Alberto Álvarez, en tres saltos, rumbo a Tokio

lunes, 27 de febrero de 2017 · 10:54
Algunos de los atletas mexicanos más prometedores entrenan en Monterrey. Uno de ellos es Alberto Álvarez, quien practica salto triple y logró llegar a la final de Río 2016. Su juventud y sus capacidades, sin embargo, auguran triunfos mayores, por lo que ya se prepara con miras a Tokio 2020. El atleta quintanarroense es una evidencia de que, si no se incorpora la ciencia a los entrenamientos y se fortalecen los programas gubernamentales, los mexicanos no podrán entrar en la élite deportiva mundial. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Alberto Álvarez no conocía el salto triple. Su cabeza estaba llena de futbol. Tres años antes había cambiado su natal Chetumal por Playa del Carmen, donde entrenaba en un equipo de Tercera División que le pagaba 5 mil pesos quincenales a cambio de calentar la banca. No importaba cuánto se esforzara entrenando. No era el favorito del director técnico. Su nombre no figuró nunca en el 11 titular. Se concedió un día más esperando la oportunidad. Se prometió a sí mismo, y a su padre, que si en ese juego no alineaba le pondría punto a su amor por el futbol. No jugó ni un minuto. Empacó. Se subió al coche de su papá y regresó a casa con ganas de no hacer nada. Pasaron dos meses antes de que se animara a ir a la pista donde su papá, contador de profesión, tiene una escuelita de atletismo por puro gusto. La instalación está en tan mal estado que no cuenta con foso de saltos. Era 2009. En un mes se iniciaría el campeonato regional y Quintana Roo no tenía representante en salto triple ni para los 400 metros. Por estatura (1.91), peso (78 kilos) y cualidades atléticas, Álvarez era un buen candidato. Con un mes de improvisado entrenamiento, Alberto ganó oro en el regional en la prueba de 400 metros con tiempo de 49 segundos. Como el salto triple lo había practicado sólo de vez en cuando, no quiso competir. “Pero mi papá me obligó. Le dije: ‘No quiero y no lo voy a hacer’. No me hizo caso. A los 20 minutos me dijo: ‘Ya te apunté, ve a competir’. Salté 13.29 metros. Con eso gané. Califiqué a mi primera Olimpiada Nacional. En 400 metros ni siquiera pasé a la semifinal y, al otro día, en salto triple obtuve bronce con 14.59 metros, mejoré cerca de metro y medio en dos meses. Me empezaron a visorear algunas universidades, pero me quedé entrenando con mi papá. Él empezó como yo, no sabía nada de salto triple. Se puso a estudiar y a ver videos. Tomó cursos para certificarse como entrenador. Y en 2010, en la Olimpiada de Puebla, saqué oro, con 15.59 metros”, recuerda el atleta. La última marca que Alberto consiguió con ayuda de su padre fue de 16.22 metros. Estaba a punto de iniciar el último semestre de Derecho en la Universidad de Quintana Roo cuando encontró valor para anunciarle a su familia que se iba a entrenar a Monterrey. “Primero acaba la escuela –le dijeron– o no te apoyamos”. Se marchó sin su consentimiento. Álvarez acababa de ganar el Premio Estatal de Deportes 2012. Con los 35 mil pesos que recibió se compró un boleto de avión y pagó sus primeros gastos. Ya había aceptado la oferta académica que le hizo la UANL para continuar sus estudios e integrarse a sus equipos representativos. Se instaló en un hotel durante un par de semanas antes de ingresar a Casa Tigres. Después la asociación estatal de atle­tismo le dio una beca que le permitió rentar un cuartito y no vivir en casa de estudiantes. Prefería estar solo. El entrenador cubano Romárico Sánchez se hizo cargo de la carrera de Álvarez. Su mejor marca fue de 16.53 metros, que le sirvió para romper el récord mexicano de salto triple, conseguido por el michoacano Jair Cadenas. Ejecutar un salto triple le toma a Alberto alrededor de 10 segundos, desde que corre una distancia de 40 metros y se impulsa en la tabla de batida hasta que aterriza en el foso de arena. En la caída recibe un impacto de unos 500 kilos de presión por centímetro cuadrado. El atleta vivía lesionado y con los talones morados. No sabía que su técnica para saltar era incorrecta. En los entrenamientos continuamente se desgarraba los cuadríceps. Con todo, participó en competencias internacionales. Pero ni siquiera a 60% de su capacidad. “Si no hay un buen contacto con el pie, el talón recibe todo el impacto y se inflama. Hay que hacerlo como si sólo rozaras el suelo. Eso me fallaba. Cada salto era un golpe fuertísimo en el suelo. Podía estar mejorando mis marcas, pero me lesionaba de un día para otro y se echaba a perder todo el trabajo. Fue una constante en 2012 y 2013, competir tratando de recuperarme de una lesión. “Iba con un fisiatra que me trataba a base de inyecciones de antiinflamatorios y de una técnica que consiste es raspar la pierna para que sangre por dentro y sane. Me raspaba cada cuatro o cinco días. Era muy doloroso. Aunque tuviera desgarre, esguince de tobillos o estuviera todo chueco, yo seguía entrenando.” Álvarez tenía apuraciones económicas. Acusaba dolor permanente y, encima, estaba lejos de su familia. Sabía que si les llamaba para decirles que no tenía un peso lo ayudarían, pero prefería ahorrarse el sermón de “hiciste las cosas mal”. Durante un año estuvieron distanciados. Todos los días se tragaba la tristeza. Al fin estaba haciendo lo que le gustaba. Entrenaba pensando en los Juegos Olímpicos, en conseguir la marca que lo llevaría a Río 2016. En 2011 había tenido contacto con el entrenador Francisco Olivares, que por aquel año entrenaba al saltador sonorense Luis Rivera en el Tecnológico de Monterrey. Pero en Monterrey ocurre que el Tec y la UANL son instituciones rivales deportivamente. Un Tigre jamás vestiría los colores del Tec y viceversa. A través de Luis Rivera, en febrero de 2016, Álvarez le mandó decir al coach Olivares que lo entrenara. Parecía imposible. Olivares ya había visto que en su primera competencia del año había saltado 16.70 metros, pero tenía prohibido trabajar con atletas de la otra escuela. “Me dijo: ‘Quiero ir a los Olímpicos y mi mejor opción es que usted me entrene’. Me dijo que ya no entrenaba desde hacía meses con el cubano. Quedamos en que si su universidad estaba de acuerdo yo preguntaría en el Tec. Mis directivos dijeron que no, pero preguntaron si era posible que calificara. Dije que sí. Dos días después me avisaron: ‘Adelante, va por México, no hay problema’. A él le dijeron que no, que sería una traición, y que dudaban que lo hiciera. Pero finalmente le dieron chance”, narra. El entrenador Francisco Olivares es un ingeniero agrónomo zootecnista graduado de la Universidad de Texas A&M, donde gozó de una beca por ser saltador de triple. Como la escuela no tenía suficiente personal, Olivares se entrenaba a sí. Con el tiempo, comenzó a guiar a los muchachos que trabajaban con él. Cuando terminó la carrera le ofrecieron el puesto de entrenador de saltos. Se quedó durante cinco años. Entretanto, era seleccionado nacional. Llegó a ostentar el récord mexicano en esa prueba. Como atleta, Olivares fue parte de un programa gubernamental llamado Plan de Seguimiento de Campeones, que a la larga generó una decena de atletas destacados a escala nacional. Primero fue autodidacta. Después, Francisco Olivares se certificó en varios niveles, entre ellos el cinco de la Federación Internacional de Asociaciones de Atle­tismo (IAAF).En 1993 fue contratado por el Tecnológico de Monterrey como entrenador en jefe. En marzo de 2016, Alberto Álvarez comenzó a entrenar con Olivares. El entrenador detectó sus yerros. Se abocó a corregir su técnica. Desde entonces el atleta no ha vuelto a lesionarse. En ese momento estaba a 30 centímetros de la marca olímpica. El Instituto del Deporte de Nuevo León le ofreció un equipo multidisciplinario y lo acompañó en su preparación. Alberto Álvarez tenía para entonces seis años como saltador de triple y corría muy mal hacia la tabla de batida. No coordinaba sus movimientos. Es más, no sabía que cuando ejecuta el salto, a la mitad de la pista hay un anemómetro para checar que la velocidad del viento no rebase los dos metros por segundo permitidos para que las marcas sean válidas. “Era fuerte y rápido, pero muy desordenado para moverse. Logramos corregir detalles técnicos y sintió el salto de forma distinta. Me dijo que le dejaron de doler los talones, tobillos y espalda. Empezó a sanar y a sentir que podía saltar sin dolor, empezó a disfrutarlo. En abril, en una competencia en Austin, en salto de longitud hizo 7.83 metros. Me dijo: ‘ya sentí el salto, ya siento que puedo volar’. Al día siguiente, en salto triple corrió muy rápido y metió 16.86; cumplía con la marca de IAAF, pero la Federación Mexicana exigía 16.90 metros”. Dos semanas después, en la competencia llamada Relevos Mount Sac, en California, Alberto consiguió la calificación olímpica. Para entonces ya había mejorado su postura (no erguía el cuerpo, sino que iba agachado mirando hacia el suelo) y de contacto con el suelo (no sabía ejecutar la técnica talón-punta: pisaba primero con la punta, lo cual lo frenaba antes de saltar). En su tercera oportunidad saltó 16.99 metros. “Estaba sorprendido. Incrédulo. ‘Ya terminaste, ya calificaste’, le dije. Ya está el objetivo. Disfruta. Te ha costado muchos años llegar a esto. Y se desplomó, empezó a llorar ahí mismo. No sabía qué decir ni qué hacer. Ya nomás le dije: ‘Dame un abrazo, cabrón’.” Los Olímpicos Alberto se define a sí mismo como un atle­ta orgánico. Hecho a “la antigüita”. Se enamoró del salto triple y hasta antes de llegar con Olivares entrenó como pudo. Previo a Río 2016 realizó varios campamentos en las instalaciones del Comité Olímpico de Estados Unidos, en San Diego. Ahí vio entrenar al medallista de oro en salto de longitud (con 8.38 metros), Jeff Henderson, y a Will Claye, plata en salto triple, con 17.76 metros. Descubrió que puede ser el mejor atle­ta de México en su prueba y ostentar el récord mexicano, pero comparado con otros deportistas está lejos de las marcas mundiales. En Río 2016, terminó en el lugar nueve, con 16.47 metros. Su actuación fue histórica. Por primera vez un saltador de triple azteca alcanzó una final olímpica. Pero quedó insatisfecho. No olvida que mientras Jeff Henderson entrenaba, un sujeto con una compu­tadora analizaba sus movimientos. En el carril de salto había sensores para evaluar si la fuerza de sus piernas estaba balanceada. Se detectó que con la izquierda aplicaba menos fuerza. Dos semanas antes de Juegos Olímpicos, el preparador físico de Henderson lo ayudó a corregir el problema. En esa instalación encontró unos cajones especiales que usó para mejorar el salto y una especie de polea con un cable retráctil que se amarra a la cintura para ayudarlo a acelerar la cadera en el vuelo. “El deporte no es de inspiración, necesita un trabajo científico para ser competitivo. Hay que tener talento, sí, pero el deseo de ganar no basta. Necesitamos trabajar con los científicos del deporte, como Vladimir Ortiz (director de Alto Rendimiento de Nuevo León) y con la misma Conade, para que con ciencia se haga realidad una medalla en Tokio 2020. Se trata de construir un campeón. No de decir: ‘Ese día se levantó de buenas y se alinearon los planetas y ganó’; más bien que sea que trabajamos para eso; que estábamos listos para ganar”, asegura Olivares. La mecánica de salto de Alberto todavía es perfectible. Detrás de cada ejecución está la serie de movimientos que le permiten maximizar la velocidad: el movimiento de brazos durante la carrera, el apoyo de los pies en el brinco inicial, el salto y el paso que debe dar antes de elevarse, en todo momento acelerando para conseguir un salto más largo. Es un proceso de reeducación. Álvarez enfrenta meses de entrenamiento. Según Olivares, le hace falta desarrollar masa muscular en la parte superior de su cuerpo para estar balanceado con sus extremidades inferiores. Eso le ayudará a ganar fuerza. Combinará el trabajo de levantamiento de pesas con pliometría, un entrenamiento físico que consiste en realizar saltos verticales y horizontales a distintas alturas para mejorar la fuerza de las piernas. “En estos cuatro años, rumbo a Tokio, Alberto debe tener un desarrollo de esa fuerza máxima y ser más competitivo”, explica el instructor. En Nuevo León fue creado el proyecto llamado Pro Tokio, que consiste en que el Instituto del Deporte que encabeza Raúl González dará los recursos necesarios para que sus atletas lleguen a los próximos Juegos Olímpicos con la mejor preparación. La dependencia no escatimará. “Se trata de que nos dediquemos exclusivamente a entrenar para conseguir el mejor resultado, sin preocuparnos por buscar dinero. Yo he hecho esto por amor. Cuando empecé lo hice por gusto, sin recibir nada a cambio. Nunca pensé en competir para que me den becas y me paguen. Ni siquiera sabía que existía CIMA ni becas de los estados. Empecé a saltar y cuando me di cuenta me gustó, pero qué bueno que ahora puedo estar tranquilo”, dice Álvarez. Este año, la competencia más importante en la que participará Alberto Álvarez es el Campeonato Mundial de Atle­tismo, que se celebrará en Londres, del 5 al 13 de agosto. Este reportaje se publicó en la edición 2103 de la revista Proceso del 19 de febrero de 2017.

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