Fidel y el PRI: una relación olvidada

jueves, 15 de diciembre de 2016 · 10:48
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Los múltiples artículos aparecidos con motivo de la muerte de Fidel Castro han omitido referirse a un tema que tuvo enorme significado para las relaciones entre México y Cuba durante el siglo XX. México fue el único país miembro de la Organización de Estados Americanos (OEA) que se negó a cumplir la resolución de la IX Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores que decidió el rompimiento de relaciones entre los países miembros de dicha organización y el gobierno de Fidel Castro. Al hacerlo, marcó un hito importante en la política exterior de México e impidió el aislamiento total de la isla. Las relaciones aéreas y marítimas proporcionaron un importante puente de comunicación para todos aquellos que viajaban hacia y desde Cuba; no fue un hecho intrascendente. Con el mantenimiento de relaciones entre los dos países en los años difíciles de la Guerra Fría, cuando no era común oponerse a los designios de una de las dos grandes potencias, México confirmó que tenía un sitio especial en la política internacional. Era visto como el país que tenía el “derecho a disentir” de los Estados Unidos, lo cual lo singularizaba, positivamente, dentro de los países latinoamericanos. Asimismo, hizo notar la congruencia de su política exterior con su tradicional apego a principios de derecho internacional, como la autodeterminación de los pueblos, así como el respeto a causas revolucionarias que, en algunos temas, evocaban su propia revolución. Desde otra perspectiva, el mantenimiento de relaciones con Cuba contribuyó a la estabilidad política interna del país. A diferencia de lo ocurrido en otros países latinoamericanos, el entendimiento con Fidel tuvo como una de sus consecuencias que no hubiese apoyo cubano a movimientos guerrilleros en México. Por lo contrario, Fidel fue hasta finales del siglo XX un amigo solidario de los gobiernos del PRI. Así lo hizo sentir en momentos críticos políticamente, como fue la tragedia de Tlatelolco en 1968, o las acusaciones de fraude en las elecciones presidenciales de 1988. A pesar de fuertes polémicas respecto a la legitimidad del triunfo priista, Fidel asistió a la toma de posesión de Calos Salinas. Sectores de la izquierda mexicana todavía no lo perdonan, con la excepción del más interesado por haber sido el probable ganador, Cuauhtémoc Cárdenas, quien con motivo de la muerte del líder no ha vacilado en reconocer la grandeza de los ideales revolucionarios que persiguió. El agradecimiento de Fidel al mantenimiento de relaciones por parte del gobierno mexicano se hizo sentir de inmediato. Fue particularmente explícito en la famosa Declaración de Santiago, pronunciada en 1964 como una respuesta a la resolución de la OEA pidiendo el rompimiento de relaciones con Cuba. En aquella ocasión, Fidel puso el acento sobre el derecho cubano de ayudar a los revolucionarios de América Latina. Reiteró así una política que se había iniciado desde la segunda declaración de La Habana en 1962, cuando los dirigentes cubanos se pronunciaron por primera vez abiertamente a favor de los movimientos revolucionarios en la región, los cuales debían hacer uso, casi inevitablemente, de la acción armada. No obstante, en la Declaración de Santiago Fidel destacó que había excepciones a ese propósito de alentar a grupos armados. Dentro de tales excepciones se encontraba “en primerísimo lugar México”. Después de recordar las luchas de la Revolución Mexicana que permitieron a nuestro país seguir una política en defensa de los intereses nacionales, y después de declarar que “el actual presidente de México pasará a la historia al igual que el gran presidente Lázaro Cárdenas”, Fidel Castro afirmó: “al gobierno de México estamos dispuestos a decirle que nos inspira respeto… Nos comprometemos a mantener una política sometida a normas de respeto a su soberanía”. Sería erróneo afirmar que la cordialidad de Cuba hacia México fue el factor definitivo para explicar la escasa influencia de movimientos guerrilleros en México. Otros factores están allí para explicarlo. Igualmente equivocado sería ignorar la importancia de la política hacia Cuba para ampliar el margen de maniobra gubernamental a fin de lidiar con los grupos de izquierda. En efecto, la buena relación con Cuba era muy útil para arrebatarles una de sus reivindicaciones y fuentes de inspiración más importantes. Al terminar la Guerra Fría muchas circunstancias cambiaron. La soledad cubana al desaparecer el bloque socialista hizo evidente la imposibilidad de su proyecto económico; quedó, desafortunadamente, la falta de democracia. Las nuevas democracias latinoamericanas se interesaron en la normalización de relaciones con la isla; el respeto a la diversidad en América Latina dejó en el pasado los años de aislamiento de Cuba. Otras voces tomaron la bandera revolucionaria a través del socialismo bolivariano encabezado por Chávez en Venezuela. Esa utopía socialista perduró varios años para derrumbarse junto con la caída de los precios del petróleo y la incapacidad de los dirigentes que siguieron a la muerte de Chávez. Finalmente, el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos inauguró una etapa nueva, incierta y compleja en las relaciones exteriores de la isla. En el siglo XXI Cuba dejó de ser un tema prioritario para la política exterior mexicana. Asuntos tan comentados como el famoso “comes y te vas” que Vicente Fox le propuso a Fidel para evitar un encuentro enojoso con el presidente estadunidense Bush tuvieron un aspecto chusco como prueba de la torpeza mexicana y la astucia de Fidel. Para entonces, la época de entendimiento con Cuba pertenecía al pasado. Los dirigentes mexicanos han quedado marginados de momentos claves para las relaciones exteriores de Cuba, como el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos, o la celebración de conversaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla colombianos. Lo anterior no significa que las relaciones México-Cuba sean irrelevantes. Por motivos geopolíticos éstas tienen puntos de gran interés en la agenda. Migración, riquezas marítimas compartidas, límites marinos, rutas turísticas, semejanzas, encuentros y desencuentros culturales, relaciones económicas, son temas que están allí. Pero ello no se ha traducido en una estrategia de relaciones bien articulada, ni por parte de los dirigentes de México ni por los de Cuba. Por coincidencias de la historia, Fidel ha muerto al mismo tiempo que triunfa en las elecciones estadunidenses Donald Trump. La llegada a la presidencia de Estados Unidos de una personalidad tan insólita, conocida por posiciones de alto riesgo, racismo y declarada antipatía por México, ha producido desazón, desconcierto y temores justificados. En los momentos difíciles que se avecinan, recordar la época en que los dirigentes mexicanos tomaron la decisión de no acatar las decisiones de la OEA, fuertemente alentadas por Estados Unidos, produce una cierta nostalgia. Había entonces una diplomacia mexicana audaz que obtuvo con ello beneficios muy tangibles: ganar prestigio internacional, fijar líneas de distanciamiento con Estados Unidos sin por ello entrar en conflicto, asegurar condiciones para la estabilidad política interna que tantos tropiezos sufrió en la mayoría de países de América Latina, mantener una firme amistad con el líder más carismático de su época. Todo ello manejado con un discurso riguroso, impecable desde el punto de vista jurídico, carente de estridencias. Sabedores de que atravesamos circunstancias totalmente distintas, ¿se podrían, sin embargo, recuperar algunos rasgos de esa habilidad diplomática para enfrentar los retos presentes?

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