El hombre que desnudó a la dictadura argentina

sábado, 1 de abril de 2017 · 08:21
Periodista de tiempo completo, Rodolfo Walsh murió cuando distribuía su último texto: una carta abierta a la dictadura que aplastaba Argentina hace 40 años. A cuatro décadas de su asesinato, vale la pena recordar a este personaje singular, escritor, cofundador –con García Márquez– de la agencia noticiosa cubana Prensa Latina, descifrador de los mensajes de la CIA que anunciaban la invasión de Playa Girón y guerrillero montonero en su patria. BUENOS AIRES (Proceso).- El 24 de marzo de 1977 la dictadura argentina cumplió el primer año en el gobierno. La encabezaban los jefes del Ejército, Jorge Videla; la Armada, Emilio Masse­ra; y la Fuerza Aérea, Orlando Agosti. Tenía el apoyo del poder económico, de la jerarquía eclesiástica, de los grandes diarios. El aparato ilegal de represión se asentaba en un clima generalizado de terror, desinformación y censura. En ese contexto, Rodolfo Walsh difunde desde la clandestinidad su última obra. El periodista, escritor y militante montonero se ha empeñado a lo largo de tres meses, en una Olympia portátil, para elegir el instrumento, las palabras y el tono. El texto es una radiografía cruda que confronta lo que la dictadura dice y lo que en efecto hace: la “Carta Abierta a la Junta Militar”. Un día después, el 25 de marzo, Walsh­ recorre la zona sur de una Buenos Aires militarizada. Preparó copias mimeografiadas de su escrito, destinadas a redacciones de periódicos y corresponsales extranjeros. Las va dejando en los buzones que encuentra a su paso. En la esquina de Entre Ríos y San Juan, en las primeras horas de la tarde, Walsh es emboscado por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma). Sobrevivientes de ese campo de exterminio reconstruyen más tarde la escena. Los marinos quieren atrapar a Walsh con vida. El oficial Alfredo Astiz –el Ángel Rubio– apela a un tacleador de rugby para derribarlo y reducirlo, pero éste fracasa en su intento. Walsh saca un revólver calibre .22 y hiere a uno de los secuestradores. A continuación recibe una ráfaga de ametralladora. Ni un medio publicó la carta abierta, pero el escrito –al que Gabriel García Márquez calificó de “una obra maestra del periodismo” y cuyo temple impugnador convive hoy con el Yo acuso, de Émile Zola– persiste. La compañera del escritor, Lilia Ferreyra, contó que la carta fue reproducida en numerosas copias que se enviaban a direcciones en el extranjero, extraídas al azar de guías telefónicas. Y que un diario de Venezuela fue el primero en atreverse a publicar, en 1978, aquel mensaje que tenía algo de botella arrojada al mar. “Es un documento extraordinario, una investigación sobre los procedimientos del gobierno militar de entonces, difundida en una situación de clandestinidad, ‘con la seguridad de ser perseguido y no ser escuchado, pero con la obligación de dar testimonio en momentos difíciles’, como él mismo escribe en su carta”, dice a Proceso el periodista Horacio Verbitsky, director del Centro de Estudios Legales y Sociales y discípulo de Walsh. Walsh modula el tono, el ritmo y la tensión de cada frase a partir de la invocación directa, en tercera persona del plural. “Quería trabajar ese estilo”, refirió alguna vez Lilia Ferreyra, “buscando, como en las invectivas latinas, la contundencia de la palabra oral en la palabra escrita”. “Es una interpelación a la Junta, a la que le habla en la cara”, dice a Proceso el historiador Felipe Pigna. “Les llama la atención sobre los eufemismos: lo que ustedes llaman ‘orden’ quiere decir represión, lo que ustedes llaman ‘plan económico’ quiere decir hambre. Es un trabajo interesantísimo con respecto al lenguaje. La dictadura inventa palabras como ‘desa­parecidos’, ‘pacificación’, ‘calma’ o ‘bienes­tar’, que son sencillamente eufemismos”, sostiene. La represión como medio Lo que realmente pasaba entonces en Argentina era sabido, según lo demuestra la documentación histórica, por el poder económico, la Iglesia, las delegaciones diplomáticas, los propietarios de los medios. La pesadilla completa –con la que se despertará tras la derrota de las Malvinas en 1982 y el posterior derrumbe de la dictadura– está en esas pocas páginas escritas por Walsh en 1977. Su recuento parcial habla ya de “15 mil desparecidos, 10 mil presos políticos y 4 mil muertos”. Refiere mil 200 ejecuciones de militantes “disfrazadas en supuestos choques entre subversivos y fuerzas militares”. Grafica el accionar de los grupos de tareas al servicio de la Junta, el sistema de centros clandestinos de detención –entre los que menciona a la por entonces desconocida Esma–, el compendio de torturas impuesto en nombre de valores occidentales y cristianos, la dinámica de los “vuelos de la muerte”, consistente en arrojar prisioneros vivos, sedados, a las aguas del Río de la Plata y del océano Atlántico. “La Junta que ustedes presiden no es el fiel de la balanza entre ‘violencias de distintos signos’ ni el árbitro justo entre ‘dos terrorismos’, sino la fuente misma del terror que ha perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte”, se lee en el documento. Walsh se anticipa también a la justificación que de hecho esgrimirán años después los jefes militares, al admitir la posibilidad de que algún subalterno haya cometido “excesos”. A su juicio, el terror implantado no responde a los “desbordes de algunos centuriones alucinados, sino que es la política misma” de la Junta Militar. Pero el escritor va más lejos. Entiende que la represión de las organizaciones guerrilleras, que en 1976, al producirse el golpe, ya están prácticamente derrotadas, no es el objetivo central de la dictadura. El accionar asesino contra opositores, sindicalistas, religiosos, estudiantes, es sólo el medio para instalar un plan económico que se traduce en desindustrialización, especulación financiera, explotación, empobrecimiento.­ Tránsitos Walsh nació en 1927 en la patagónica provincia de Río Negro. Más precisamente en Choele Choel, que en lengua mapuche significa “corazón de palo”. “Me ha sido reprochado por varias mujeres”, bromeaba. Hijo de inmigrantes irlandeses, católicos, estuvo internado en una congregación de curas. Su dominio del inglés y su temprana vocación por la escritura le permitieron ingresar, a los 17 años, a la editorial Hachette para hacer traducciones. A los 20 se inició en el periodismo y a los 26 ganó el Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires con su libro de cuentos Variaciones en rojo. “Fui lavacopas, limpiavidrios, comerciante de antigüedades y criptógrafo”, escribió Walsh. Tímido, introvertido, corajudo, exigente en extremo, lo describen quienes lo conocieron. También calmo y a la vez enérgico. Ajedrecista. Investigador con método. Su derrotero literario va del cuento detectivesco a la novela negra, para encontrar finalmente su voz en la novela testimonial, la non fiction, como más tarde se llamará este género. “Hay un fusilado que vive”, escucha Walsh en 1956 en un bar de La Plata. La frase dispara una investigación rigurosa, que lo lleva a dar con un sobreviviente de un fusilamiento realizado meses antes por la dictadura de Pedro Aramburu. Este general encabezó el golpe contra Juan Perón en 1955. Operación Masacre, publicada en 1958, es el testimonio novelado de una ejecución secreta de militantes peronistas en un basural del Gran Buenos Aires. Fue escrito al mismo tiempo en que Truman Capote investigaba el asesinato de una familia en Kansas que volcaría en A sangre fría. “Rodolfo Walsh, al igual que Truman Capote, resignifica el cruce entre periodismo y literatura, entre la prosa y la poesía”, dice a Proceso el poeta y dramaturgo Vicente Zito Lema, exdirector de la revista Crisis. “Rompe estos moldes y vuelve a presentar la escritura en sus fuentes originales, por encima de los géneros, que suelen ser clasificaciones que asfixian, haciendo lo que hoy podríamos llamar fusión de géneros o transdisciplinaridad”, explica. Walsh transita de la ficción a la crónica y de la investigación periodística al protagonismo político. En 1959, viaja a Cuba y funda junto con Gabriel García Márquez y Rogelio García Lupo la agencia de noticias Prensa Latina. Utilizando sus dotes de criptógrafo aficionado, descifra comunicaciones secretas entre agentes de la CIA, que permiten alertar acerca de los preparativos de la invasión de Playa Girón, que finalmente es repelida. En 1969, en ¿Quién mató a Rosendo?, investiga a la burocracia sindical argentina. Y en 1973, en El caso Satanowsky, desnuda la vinculación entre la agencia de inteligencia y un medio gráfico. Ese mismo año se integra a la organización Montoneros. Muy pronto manifiesta sus discrepancias con la cúpula de esta guerrilla peronista. Considera que la resistencia debe privilegiar la inserción popular al foquismo. Prevé la segura derrota a la que conduce su estrategia. Durante el primer año de la dictadura escribe en la agencia de noticias clandestina Ancla. Rodolfo Walsh murió el 25 de marzo de 1977. En una mano tenía un revólver. En la otra, su texto más celebrado. Muerto o moribundo fue llevado en un automóvil a la Esma. Su cadáver fue visto esa misma tarde en el Casino de Oficiales. “No creo que él tuviera un plan determinado de vida por encima de querer que cada palabra suya estuviera acompañada por su propio cuerpo”, sostiene Zito Lema. “Es como que se fue formando siempre para hacerse cargo de la tarea fundamental que le esperaba, que era poner en palabras todo lo que significó, como potencia del mal, la irrupción de la última dictadura militar, que genera algo único en su densidad y su número, como fueron las desapariciones”. En su cuento “Esa mujer”, Walsh indaga en la fascinación que puede provocar el cuerpo de Eva Perón, no sólo inerte, sino embalsamado. El cuerpo del escritor nunca fue recuperado. Walsh debió intuir el tránsito final que lo esperaba. Hoy es uno más entre los desaparecidos. Su carta abierta es un testimonio histórico. “Para mí es muy difícil compaginar la imagen de la persona viva que yo conocí, que fue mi amigo, con la figura monumental en la que se ha convertido en la valoración del conjunto de la sociedad”, dice Verbitsky. “Incluso el hecho anecdótico e inexorable de que él tenía 15 años más que yo, y ahora yo tengo 25 más que él”, se le quiebra la voz. “Hay una intersección entre la persona, el personaje y el mito que me cuesta manejar”. Este reportaje se publicó en la edición 2108 de la revista Proceso del 26 de marzo de 2017.

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