de las empresas antes establecidas allí. Es el caso de Michigan, Pensilvania y Wisconsin, que habían sido bastiones demócratas desde 1992 y que ahora le dieron el triunfo a Trump. Estos tres estados, con muy poca presencia de votantes hispanos, le otorgaron a Trump 46 votos electorales, que marcan la diferencia entre ganar y perder la elección presidencial, y en todos los casos la distancia entre el republicano y la demócrata fue de un punto porcentual. Las encuestas siempre reflejaron el empate técnico en el voto popular a escala nacional y también lo hicieron en el voto estatal, especialmente en las entidades consideradas clave para alcanzar los votos electorales necesarios. A escala nacional, salvo dos momentos muy específicos (poco antes del inicio de las campañas formales, tras la convención demócrata y la crisis del equipo de campaña de Trump; y posteriormente, alrededor del segundo debate, cuando se reveló la grabación comprometedora del candidato republicano) los estudios siempre arrojaron diferencias de entre uno y dos puntos porcentuales; es decir, dentro de los márgenes de error y, por ende, en lo que puede denominarse empate técnico. Lo mismo sucedió en dos de los tres estados ya señalados, con la única excepción de Wisconsin, donde las encuestas sí daban una ventaja de entre seis y ocho puntos porcentuales a la abanderada demócrata; en Michigan, oscilaban entre cinco puntos de ventaja para Clinton y dos para Trump; y en Pensilvania, daban un punto de ventaja al republicano. Los resultados de las encuestas mostraban una elección muy competida, en la que era imposible pronosticar un ganador; sin embargo, los analistas y los medios se valieron de una deslumbrante tecnología y sofisticados modelos computarizados para construir el escenario en el cual la victoria de Clinton estaba asegurada. Los resultados finales difieren del escenario construido y divulgado por los medios y coinciden con los que arrojaban las encuestas. De acuerdo con las cifras reportadas, Clinton gana el voto popular nacional con poco más de 230 mil votos, lo que significa una diferencia de 0.2 puntos porcentuales; y, según el pronóstico de The New York Times, la diferencia será de 1.2 puntos porcentuales, lo cual haría subir la diferencia a poco más de 1 millón de votos; y Trump gana los votos electorales y, por lo tanto, la presidencia al retener los tradicionales estados republicanos y reconquistar particularmente los tres ya señalados, donde la diferencia fue de un punto porcentual. Esto era justo lo que arrojaban los resultados de las encuestas. Como en muchos países, en Estados Unidos es manifiesto el hartazgo de una ciudadanía que percibe que las autoridades no atienden sus necesidades y demandas… Trump logró colocarse como alguien ajeno a la clase política tradicional y con decisión para impulsar y lograr un cambio de rumbo. La encuesta de The New York Times, divulgada el fin de semana anterior a las elecciones, señalaba que 50% de los electores percibían que Trump sí podría cambiar la forma de hacer las cosas en la política estadunidense, contra 36% de Clinton. Como hace ocho años, cuando ganó Barack Obama, triunfó la opción que encarnaba la posibilidad del cambio y la esperanza; aunque, a diferencia de entonces, ahora encarnada en un candidato que presenta una opción autoritaria que amenaza con pisotear libertades, atropellar derechos fundamentales y violentar el estado de derecho.

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