Los muros de la era global

viernes, 10 de febrero de 2017 · 22:24
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Debido a la coyuntura política y a la cobertura mediática, los ojos del mundo han girado hacia la frontera sur de Estados Unidos, donde el nuevo presidente, Donald Trump, pretende construir un muro con México. Las reacciones han sido mayoritariamente de rechazo, pero también de azoro, ya que su iniciativa contraviene la narrativa globalizadora de una creciente apertura de fronteras para el libre tránsito de bienes, servicios y personas. Aun cuando el muro de Trump puede parecer un sinsentido, está lejos de ser una excepción. Sin contar las antiguas murallas históricas, según diferentes recuentos actualmente hay en el mundo una cincuentena de muros divisorios, cuya suma alcanzaría casi 21 mil kilómetros, es decir, poco más de la mitad de la circunferencia de la tierra. Dichas barreras se construyeron gradualmente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial; pero, pradójicamente, la mayoría se erigió después de la caída del “muro” por antonomasia, el de Berlín, que también arrastró consigo a la llamada “cortina de hierro”, lo que hizo pensar que se habían acabado las fronteras físicas por motivos ideológicos, y que la humanidad podría moverse con menos trabas. Pero no fue así. Los conflictos políticos y territoriales continuaron; se incrementó el tráfico ilegal de armas, drogas y personas, y también aumentaron los fugitivos de las guerras y los migrantes económicos. Pero, ante todo, surgió la amenaza de un nuevo terrorismo trasnacional, particularmente el del fundamentalismo islámico, lo que motivó de nuevo a atrincherarse. Hoy todas las barreras se levantan con el argumento de la “seguridad”. O, como han expuesto diversos analistas, “los muros de la guerra fría eran para no dejar salir y los de la globalización son para no dejar entrar”. Con un agravante: que gracias a los avances de la tecnología, las divisiones fronterizas se han sofisticado y no necesariamente son muros, sino vallas de gran altura electrificadas y/o rematadas con filosas cuchillas; rodeadas de iluminación de alta intensidad, cámaras de visión nocturna, detectores de movimiento y sensores electrónicos, y vigiladas permanentemente por personal armado que con frecuencia cuenta con vehículos blindados, helicópteros artillados y hasta minas antipersonales. Todo este avituallamiento y el endurecimiento de las políticas migratorias no sólo ha llevado a graves violaciones de derechos humanos, sino al incremento de las mafias que trafican con personas, al desvío de los migrantes hacia rutas más peligrosas y, en fin, a tragedias como las que se viven todos los días en el Mediterráneo. Pero en lugar de disminuir, como en un “efecto dominó”, las vallas tienden a multiplicarse. Para empezar, habría que insistir en que la idea de Trump de construir un muro entre Estados Unidos y México no es nueva. La primera valla se construyó entre Tijuana y San Diego en 1994, durante el gobierno de Bill Clinton, y luego se amplió a toda California en el marco de la “Operación Guardián”. El desplazamiento de los migrantes a otros estados gestó después la “Operación Río Grande” , que derivó en 1997 en otra valla en Texas. Y en 2005 y 2006, por iniciativa republicana, el Senado autorizó otras ampliaciones más. Actualmente se calcula que la frontera ya está vallada en mil 123 kilómetros, lo que le implicaría a Trump construir dos tercios más. Estas barreras físicas, junto con el reforzamiento de los patrullajes fronterizos, llevaron a los migrantes ilegales a buscar pasos más riesgosos, lo que redundó en un incremento de las muertes. No hay datos precisos, pero se calculan más de 3 mil. Otro muro que mantiene Estados Unidos es el que delimita su base naval de Guantánamo con el territorio de Cuba. Armados hasta los dientes, cubanos y estadunidenses se acusan mutuamente de haber instaurado una frontera de guerra, donde se tira a matar y hay sembradas minas antipersonales. Los primeros, porque no quieren que sus ciudadanos salgan; los segundos, porque no quieren que nadie entre. Tampoco hay estadísticas, pero se calcula que desde los sesenta, miles de cubanos han muerto en su intento por llegar a este enclave estadunidense. Y nada hace pensar que con las políticas de acercamiento de Barack Obama –y que probablemente revierta Trump– esta situación cambie. Otra barrera, de la que recientemente se envaneció el premier Benjamín Netanyahu, es la que divide a Israel de Palestina. Se trata de dos muros, uno de hormigón en Cisjordania y otro de acero en Gaza, ambos con una altura aproximada de nueve metros. El primero, proyectado para 700 kilómetros, pasa en 80% por territorio palestino, rodeando asentamientos judíos y separando comunidades enteras; el segundo encierra la sobrepoblada franja gazatí. Diseñados para impedir la incursión de atacantes palestinos, en Gaza, controlada por el movimiento islamista Hamas, este cerco ha sido sorteado mediante túneles clandestinos por los que no sólo circulan insumos básicos para los gazatíes, sino también hombres y armas. Para bloquear esta nueva vía, los israelíes instalaron placas metálicas de hasta 30 metros de profundidad. A esta iniciativa se sumó también desde 2009 el gobierno de Egipto, que mantiene una frontera de 14 kilómetros con Gaza. Pese a los reclamos de gobiernos, organizaciones humanitarias y fallos de los tribunales de justicia de Naciones Unidas en el sentido de que se está violando el derecho internacional, nada ha detenido su construcción, y en días recientes Trump retomó las palabras de Netanyahu y lo mostró como ejemplo. En Asia, otra frontera arrastra un conflicto añejo. A la altura del paralelo 38, 230 kilómetros de muros de hormigón, campos minados, torres de vigilancia, fosos y alambradas separan desde 1953 a las dos Coreas. Casi un millón de efectivos vigila esta militarizada barrera: al norte, las tropas de la comunista Pyongyang; al sur, las de la capitalista Seúl, apoyadas por al menos 30 mil soldados estadunidenses. Técnicamente en guerra, pues no han firmado la paz, pese a algunos tímidos y esporádicos acercamientos, las dos partes de la península coreana no han logrado limar sus asperezas y menos se espera que lo hagan ahora, bajo el belicoso gobierno de Kim Yong Un, que amenaza con sus armas nucleares. Tampoco es de esperarse que Estados Unidos retire sus tropas. A pesar de todo, algunos norcoreanos han logrado evadir este cerco, aunque muchos más han muerto en el intento. Otras dos potencias nucleares que se han enfrentado militarmente en tres ocasiones (1947, 1965 y 1971), India y Paquistán, mantienen también una frontera cercada. Nueva Delhi extendió primero alrededor de la disputada región de Cachemira una doble cerca de alambre de cuatro metros de altura, equipada con alta tecnología y rodeada de minas, a lo largo de 500 kilómetros, pero luego la extendió a los casi 2 mil 900 kilómetros que conforman la línea divisoria indo-paquistaní. El gobierno indio argumentó que sólo estaba defendiendo su territorio y protegiéndose de fenómenos como el contrabando, la inmigración ilegal y la entrada de presuntos terroristas. Con los mismos argumentos también ha empezado a planear otra alambrada con Bangladesh, que una vez completada cubrirá otros 530 kilómetros de extensión. En el noroeste de África, una barrera olvidada da cuenta de otro conflicto no resuelto: el de Marruecos con el Sáhara Occidental. Terminado en 1987, un conjunto de muros de arena y piedra, alambradas y campos minados delimita la zona ocupada por Rabat a lo largo de 2 mil 700 kilómetros, lo que ha relegado al pueblo saharauí a una angosta franja en el desierto. El reino alauita se reservó para sí las ciudades y los recursos más importantes. Las negociaciones con el Frente Polisario están estancadas y los refugiados saharauíes en Argelia y Mauritania viven en condiciones miserables. Al norte Marruecos enfrenta su propio “muro”, frente a los enclaves españoles de Ceuta y Melilla. Con 8.2 y 12 kilómetros respectivamente, las vallas levantadas por Madrid a principios de los noventa han sido reforzadas varias veces ante los asaltos masivos de migrantes subsaharianos que buscan entrar a Europa. Hoy constan de dos tendidos paralelos de seis metros de alto, con una barrera intermedia de tres metros, cámaras infrarrojas, alarmas y dispersores de gases lacrimógenos. Y la presencia de guadias civiles, por supuesto. Todo ello no ha impedido que se intenten “saltos”, que no pocas veces culminan con heridos y muertos, o con las ilegales “devoluciones en caliente” a los agentes fronterizos del lado marroquí. Marruecos ha aceptado hacer el trabajo sucio para frenar la inmigración africana hacia Europa a cambio del apoyo a sus propios intereses. Algo similar a lo que está haciendo Turquía con los migrantes que huyen de los conflictos de Medio Oriente. Ankara ya arrastra desde 1974 su propio muro en Chipre. Luego de los enfrentamientos armados entre greco y turcochipriotas, que culminaron con la anexión turca de la parte norte de la isla, ésta quedó dividida en dos repúblicas por la denominada “Línea Verde” (180 kilómetros). No se trata de un muro propiamente dicho, sino de una combinación de edificios abandonados, barricadas, sacos de arena y alambradas, que impiden el paso inclusive a través de la capital, Nicosia. La República de Chipre (al sur) fue aceptada desde 2004 en el seno de la Unión Europea y se hicieron algunos intentos para una posible reunificación. Pero Turquía y Grecia no mostraron mucha disposición y menos lo tienen ahora que enfrentan sus propias crisis migratorias, derivadas de los conflictos en Siria e Irak. Al contrario, Grecia creó sus propias barreras para impedir el flujo de migrantes desde territorio turco. Ankara, por su parte, administra su enorme presencia de migrantes para presionar a Europa. Recientemente se denunció además que Turquía estaba construyendo un muro en su frontera con Siria. No es muy largo, apenas se eleva dos metros y está protegido por alambre de púas, pero se pretende que también cuente con cámaras de video y sistemas de rayos X. Ankara alega que es para frenar el ingreso de “terroristas”, pero los kurdos turcos aseguran que es para separarlos de los kurdos sirios, que luchan contra el Estado Islámico (EI) y podrían albergar aspiraciones independentistas. En medio de este desbordamiento, Europa también multiplicó sus barreras. El mayor escándalo se dio en la “Ruta de los Balcanes”, cuando en 2015 el gobierno de Hungría selló su frontera con Serbia y endureció sus leyes migratorias. Pese a las críticas, muy pronto Eslovenia hizo lo propio con Croacia. Austria amenazó con una valla que impida el paso de los migrantes que suben por Italia desde el Mediterráneo, y Francia y Gran Bretaña empezaron a levantar otra en la llamada “Jungla de Calais”, para evitar que los migrantes ahí concentrados puedan pasar a través de el Canal de la Mancha a territorio británico. Más calladamente, el de por sí hermético reino de Arabia Saudita ha construido una barrera de 900 kilómetros con Irak y otra de mil 700 con Yemen, país al que además ha atacado militarmente. Los argumentos son los mismos: la presencia de yihadistas –tanto del Estado Islámico como de Al Qaeda– y el enorme flujo de refugiados. Algunos analistas piensan, sin embargo, que tal amurallamiento sirvió también para frenar la infiltración de los reclamos populares que empezaron a extenderse por el mundo árabe. La lista de muros podría seguir. Kuwait también tiene el suyo con Irak. Uzbekistán, con Afganistán y Kirguistán. Botswana con Zimbabue. Sudafrica con Mozambique. Y Ucrania quiere uno para frenar a los rusos. Pero para terminar, todavía hay que mencionar uno que existe en América Latina: el de Argentina con Paraguay. El año pasado el gobierno de Buenos Aires erigió un muro de mil 300 metros de largo y cinco de alto que cierra el acceso al puente peatonal que une a las ciudades de Posadas (argentina) y Encarnación (paraguaya), bloqueando el comercio y el paso diario de miles de ciudadanos de ambos lados. La obra está vinculada con la hidroeléctrica Yacyreta, situada en la frontera común. La barrera, sin embargo, sólo se explica por el endurecimiento de las políticas migratorias del gobierno de Mauricio Macri, que buscan expulsar con más facilidad a los extranjeros que delincan e impedir que entren al país los que tengan antecedentes penales. Y, según las autoridades argentinas, éstos son principalmente paraguayos, peruanos y bolivianos. En días pasados, un diputado argentino pidió que se construyera también un muro en la frontera con Bolivia, creando una seria crisis con el gobierno de La Paz. Sin duda el Papa Francisco, que por enésima vez hizo un llamado a “construir puentes y no muros”, todavía tiene mucho trabajo por hacer.

Comentarios

Otras Noticias