Los sonidos y los silencios en la "zona cero" del multifamiliar Tlalpan

sábado, 23 de septiembre de 2017 · 22:52
CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- A las 17:50 horas se dio la señal de silencio absoluto. Unos 15 sonidistas con sus micrófonos "que captan hasta el paso de una mosca" estaban listos para hacer el barrido sónico en el derrumbe del multifamiliar Tlalpan, porque desde la madrugada de este sábado se mantenía la esperanza de encontrar a dos víctimas del sismo, con o sin vida. El ya por todos reconocido puño cerrado en alto hizo la señal. La circulación en la calzada de Tlalpan se detuvo. Silencio. Todos en silencio en la llamada "zona cero" de Tlalpan. Las indicaciones del instructor de los sonidistas e ingenieros de audio era hacer pruebas de 15 segundos en cada uno de los cuatro cuadrantes. Querían saber si las pruebas de vida que escucharon horas antes seguían latentes. A la señal de los Topos, -esos héroes salvadores de miles de víctimas durante años alrededor del mundo-, comenzaría la cuenta de "uno, dos, tres". Luego, se escucharía la instrucción: "Si hay alguien ahí, denos una señal, un toque, un grito". Entonces, los micrófonos comenzarían a grabar. En el siguiente cuadrante harían lo mismo y así hasta completar los cuarto. Pero no habían pasado ni tres minutos de silencio, cuando los especialistas salieron de la zona, cabisbajos. Sin ánimo. Decepcionados. Incrédulos. De acuerdo con uno de ellos, quien pidió no ser identificado, una oficial de la Policía Federal (PF) les dijo "que para qué entraban si ya no era necesario". Y les pidió que se retiraran. Las pruebas de audio ya no se hicieron y el silencio que fue pedido para al menos 30 minutos ya no existió. Las esperanzas se esfumaban. No obstante, en el resto de la tarde y noche, ellos siguieron ahí. El ruido de los autos volvió en la calzada de Tlalpan. Con ellos, los silbatos de los policías de tránsito. El Murmullo de los voluntarios regresó. Había incredulidad. Para muchos, esa podía ser la señal de que todo ahí había acabado, que ya no volverían a aplaudir al ver salir una camilla en una ambulancia rumbo a un hospital. En voz de una traductora, el coordinador de los brigadistas de Israel, Adam Mahler, dijo a la prensa que se tomarían un momento "para analizar la situación, para ver si vale la pena seguir, si es posible, si el edificio lo permite. Lo vamos a evaluar". Pero ya no regresaron a los escombros. Incansables, disciplinados y enfilados con sus uniformes y cascos anaranjados con azul, los japoneses volvieron a subir entre las ruinas. Atados a sus arneses, buscaban aún la manera de entrar a lo que fue el cuarto piso del edificio derrumbado para encontrar a una persona que, según los rastreos de los perros rescatistas y las Pruebas de calor, aun había dado un suspiro de vida. La otra persona, de acuerdo con los rescatistas y las pruebas, estaba en el primer nivel, probablemente, en una zona de escaleras de muy difícil acceso. Después de unos 20 minutos, los nipones bajaron de la cima y se fueron a la parte de atrás de las ruinas por donde se abrieron otros accesos. Unos 30 minutos después, volvieron a subir, ahora con un perro pastor belga negro. A diferencia de las autoridades mexicanas que estaban al mando y que parecía que ya no querían continuar la búsqueda, los brigadistas japoneses querían seguir hasta donde les dieran sus posibilidades y sus creencias sobre el valor de la vida de un ser humano. El sismo que vino Alrededor de las 7:50 horas, cuando sonó la alerta sísmica, cuatro días después del temblor del martes 19, -fecha que, otra vez, le cambió la vida a los capitalinos- la orden de desalojar la zona fue inmediata. Aunque para muchos fue casi imperceptible, el movimiento de los cables de luz que pendían de los postes confirmaba: estaba temblando de nuevo: 6.1 grados Richter con epicentro en Oaxaca. Las imágenes del horror volvieron a la mente de muchos una y otra vez. El miedo, de nuevo, paralizó a muchos. La siguiente orden fue detener los trabajos de rescate por riesgo de un nuevo derrumbe, de los que ya de por sí eran restos de los 40 departamentos que desde los años 60 y hasta la mañana del pasado martes aún estaban de pie. Y es que el nuevo temblor podía haber movido los polines que apuntalaban los boquetes hechos por los rescatistas y, con ello, echar abajo todo el trabajo hecho durante días atrás, según explicó a apro un rescatista. La orden de detener los trabajos de rescate en las zonas devastadas de la Ciudad fue general. Según expertos en la zona de desastre, las estructuras debían ser revisadas para saber si podían continuar o no con los trabajos de búsqueda. En segundos, los rescatistas bajaron de la cima de los escombros. Los marinos, soldados y policías federales ordenaron despejar la zona. Al poco tiempo, incansables, los rescatistas japoneses quisieron subir de nuevo para continuar la búsqueda, pero los elementos de la Marina no se los permitieron. Entonces, los expertos y toda su experiencia en grandes terremotos en Asia, se retiraron del lugar. Otra vez, la lucha del poder contra la razón en medio de la emergencia. Una, dos, tres horas pasaron y los trabajos seguían detenidos. Durante ese tiempo, los rescatistas y las fuerzas de seguridad, así como los voluntarios, aprovecharon para comer, hidratarse, descansar, dormir. Llevaban horas y horas de labor sin parar. A estas alturas, cualquier colchoneta extendida en el piso era el Mejor reposet. Arturo Corona, un joven pianista voluntario que llevaba dos días sin dormir, tratando de ayudar en la zona, contó: "Se sentía mucho miedo, miedo a que se cayera más el edificio, muchos no queríamos acercarnos. Se sentía mucho miedo". A las 21:30 horas, en la "zona cero" del multifamiliar de Tlalpan se pidió de nuevo un silencio. Soldados hicieron una valla de la calle hacia uno de los andadores de la unidad habitacional. Al inicio de ésta se colocaron algunos de los rescatistas japoneses. De pronto, el silencio se rompió con el ruido de una sierra eléctrica de disco. Debían estar cortando unas varillas o algo así, se escuchó entre los presentes. Silencio otra vez. De nuevo los japoneses subieron. Su ímpetu los obligaba a seguir buscando vida o muerte, pero encontrarla.

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