Encuestas: tradición contra era digital
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cada día las encuestas tradicionales muestran fotos de momento y predicciones que suelen quedar alejadas de los resultados. Eso ha pasado en las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos y en algunos estados de México. Al referirme a las encuestas tradicionales hablo de las levantadas mediante entrevistas personales a ciudadanos, en un número que se considera representativo del universo objetivo que se va a evaluar, con los reactivos de los temas de interés para quien ordena la elaboración de esta técnica de identificación de la percepción social.
Pero la era digital ya está aquí y va a posicionarse en muy poco tiempo. Se trata de encuestas hechas en redes sociales, fundamentalmente en Facebook, la que tiene más usuarios en México. El debate sobre tradición vs. era digital en torno a la medición del clima de opinión pública ya empezó en Estados Unidos. (https://blog.sysomos.com/2015/12/23/for-elections-is-social-data-more-predictive-than-traditional-polls/). Hay elementos que permiten explicar las limitaciones de la vía tradicional y las ventajas del mismo tipo de medición con la ayuda de las nuevas tecnologías de la información.
De entrada, las encuestas tradicionales descansan no sólo en la elaboración pertinente de reactivos o preguntas, sino en el despliegue de personas en diversos puntos que –se supone– son representativos de lo que piensa un universo. Para decirlo en términos coloquiales, no hace falta beber toda una olla grande de atole para saber si está a punto, si tiene o no el azúcar, el saborizante, etcétera. Basta con una cucharada para saber si la olla de atole está como se esperaba, porque esa cucharada es representativa del sabor del todo.
El problema en las encuestas tradicionales, de entrada, es que basan su levantamiento en las personas de carne y hueso que hacen las entrevistas. ¿Hay una garantía de que todos y cada uno de los encuestadores hicieron bien su trabajo? No. Se trata de un factor de confianza en la profesionalidad del encuestador, pero éste no está sujeto a exámenes de control de confianza para medir si el levantamiento que hizo es idéntico a lo que dijo que hizo. En las encuestas digitales, en el levantamiento de la muestra no intervienen las personas físicas. Hay una amplísima base de datos en Facebook con elementos de identificación, en las cuales se aplica la encuesta. Y aquí sí es posible determinar si las preguntas se respondieron por perfiles, por número y por un conjunto de variables más.
El desarrollo del internet y de las grandes redes sociales, como Facebook, permite precisar objetivos, identificar las muestras representativas y además son mucho más baratas y certeras. La diferencia del costo comercial entre la encuesta tradicional y la digital es significativa.
La digital es aproximadamente 80% más barata –al ocupar menos personas– y sus resultados, por cuanto a predictividad, son más certeros que los proporcionados por las encuestas tradicionales, que cada día hacen agua en sus predicciones. Los encuestadores tradicionales justifican la falta de tino en la predictividad con el argumento –o justificación– de que son fotos de momento, curándose en salud por si hay diferencias notables entre lo que indica una encuesta tradicional y los resultados de lo que se ha medido.
Asimismo, la encuesta tradicional se hace con entrevistas a entre mil 500 y 3 mil personas (o por lo menos eso es lo que dicen) y una digital puede hacerse entre 15 mil y 50 mil, lo que impacta en el margen de error. Obviamente, a mayores encuestas, menor margen de error.
Otro elemento: las encuestas tradicionales descansan en la confianza que se convierte, en los hechos, en un acto de fe, como si de un dogma se tratara. Las empresas encuestadoras entregan sus resultados, pero no (y esto es muy importante) las bases de datos, ni menos aceptan que sus resultados sean objeto de una auditoría técnica por parte del cliente para precisar que la metodología funcionó como las manecillas de un reloj suizo, más allá de los márgenes de error públicamente aceptados.
En las encuestas digitales la empresa encuestadora está en condiciones de entregar no sólo los resultados, sino toda la base de datos para que eventualmente el cliente verifique la seriedad del estudio, bien con una auditoría aleatoria o bien con una completa que precise si los usuarios que dice haber encuestado representan exactamente al perfil solicitado por quien ordena la encuesta.
Guardadas las proporciones, esta revolución digital abarca muchos rubros. Por ejemplo, el detector de mentiras más popular hoy en día es el polígrafo que tiene un margen de error de 15% o quizá un poco menos.
En cambio, otro detector de mentiras de la más reciente generación, el EyeDetect –creado por quienes en su momento inventaron el polígrafo–, no tiene contramedidas; es decir, hasta este momento su confiabilidad es de 100%. Y esto sucede porque en el polígrafo interviene una persona física, el poligrafista, que puede errar y eso es natural porque el ser humano no es perfecto. Y en ese margen de error del polígrafo pueden influir el estado de ánimo del poligrafista, su inadecuada preparación o experiencia, o el entrenamiento de la persona que se ha sometido a ese examen con la ayuda de ansiolíticos para generar falsos positivos o negativos dando un error con un margen apreciable.
El EyeDetect minimiza la intervención del ser humano y es un programa que mide las respuestas por los movimientos involuntarios de la pupila.
En México hay dos empresas pioneras y serias en estos estudios digitales, una ubicada en Monterrey, propiedad de los expertos Sergio Zaragoza y Aldo Campuzano; y en la Ciudad de México la más reconocida es Espinosa y Asociados, consultoría digital. Los propietarios de ambas empresas coinciden en que son egresados del Tecnológico de Monterrey, institución con prestigio en las áreas técnicas, sin demérito de otras instituciones académicas. En suma, cada minuto que pasa hay que voltear la mirada a la vía digital.
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