Fuego y furia; las palabras y la diplomacia
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En los días recientes la escalada de ataques verbales entre Estados Unidos y Corea del Norte está produciendo un justificado temor ante la posibilidad de un enfrentamiento con armas nucleares.
No se trata de un enfrentamiento que se busque deliberadamente. Para Corea del Norte, las armas nucleares son un instrumento de disuasión que le permite al régimen de Pyongyang seguir en el poder y proseguir con sus políticas, cuyo eje principal es el perfeccionamiento del armamento nuclear.
Para Estados Unidos, mantener y modernizar las armas nucleares es elemento central de su posición de gran potencia; pero ello no quiere decir que, con excepción de algunas voces enloquecidas de la derecha radical, utilizarlas sea una opción deseable. Lo mejor es llevar a cabo negociaciones para reducir los riesgos que se agravan en el este de Asia como resultado de las acciones del régimen de Pyongyang.
Una serie de circunstancias dificultan avanzar por la ruta anterior. Lo primero es la agresividad de las palabras. Las declaraciones de una y otra parte –Estados Unidos refriéndose a “fuego y furia como nunca se había visto” y Kim Jong-un amenazando bombardear la base estadunidense de Guam–, siembran miedo a lo largo del mundo. A partir de tales declaraciones es difícil sentare a negociar.
Otras circunstancias entorpecen tales negociaciones. Para empezar, hay incertidumbre sobre cuáles serían los objetivos viables de tal negociación. En los noventa, las negociaciones con Corea de Norte que llevó a cabo Clinton se referían al congelamiento de sus actividades para producir uranio enriquecido. En otras palabras, se impedía la posesión del material indispensable para fabricar una bomba nuclear.
Hoy las circunstancias han cambiado. Corea del Norte ya tiene un arsenal calculado en 20 bombas nucleares y domina la tecnología para lanzar misiles intercontinentales. Según los expertos, le falta poco para lograr la reducción del tamaño de la bomba, de tal suerte que pueda colocarla en los misiles balísticos. A partir del momento en que sus capacidades permitan alcanzar con armas nucleares el territorio de Estados Unidos, su margen de negociación será mucho más amplio.
De acuerdo con algunos estudiosos, existe todavía la posibilidad de ejercer la diplomacia para congelar el programa nuclear norcoreano antes de que sus bombas puedan ser colocadas en misiles intercontinentales. Pero de acuerdo con otros, Kim Jong-un no se frenaría cuando tiene al alcance de la mano una victoria tecnológica.
No se trata, pues, de soñar con la desnuclearización de la península de Corea, al estilo de lo que desde hace años el Tratado de Tlatelolco logró para América Latina. Ahora se trata de un mapa geopolítico muy distinto en que un pequeño país empobrecido, pero poderoso militarmente, desempeña un papel importante en la reconfiguración de las relaciones de poder en el este asiático. Los jugadores principales para decidir el curso a seguir para que dicho país no se convierta en un peligro permanente para la seguridad de sus vecinos más cercanos, y, en general, la paz mundial no son solamente los Estados Unidos. La solución del problema requiere de la activa participación de China.
La situación internacional se encuentra en un momento de redefiniciones respecto a alianzas y mecanismos para el mantenimiento de la paz. Las sanciones decididas por el Consejo de Seguridad de la ONU operan con consecuencias impredecibles. Por ejemplo, la animosidad de Kim Jong-un que llevó a la crisis actual se desencadenó como respuesta a las mencionadas sanciones. Estas, a su vez, sólo serán eficientes si China contribuye a su cumplimiento efectivo. Hasta dónde le conviene a sus intereses geopolíticos promover ese cumplimiento es algo que no se puede perder de vista.
En ese panorama, más que las sanciones acordadas por la ONU el tema central es el entendimiento entre quienes pueden decidir la estabilidad en aquella parte del mundo: China y Estados Unidos. Sin duda, el tema de Corea del Norte ha estado presente en los acercamientos entre Trump y Xi Jinping.
Sin embargo, el problema está muy contaminado por las diferencias en materia de comercio que Trump ha colocado en el centro de su relación con China. No queda claro hasta dónde se puede avanzar en un tema sin resolver el otro. Los mensajes que llegan a través de los medios de comunicación son muy opacos respecto a cuánto se adelanta en una u otra dirección.
Al parecer, Trump presentará pronto una serie de reclamos a China por el déficit comercial con ese país que tanto lo obsesiona y al que tanto se refirió durante su campaña. Por lo que toca a Corea del Norte, los puntos de vista en la opinión pública y los funcionarios del gobierno estadunidense son muy variados. Van desde voces académicas que aconsejan poca tolerancia o el arte de pactar (Foreign Affairs Latinoamérica, número 3, 2017) hasta las actitudes conciliatorias que advertimos en declaraciones del secretario de Estado Rex Tillerson y –punto significativo– en el nuevo presidente de Corea del Sur.
Es poco probable que en el corto plazo tengan lugar acciones militares para hacer frente a los problemas derivados del avance nuclear de Corea del Norte. Lo que sin duda ocurrirá es una intensa actividad diplomática cuyos jugadores principales son Estados Unidos y China. Lo que se busca, ni más ni menos, es un diseño nuevo para mantener la estabilidad mundial dentro de coordenadas que no eran previsibles hace pocos años.
Ahora bien, los acontecimientos no serán determinados exclusivamente por la diplomacia. Otros elementos impredecibles entran en juego, como el escaso profesionalismo del presidente Trump, sus excesos verbales y sus dificultades para entender las responsabilidades que tiene en el mundo la gran potencia que encabeza. De otra parte, la política de Kim Jong-un, propia del estilo autoritario del régimen dictatorial que conduce, tampoco da garantías de profesionalismo diplomático. Un panorama inquietante en el que China aparece como el actor más confiable.
Los próximos años no serán de statu quo. Por lo contrario, se vivirán tiempos de alto riesgo, armamentismo y poca predictibilidad.
Este análisis se publicó en la edición 2129 de la revista Proceso del 20 de agosto de 2017.