Francia y Libia: de Sarkozy a Macron

viernes, 28 de julio de 2017 · 10:45
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En su intenso activismo hacia el exterior, el nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, recibió esta semana en París a los dos “hombres fuertes” de Libia por quienes necesariamente pasa una posible solución al conflicto que desgarra ese país del Norte de África desde que Muamar Gadafi, su amo y señor durante 42 años, fue derrocado y asesinado. Se trata de Fayez Serraj, el primer ministro del Gobierno de Unidad Nacional apoyado por Naciones Unidas, que apenas si logra controlar la capital, Trípoli; y el mariscal Jalifa Hafter, que domina militarmente el escindido este libio. En medio de ellos opera una miriada de milicias cuya lealtad se ofrece al mejor postor; y numerosos grupos yihadistas, entre ellos el Estado Islámico (EI). El gobierno francés fue muy cuidadoso en las señales que envió a través de su protocolo. De entrada, no acogió a los dos dirigentes libios en el palacio del Elíseo, sino en el de La Celle-Saint Cloud, a las afueras de París, y a ambos les dio un trato distinto. A Serraj, como “representante legítimo de Libia”, lo recibió el propio Macron, acompañado de su ministro de Exteriores, Jean-Yves Le Drian; mientras que a Hafter sólo le dio la bienvenida un delegrado gubernamental. El tiempo que el mandatario galo dedicó a cada uno también fue distinto. Preparado durante semanas, el encuentro no arrojó un acuerdo firmado, sino una simple declaración conjunta de Serraj y Hafter, en la que acordaron un cese del fuego y la celebración de comicios generales “lo antes posible”, tal vez en 2018. Como testigos fungieron el propio Macron y el nuevo representante especial de la ONU para Libia, Ghassan Salamé, que deberá supervisar este proceso. El resultado fue sin embargo calificado por Macron como “un gran avance” para la causa de la paz en Libia, pues establece una “hoja de ruta” para la reconciliación nacional. Los desafíos para esta reconciliación, dijo, “son enormes tanto para el pueblo libio como para toda la región, y también para Europa, porque de lo contrario, el riesgo terrorista y las consecuencias migratorias serán directas para nuestros países”. El encuentro del presidente francés con los líderes libios no era ciertamente desinteresado. Francia es el país europeo que en los últimos años más ha sufrido la violencia yihadista, tiene una elevada población árabe-musulmana y enfrenta un constante flujo de refugiados, no sólo por tierra desde Siria, sino precisamente desde Libia, a través del Mediterráneo. Apenas en enero pasado, la Unión Europea destinó 200 millones de euros para tratar de entrenar a los guardacostas libios, proporcionarles medios de vigilancia y financiar un programa de retorno voluntario de migrantes. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en Libia se agolpan un millón de migrantes de toda África que buscan saltar a Europa. Y tan sólo el año pasado lo intentaron unos 200 mil, con un saldo trágico de 4 mil 500 muertes en el mar. La idea es interceptar a los migrantes durante el embarque y combatir a las mafias que trafican con ellos; pero esto resulta casi imposible ante un Estado disgregado, y en la práctica inexistente, como el que ahora hay en Libia. De ahí el interés no sólo de Francia, sino de toda Europa, de encontrar una vía para reunificar a las principales facciones y construir un gobierno viable. Pero París tiene además una deuda de honor con el pueblo libio por el derrocamiento del régimen de Gadafi y el vacío de poder que sobrevino después, provocando el caos que aun subsiste. Si bien fue el Consejo de Seguridad de la ONU el que dio luz verde a la operación Protector Unificado, para atacar a las tropas gadafistas que mascraban a la población sublevada al calor de la “Primavera Árabe”; y los aviones de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) los encargados de llevarla a cabo, no hay duda de que la artillería francesa jugó un papel decisivo en la cacería y muerte de Gadafi. El 21 de octubre de 2011, Gérard Longuet, ministro de Defensa del gobierno francés encabezado entonces por Nicolás Sarkozy, confirmó que cazabombarderos Mirage-2000 detectaron y ametrallaron la caravana que transportaba al líder libio por los alrededores de su feudo natal de Sirte. Herido, Gadafi fue después linchado y exhibido como trofeo por milicianos del Consejo Nacional de Transición (CNT), en uno de los episodios más oprobiosos de esa operación. Pero la OTAN delegó toda la responsabilidad en el CNT. Aunque su secretario general, Anders Fogh Rasmussen, aceptó que “pudiera ser que nuestro ataque les haya ayudado”, insistió en que derrocar a Gadafi no era su objetivo ni tampoco intervenir en lo que pudiera venir después, pese a que ya se avizoraban las pugnas entre las facciones islamistas y liberales de los rebeldes. Luis de Vega, analista del Magreb en el Real Instituto Elcano de Madrid, se pregunta por qué Occidente habría querido derribar a Gadafi cuando, además de garantizar la estabilidad política interna, durante sus últimos años se había convertido en un aliado en la región, inclusive enfrentándose a sus pares árabes. Y su respuesta apunta hacia París. La iniciativa fue francesa y se desarrolló en el marco de la Primavera Árabe, dice. “Francia creyó ver un movimiento democrático donde no lo había e intuyó una oportunidad de ampliar su área de influencia hacia el este, ocupando un espacio de histórica presencia italiana y británica, con valiosos recursos energéticos; y, sobre todo, buscó dar cobertura de seguridad al área Magreb-Sahel, donde es la potencia de referencia”. Pero a la luz de lo que hoy se vive, De Vega no tiene dudas: “Francia lideró una operación militar cuyos resultados han sido exactamente los contrarios a los deseados, generando aún más inseguridad”. Vista en retrospectiva, esta iniciativa no sólo fue un error de cálculo del gobierno de Sarkozy, sino también una traición. Porque el presidente galo no sólo mantenía una relación ambigua con el dictador libio, lo visitaba en su país y lo invitaba al Elíseo, sino que según destapó en 2012 un medio electrónico francés, habría recibido de él hasta 50 millones de euros para financiar su campaña electoral de 2007. Mientras Libia se desmoronaba, los periodistas Fabrice Arfi y Karl Laske realizaron una investigación para el diario digital Mediapart, en la que además de entrevistas con exdirigentes libios en la clandestinidad, presentaron un documento en árabe de 2006, en el que los servicios secretos de Libia consignaban que existía un “principio de acuerdo” para apoyar a Sarkozy en su carrera hacia el Elíseo. El documento estaba firmado por Musa Kusa, el jefe de inteligencia libio durante 15 años, y fue ratificado por otros agentes secretos y financistas que participaron en las transferencias de dinero. Inclusive, el hijo favorito de Gadafi, Saif al Islam, contó a la cadena Euronews en 2011 que tenía cuentas bancarias, datos y detalles de ese dinero que su padre dio al político francés. Apresado posteriormente, nunca presentó pruebas. Como puede suponerse, Sarkozy no sólo montó en cólera y desmintió todo, sino demandó al medio que publicó la información. Pero las acusaciones en su contra siguieron fluyendo, siempre por parte de altos personeros del depuesto régimen gadafista, y llegaron hasta noviembre del año pasado, en boca de un empresario franco-libanés, quien aseguró haber transportado en valijas ese dinero. Después de cuatro años de investigación, los jueces Emmanuel Legrand y René Cros cuentan con un sinnúmero de testimonios e indicios, pero ninguna prueba de que hubo un financiamiento oculto. La acusación, empero, sin duda contribuyó a que Sarkozy perdiera las elecciones de 2012 frente a François Hollande y ni siquiera alcanzara la candidatura de su partido para los comicios de este año. Ahora, después de seis catastróficos años para el pueblo libio, una crisis migratoria que no cede y la expansión del terrorismo yihadista, su sucesor en el Elíseo, el joven Macron, intenta acercarse al conflicto con un espíritu nuevo. Interrogado sobre si Francia no estaba queriendo adelantarse otra vez a otros países europeos, se limitó a contestar que su gobierno estaba en contacto con todos los implicados. Por lo pronto París ya anunció que instalará puntos de control en Libia para “filtrar” a los migrantes.

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