'La tinta de la melancolía”: Van Gogh por Jean Starobinski

domingo, 21 de mayo de 2017 · 09:23
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La tinta de la melancolía se intitula el ensayo de 552 páginas que el médico, crítico literario y escritor suizo Jean Starobinski (Ginebra, 1920) publicó hace un lustro (L’Encre de la mélancolie), apareciendo este año en edición del Fondo de Cultura Económica (FCE) al cuidado de Fausto José Trejo, en Sección Obras de Historia, con epílogo de Fernando Vidal y traducción de Alejandro Merlín. El diseño de la portada, a cargo de Paola Álvarez Baldit, muestra dos imágenes del óleo realizado por el pintor holandés Vincent Van Gogh al final de su vida: Retrato del doctor Gachet (1980), obra que servirá de tema para este adelanto de un libro harto atractivo tanto en el plano de la medicina, como en el campo de la psicología, la religión y las bellas artes. En la contraportada del volumen del FCE leemos: “La melancolía y sus tratamientos han sido objeto de debate a lo largo de diversas épocas: los antiguos señalaron que era producto de la bilis negra, un humor de la sangre que ocasiona epilepsia, tristeza y lesiones cutáneas; en el mundo cristiano se la vio como la ‘extinción de la voz’ del alma que atacaba a los anacoretas, a los recluidos y a las personas consagradas a la vida monástica, y en la época moderna se la estudió como una alteración de las principales funciones del sistema nervioso.” El médico, crítico y autor Jean Starobinski rastrea los orígenes del tratamiento clínico de la melancolía y examina el concepto en cada una de sus mutaciones: enfermedad, esencia creativa o explosión del ingenio pesimista. Su análisis abarca los trabajos de Robert Burton y Sören Kierkegaard, el diagnóstico de la crisis que sufría van Gogh, el spleen del poeta Charles Baudelaire y el relato de la destrucción de la ciudad de Troya, entre otros temas, conjuntando los trabajos que por medio siglo le ha dedicado a esta dolencia, materia de reflexión para doctores, artistas y filósofos. A continuación, ofrecemos para nuestros lectores fragmentos del capítulo “Anatomía de la melancolía”, el de su apartado final denominado “El retrato del doctor Gachet, por Van Gogh” (página 195-201). Un diagnóstico en disputa No me arriesgaría a dar un diagnóstico de la crisis que tanto temía Vincent van Gogh. Karl Jaspers había creído que era posible hablar de esquizofrenia. Los que siguen creyendo hoy en día en este diagnóstico son cada vez menos: no hay ningún indicio, ni en la pintura ni en la extensa correspondencia de Van Gogh, que hable en favor de esa hipótesis […] ¿quién se atrevería a encerrar a Vincent en la tipología clásica de melancolía? No obstante, cuando abandona Saint-Rémy-de-Provence, donde fue hospitalizado por voluntad propia, y cuando se instala en un modesto albergue de Auvers-sur-Oise, Van Gogh escucha hablar de melancolía. El doctor Ferninand Gachet, a quien se le asigna como paciente, parece estar convencido de que este es el mal que padece, y de que una recaída podría ser inminente […] Unas semanas más tarde, el 29 de julio de 1890, Van Gogh se pegaba un tiro en la zona del corazón y moría horas más tarde. ¡Qué doctor tan singular Gachet! Ciertamente no se merece los insultos que Antonin Artaud le prodiga en un libro lleno de intuiciones fulgurantes: “El doctor Gachet fue un grotesco cerbero, un sanioso y purulento cerbero, de chaqueta azul y tela almidonada, asignado al pobre Van Gogh para arrebatarle todas sus sanas ideas” […] Sin duda Gachet no escatimaba consejos médicos; a cambio recibía o adquiría lienzos extraordinarios. La identificación con el médico Cuando Van Gogh lo conoció, Gachet estaba viudo desde hacía algunos años. Este duelo lo había hecho sufrir mucho. Van Gogh percibió en él un profundo desaliento, y para el pintor ése fue un motivo de identificación […] Gachet quiso que Van Gogh hiciera su retrato (y el de su hija). Éste aceptó con mayor voluntad viendo en él a un doble […] En una carta inacabada, hallada entre los papeles de Vincent, encontraremos estas líneas dirigidas a Gaugin: “Ya tengo un retrato del doctor Gachet con la expresión desolada de nuestro tiempo. Si así lo quiere, algo así como su Cristo en el Jardín de los Olivos destinado a no ser entendido, pero en fin, hasta aquí, yo lo estoy siguiendo a usted…” Van Gogh menciona minuciosamente las relaciones de los colores. Los colores para él son medios de expresión. Pero, ¿qué quiere expresar? La “expresión desolada de nuestro tiempo”. Fórmula somera (pues sólo es verbal), pero que no se limita sólo al doctor Gachet: “Mi retrato es casi igual”. Otra relación se establece, como acabamos de ver, con el Cristo del Jardín de los Olivos, como lo pintó Gaugin. Podríamos agregar también el Cristo muerto de Delacroix, el Lázaro de Rembrandt, de los cuales Van Gogh hizo copias trazando los rostros con su propia cara. El núcleo en común entre estas diversas identificaciones, en el registro verbal, es la palabra navré, en el sentido fuerte de desolada. Obstáculo para el pensamiento Aplacemos por un momento el análisis del retrato del doctor Gachet. Resulta oportuno recordar que Gachet había prestado servicio con Falret en la Salpêtrière, donde había adquirido mucha experiencia en patología mental. Para su tesis de medicina, que había defendido en Montpellier, decidió escribir un Étude sur la mélancolie. Esa instancia médica fue para Gachet la mejor ocasión para conocer a Bruyas (quien había defendido a Courbet y cuya colección Van Gogh admiraría). En su tesis (1864) Gachet retoma numerosas ideas clásicas, repetidas por lo general en manuales y diccionarios de medicina. Señala con sensatez el aletargamiento y la inhibición que caracterizan al estado depresivo. “Me parece que hay en todo el ser un obstáculo que disminuye, entorpece o incluso impide por completo el movimiento vital.” […] En una visión fantasmal, que se remonta a las cosmogonías renacentistas, Gachet considera la melancolía como un principio que puede afectar a los objetos naturales: “La melancolía está en toda la naturaleza. Hay animales, vegetales, incluso piedras que son melancólicas.” […] Una melancolía “esencial” Ahora volvamos a observar el retrato que hizo Van Gogh de Gachet; examinemos también el retrato de aguafuerte que hizo casi al mismo tiempo. Vemos el pliegue de la ceja, el pliegue entre las órbitas, la acentuación del pliegue naso-geniano, la boca fruncida, el busto y la cabeza inclinados, etc. Sorprende la coincidencia entre la descripción un poco torpe que encontramos en las páginas de su tesis y la imagen producida por el pincel de Van Gogh. (Con excepción de su postura encorvada, se parece mucho al rostro de Van Gogh en algunos de sus autorretratos) Gachet bien pudo reconocer en su retrato los caracteres signaléticos que antaño había atribuido al individuo melancólico. Hay un consenso general muy singular que pasa por la mirada y por la simpatía del pintor. Con un poco de esfuerzo, es posible encontrar estas señas en el retrato de Norbert Goeneutte en 1891. El tronco oblicuo, la cabeza apoyada sobre el puño cerrado: es, en la pintura clásica, una postura constantemente atribuida al homo melancholicus, a Saturno, patrón de los melancólicos, o a la figura que personifica alegóricamente a la melancolía. Van Gogh no habla de ello en las líneas en que describe su cuadro. Pero no podía ignorar el sentido iconológico de esta postura, él, que conocía tan bien a los maestros antiguos. Sería necesario en este punto reabrir el vasto repertorio de imágenes ilustres de la melancolía, comenzando por el famoso grabado de Durero. Y también convendría mencionar los lienzos que pintó Edvard Munch en 1981. Se titulan Melancolía, y allí el pintor se presenta con la cara ligeramente inclinada, la mirada baja y la mano sosteniendo la cabeza. Después de Van Gogh, cuyo retrato del doctor Gachet sin duda le era desconocido, el pintor noruego extiende como él una tradición figurativa. […] El doctor Gachet había enviudado y guardaba luto. Van Gogh lo sabía, pero nada en su cuadro indica la causa de esa expresión “herida”. La pérdida se adivina, pero permanece indefinida. Estamos frente a una melancolía “esencial”. Otros signos, sin embargo, pueden leerse en el retrato del doctor Gachet. Pero, ¿cómo hay que leerlos? La mesa roja, los libros amarillos, la rama de flores púrpuras poseen igualmente valores cromáticos que adquieren su sentido pictórico por su oposición a otros colores (manos, rostro, ropa, fondo de la escena, etc.) Y sin lugar a dudas, el color para Van Gogh, tenía sentido en tanto que color, y nadie puede negar los vínculos asociativos que, en el amarillo, empatan al sol, las espigas maduras, los girasoles, con los forros de los libros. El color implica analogías y antagonismos. Pero, en la mano del médico, la digital también cobra un nuevo sentido, de otra manera. Parece, a partir de ciertos testimonios, que Gachet quiso que figurara en su retrato esta planta medicinal, cuyas virtudes cardiotónicas habían sido establecidas científicamente desde hacía aproximadamente un siglo (Withering, 1785). Si creemos en los biógrafos (especialmente Doiteau), Van Gogh habría querido poner en su cuadro “un símbolo de la profesión de su modelo”, y Gachet habría escogido la rama de digital. Elección personal de un emblema que la tradición pictórica no había codificado. En cuanto a los libros amarillos, seguramente se trata de novelas. Ambos llevan al lomo títulos visibles: Manette Salomon, Germinie Lacerteux. Estas dos obras de los hermanos Goncourt no fueron escogidas al azar. La primera concierne al mundo de los pintores; la segunda, a un caso patológico que termina de manera fatal, y en ambas los narradores adoptan una mirada “médica”, conforme a la estética realista. Es una clara indicación de los intereses estéticos del doctor Gachet, una evidencia (quizá por petición propia) de sus autores favoritos. Los indicios afectivos del rostro se complementan así con los especímenes o los emblemas de las actividades del personaje: la ciencia (el arte de curar) y las bellas artes. Es dable hacer otra lectura del cuadro. Recorramos una vez más las imágenes legendarias (el Demócrito de Salvator Rosa, por ejemplo) o las personificaciones más conocidas de la atrabilis (la Melancolía de Domenico Fetti, que está en el Louvre, o el grabado de G. B. Castiglione). Dichas figuras se centran en diversos objetos cargados de valor simbólico: instrumentos científicos, figuras de geometría, partituras de música, libros, clepsidras, flores cortadas, cráneos… Estos objetos, cuya función es denunciar los límites del conocimiento, la futilidad de los placeres, la caducidad de la existencia humana, se encuentran reunidos en un género pictórico practicado en Europa occidental entre los siglos XVI y XVIII: la Vanitas. Pintura cuyo objetivo moral es recordar a los hombres la vanidad de sus ocupaciones profanas y de sus alegrías efímeras y temporales. Pintura que suele denunciar la engañifa de todo espejo, es decir, de la pintura misma. La figura ladeada del doctor Gachet se inscribe innegablemente en la extensión de una antigua “tradición de la melancolía”; y no es poca la tentación de interpretar los objetos que tiene frente a él como descendientes de los emblemas de la vanidad. Me parece muy poco probable que Van Gogh haya querido hacer una alusión deliberada. La posibilidad de lectura que evoco es una ilusión óptica propia del visitante de museos, del espectador enterado. Pero me basta con que van Gogh no me haya, tampoco, prohibido esta interpretación. Esta obra tan moderna, destinada a ser comprendida dentro de cien años, y que ejerce sobre nosotros, como lo quería Van Gogh, el efecto de una aparición, sigue siendo profundamente cercana a la imagen que el pasado se había hecho de la melancolía. En un lenguaje renovado con soberana violencia, un artista explora además un gran tema de la conciencia occidental: el tormento de la existencia individual, en la soledad y en la angustia de la disminución de las fuerzas vitales. Este médico presa de la ansiedad es testimonio de la ansiedad del pintor: ¿Qué hacer cuando el que ha de ayudarnos necesita también ayuda?

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