Romayne Wheeler, el músico que cayó del cielo

domingo, 16 de abril de 2017 · 00:32
Concertista de profesión egresado de los conservatorios de Salzburgo y Viena, el pianista de origen estadunidense es ya una presencia imprescindible entre los rarámuris. No sólo porque con sus conciertos en el mundo consigue recursos para los pueblos de la Sierra Tarahumara –donde se instaló hace 25 años y fundó un hospital–, sino porque tiene toda la confianza de las comunidades. A algunos de los niños los está convirtiendo en concertistas. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Romayne Wheeler deshechó los privilegios de la fama artística y de una vida holgada en las principales urbes del mundo, para instalarse con su piano en las cumbres de la Sierra Tarahumara, donde los jerarcas políticos jamás se atreven. Ahí comparte su piano y conocimientos médicos con las 480 familias de etnia rarámuri (“los de pies ligeros”) que viven en el ejido de Munérachi, municipio de Batopilas, Chihuahua. “Uno vive al filo de la navaja allá, confrontado con la vida y la muerte. Nuestra lucha es por reducir la mortalidad infantil pues los niños mueren hasta en un 50 % antes de cumplir los diez años debido a diarrea, enfermedades del pulmón y malnutrición. No es fácil convencer a médicos o enfermeras que vayan allá tan lejos de las ciudades y sin tiendas Oxxo.” Nacido el 28 de marzo de 1942 en Santa Helena, California, pero nacionalizado austriaco tras estudiar piano y composición en los conservatorios de Salzburgo y Viena durante 12 años, Romayne Wheeler levantó su estudio Rosorá ajué (“Nido del águila”) y un centro médico para urgencias en la aldea de Retosachi, así como una pequeña escuela que edificó en Munérachi (“donde hay frijol”), a unos dos mil metros de altura, conforme a la filosofía que manifiesta cuando comienza cada concierto: “Quiero compartir con ustedes la cosecha de mi vida y lo más bello. Como músico, uno vive no nada más para tocar sino para hacer partícipe la alegría interior al mundo, porque si la busco yo fuera de mí, no la tengo. Hay que compartirla, aumentarla, y que la música pueda traer luz a la vida y alimentar el alma.” Desde 1992, cuando dio “el brinco de locura” y fundó su asociación civil de ayuda a los tarahumaras, Wheeler pasa la mitad del año en la comunidad rarámuri y los seis meses restantes presentándose en giras mundiales (“regreso como las golondrinas”), obteniendo así dinero para subsanar los problemas de la zona indígena chihuahuense donde vive. Su gran ejemplo fue Albert Schweitzer (1875-1965), Premio Nobel de la Paz y un gran organista suizo del siglo pasado que se fue a África y fundó en Lamborene un hospital que todavía existe (los oriundos le llamaban El hombre blanco), y lo financiaba a través de sus conciertos en Europa: “Ya estoy celebrando 25 años desde que me vine a quedar, yo nada más vivo de la venta de mis discos. Lo hago por puro gusto, es lo que me alimenta el alma. Han sido los años más felices de mi vida desde que todo eso ha comenzado. Años llenos de milagros, de muchas cosas bellas que suceden.” Batallas en la montaña En reciente visita a la capital mexicana, Proceso se reunió para charlar con Romayne Wheeler y su acompañante Felipe Puente, tesorero del Fondo de Ayuda Tarahumara, A. C., previo al recital que El compositor ecologista (“como me bautizaron en Italia”) ofreció en el Tecnológico de Monterrey Campus Ciudad de México, en Tlalpan. En su auditorio interpretó, entre otras obras, Rapsodia azul de George Gershwin (versión suya para piano), y dos piezas para guitarra, Recuerdos de La Alhambra de Francisco Tárrega y Asturias de Isaac Albéniz (también en versión propia). Cuestionado sobre si el crimen organizado había alcanzado a corromper la seminómada región tarahumara, el autor que a lo largo de 18 años escribió La vida ante los ojos de un rarámuri (publicado por la tapatía Editorial Ágata, “especializada en textos de Juan Rulfo” y asequible vía electrónica por http://www.facebook/romaynewheeler y www.romaynewheeler.org.mx), responde con otra pregunta: “¿Y a dónde no ha llegado el narco? Esto ocurre en todo el país. Los problemas reales y muchas confrontaciones que hay se suscitan más bien por los grupos del narcotráfico entre sí, sean de Sinaloa o de Chihuahua. Tratamos de no tener tratos con esa gente, porque una vez que nos involucran ya son puros conflictos.” Tercia Felipe Puente: “A tal grado, que dos ahijados de él ya estuvieron presos porque les dijeron: ‘Lleva este paquete allá y te voy a regalar una bicicleta’. Y los agarraron…” –Con Trump en la presidencia y sus amenazas a México, ¿qué le espera a la frontera norte de nuestro país? –Yo pensé que con la caída del muro de Berlín iba a ser el último muro y que el mundo iba a mejorar; pero en vez de eso, parece que “vamos de Guatemala a guate peor” nuevamente. “Algo que me da un poquito de consuelo, es que a Trump le gustaría ser dictador, ¡pero no puede! Porque el congreso vota en contra de sus decisiones extremas y él está viendo que no todas las cosas que desea las puede lograr… La gente le va a ir poniendo freno a sus afanes dictatoriales.” En el país de las nubes Políglota, pintor, animalista y musicólogo con ancestros de la Alemania sajona, Wheeler solamente vivió un par de años en California. Sus padres (Lawrence, doctor, y Bárbara, profesora de música) realizaban labores médicas en la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Con ellos viajó por el Caribe y América Latina. A los 9 años su vida cambió cuando en San Juan de Puerto Rico lo llevaron a un recital del gran guitarrista español Andrés Segovia. “De niño, cuando venían los Flying Doctors, una asociación que en México llaman Doctores sin Fronteras, yo les cuidaba las avionetas para que los yaquis no vinieran a robar partes del avioncito de noche, y en ese tiempo volé sobre la Sierra Tarahumara. Cuando vi esa inmensidad pensé: ‘Algún día la quiero caminar toda’. Así que ahí se quedó como un microchip acompañándome hasta que en la década de los ochenta se cumplió.” De afilados ojos azules, el músico porta un pañuelo en su mollera, colorida camisa rarámuri que tejió su vecina Dolores Gutiérrez y huaraches de llanta elaborados por su compadre Juanito, papá de Romayno, a quien desde niño empezó a enseñar a tocar piano clásico y becó musicalmente su fundación (ver recuadro): “Es el segundo par que tengo desde 1992, ya le han dado vueltas al mundo varias veces. Desde 1987 dejé de ponerme frac en mis conciertos. Siempre para Semana Santa todo mundo allá se viste con ropa nueva. La idea es de renovación, posee un sentido prehispánico pues tiene que estar uno limpio con todo y antes de hacer la siembra, y mientras más alegres los colores, mejor. Las mujeres a veces tienen faldas hasta de 20 metros y se les dice: ‘Bríncate el barranco y te sirve de paracaídas’.” Desborda anécdotas a mares, entre bromas salpicadas de proverbios indígenas y risas. Esconde su cruz rarámuri (“para que no me confundan con un padrecito”), y sonríe en silencio al oír la leyenda de que es “un músico que literalmente cayó del cielo sobre la Sierra Tarahumara”. Supuestamente, sucedió a mediados de los ochenta cuando tocó en el Festival Internacional Cervantino y conoció al gobernador de Chihuahua, Fernando Baeza Meléndez, quien le proporcionó un helicóptero para que visitara la Barranca del Cobre, y Wheeler se quedó a vivir en las montañas hasta 1991. La verdad es más antigua: “Conocí y viví con los rarámuri desde el año 1980, visitándolos por dos meses y medio cada año y acampando con una familia en una cueva acompañado de mi pianito solar hasta 1992. Ahí me enamoré de su cultura.” No hay nada de mágico en su labor, afirma. Se ganó la confianza del pueblo a pulso, yendo casa por casa para proporcionarles medicinas, asistir partos y consultar si deseaban se construyera una pista para aterrizaje y despegue de avionetas, las cuales hoy transportan doctores y enfermos. “Hace poco más de una centuria el etnólogo noruego Carl Lumholtz (1851-1922) fotografió a los tarahumaras y escribió un libro sobre las etnias del país y advirtió: ‘Quizás en unos 20 años todos los indígenas se van a mestizar’. Pero no es cierto, hoy podemos decir todo lo que no ha cambiado: la mentalidad y la filosofía de vida del rarámuri se han podido mantener hasta ahora intactas. Su manera de ver la vida es una cosa única, para mí es como regresar al inicio de la humanidad, donde la persona más valiosa es la que aporta más al ambiente que la rodea. Todo allá se comparte.” Y cuenta cómo le ayudó la comunidad entera para subir un pesado piano hasta el acantilado de su elevado estudio “en el país de las nubes”. En 2005 los periodistas franceses de Canal TV5 Monde hicieron un documental “muy bueno sobre mi experiencia allá en la Tarahumara, y el gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza Terrazas, prestó su helicóptero para que desde las alturas pudieran tomar fotos de los riscos en las montañas circundantes y salió preciosa la película, incluso el Canal Once del Instituto Politécnico Nacional de México copatrocinó el viaje y vuelos de fotógrafos”. –¿Tiene usted hijos? –Mi gran familia son los rarámuris. Si no tuviera esperanza en la humanidad no estaría aquí ni tendría suficiente ritmo para seguir adelante. A mí me gusta creer lo mejor, sabiendo que a veces me voy a decepcionar porque la luz y la sombra son parte de la realidad. Pero tengo fe en que al final lo positivo vaya ganando. Los días 9, 10 y 11 de abril tocará en Parral, Chihuahua. El Fondo de Ayuda Tarahumara está incorporado a Romayne Wheeler el Pianista de la Sierra Tarahumara, A.C., sin fines de lucro. Las donaciones, becas y pagos de conciertos se envían a través de la cuenta 00106014402 de la asociación en Scotiabank (CLABE/IBAN 044180001060144027). Concluye: “Hay una corriente espiritual en el mundo, se nota en la literatura, donde la gente sí está buscando otros valores pues está harta de tanto materialismo en pos de las cosas que son perennes y no tienen fecha de caducidad. Lo noto también a través de mis charlas con los estudiantes de universidades aquí y en Europa, siento que estamos en el amanecer de una nueva era donde buscaremos las cosas que son trascendentes. Es lo que me sostiene también, y sin eso yo no podría escribir una sola nota de música.” Este reportaje se publicó en la edición 2110 de la revista Proceso del 9 de abril de 2017.

Comentarios