Regeneración

domingo, 12 de noviembre de 2017 · 08:20
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Muchas cosas han sucedido en un paseo. Una tarde de 1744 andaba por los alrededores de Sorghvliet, Holanda, el suizo Abraham Trembley, cuando notó unos extraños cuerpos en el agua del estanque. Al acercarse a verlos, notó que eran “hydras” que el naturalista Leeuwenhoek había clasificado, unos años antes, como plantas. Su comportamiento le extrañó: parecían agitar sus tentáculos para meterse a la boca pedazos de otras plantas, arena o pequeños insectos. Las tomó y pudo sentir sus contracciones al tacto. Llevó entonces varias “hydras” en un frasco y, de regreso a su estudio, en el que le enseñaba a los hijos del conde de Bentinck, las cortó para ver si sus tentáculos funcionaban como cogollos para hacer injertos, como se hace con las plantas. Para su asombro, observó cómo, de cada tentáculo cortado, surgía una “hydra” completa. Intrigado, las enhebró y jaló para hacer que el interior fuera su exterior, como se hace con un calcetín. En minutos, lo que había sido su ser íntimo, ahora parecía su fachada. El descubrimiento de la regeneración, relatado en el libro de Trembley, Memorias para la historia de un tipo de pólipo de agua dulce cuyos brazos parecen cuernos, desató una fiebre para observar de primera mano el fenómeno. Escribe Newth sobre esta calentura ante-robespierriana: “En 1768 los caracoles de Francia sufrieron un ataque sin precedentes. Miles de ellos fueron decapitados para saber si, como afirmaban Spallanzani, Reamur, Bonnet y Trembley, la pérdida de la cabeza no necesariamente traía consigo la muerte. Fue la primera de las ramas de la experimentación científica que realmente se popularizó”. Sobre ello, Voltaire le escribió a madame du Deffand, que era ciega: “Lo lamento por los caracoles pero no por la posibilidad de que sus ojos pudieran ser regenerados. Quizás en un futuro próximo, los hombres puedan hacer regenerar sus propias cabezas. Hay muchas personas para quienes un cambio así difícilmente sería para lo peor”. En un inicio, algunos enciclopedistas tomaron el asunto a relajo. Voltaire se burló de esos “pólipos-insectos”: “Se parecen a un animal tanto como una zanahoria”. Diderot, en El sueño de Alembert, inventó para la ciencia-ficción la planta depredadora que habitaba Júpiter y Saturno. Más serio, Rousseau enlistó “la regeneración” como uno de los siete problemas filosófico-científicos sin solución. Por un lado, la “regeneración” reforzaba la idea de que el mundo estaba organizado en una escala que iba de lo más simple hasta llegar a la cúspide del “Hombre”. El “pólipo” era el eslabón perdido entre las plantas y los animales. Naturalistas como Charles Bonnet dedicaron el resto de sus vidas a encontrar esos eslabones, por ejemplo, entre rocas y vegetales, a la manera de Aristóteles. Pero lo que contradecía al filósofo griego era la necesidad de la generación sólo por la vía de aparearse dos sexos. Si un organismo podía regenerarse, quizás la unidad de la naturaleza no era tal. Así, para protegerla, los naturalistas viviseccionaron cuanto animal encontraron parecido a la especie del agua dulce: serpientes, cangrejos, ranas, gusanos. Los obispos atribuyeron el nacimiento de Eva de la costilla de Adán “a la manera del pólipo”. Lo que no pudieron resolver fue la pregunta blasfema: si una parte puede ser el todo, ¿dónde se aloja el alma? Era la primera vez que la parte arrancada –en salamandras o la cola de las lagartijas– no moría, sino que generaba por sí misma, orientada por una conciencia perturbadora, una nueva vida. Diderot sentenció que “las propiedades de la vida eran distribuidas en todo el cuerpo” y que el alma, simplemente, no existía o, contra el credo religioso, era divisible. Se volvió entonces al añejo debate de si los animales –los “pólipos”– tenían o no alma o si eran sólo una conjunción automática entre “materia y movimiento”. En todo caso, la “regeneración” puso en juego separarse de algo para replicar lo perdido. Además de los guillotinamientos, la metáfora naturalista mudó a lo social con la Revolución Francesa. En México, el nombre que los hermanos Flores Magón le pusieron a su periódico para luchar contra la dictadura de Porfirio Díaz se justificaba así, en su primera edición, la del 7 de agosto de 1900: “Este periódico es producto de una convicción dolorosa”. Todavía veían el problema nacional como una desviación de la justicia. Las reelecciones de Díaz, la corrupción y la ausencia de libertades pueden ser enfrentadas con un medio periodístico que haga del conocimiento público las atrocidades cometidas por los poderosos. En 1900, antes de las cárceles y el exilio, Ricardo y Jesús no eran anarquistas, es decir, veían la solución como una separación para restaurar lo perdido: “Nosotros no tenemos la pretensión de constituir una falange, pero nuestro vigor y patriotismo nos indican buscar un remedio y, al efecto, señalar y denunciar todos aquellos actos de funcionarios judiciales que no se acomodan a los preceptos de la ley escrita, para que la vergüenza pública haga con ellos la justicia que merecen”. Como los tentáculos, el movimiento magonista se separará de su patria para fraguar la revolución desde Estados Unidos, mientras la dictadura porfirista ofrece 25 mil pesos “por su cabeza” y sus posibles seguidores son advertidos: “Cualquier impresor que fuere encontrado imprimiendo escritos de Flores Magón, tendrá cárcel, cinco mil pesos de multa y la confiscación de la imprenta”. La “regeneración” a la que finalmente aludió el magonismo era la de la vida comunitaria que el capitalismo de cuates de Díaz prohibía, fueran ejidos, sindicatos, ligas campesinas, clubes políticos o partidos de oposición. En su biografía de Flores Magón, Claudio Lomnitz desmenuza esta regeneración como la parte de la vida antes del egoísmo competitivo y la vincula a las lecturas que el anarquista mexicano había hecho de Kropotkin y Malatesta. En una carta a su esposa Teresa, Ricardo precisa su idea: “Si a esa sociedad de nuestros abuelos indios pudiésemos añadir todas las comodidades y adelantos científicos de hoy en día, entonces sí valdría la pena vivir”. Regenerar sería para el magonismo repensar la vida en comunidad en la modernidad. El culto al Estado y a su personificación en el dictador era su principal blanco pero, a la larga, el tiempo distinto sería el de las comunidades dotadas con las comodidades que nos dan las tecnologías. Si bien el Partido Liberal Mexicano tenía a México como principal preocupación, el movimiento fue binacional. Son los magonistas los que llevan a John Kenneth Turner a conocer la esclavitud en Valle Nacional para que escriba México Bárbaro –prohibido en castellano hasta 1954– y a varios guionistas de Hollywood para colocar a la Revolución Mexicana como el espectáculo de sombreros, caballos, polvo, pistolas y ceja levantada de valientes que fue. Al llegar al poder, los que sobrevivieron al juego de asesinatos políticos con el que terminó la Revolución, inventaron una historia oficial que convirtió al magonismo en un “precursor” –a pesar de que fue al mismo tiempo– y trató de borrar su carácter inmigrante, binacional y estadunidense, en la medida en que el sindicalismo de la Industrial Workers of the World, la IWW, modeló la idea organizativa y de agitación del magonismo. Contra el Estado y contra el nacionalismo, los Flores Magón quedaron separados en un no-lugar –utópico, dirían los priistas– y en un tiempo antes de todo. La idea de la regeneración, por ejemplo, en la Declaración de Principios del partido de Andrés Manuel López Obrador, se opone hoy a la “restauración autoritaria” del Partido Único con sus satélites, independientes, y fiscales a modo. Vivimos un tiempo de “hydras”. No sabemos si cortando los tentáculos viciados volverán a crecer como en el mito griego. En uno de los “trabajos” que le asigna el rey Euristeo, Hércules tiene que matar a Hidra, cuyas cabezas se regeneran. Sólo lo logra cuando recibe la ayuda de su sobrino, Yolao, para quemar y cauterizar cada cuello, una vez descabezado por la espada del héroe. Pero Euristeo le regatea ese “trabajo” como válido, porque Hércules no lo hizo solo. Y, por eso, en vez de 10 desafíos, Hércules acaba haciendo 12 para lograr la inmortalidad. Pero las intrigas del rey Euristeo son peor que las cabezas de la Hidra. Muerto Hércules por los celos de Deyanira –le pone en la túnica un elixir de amor que resulta venenoso–, el rey acosa a sus hijos y éstos tienen que exiliarse. Yolao, que ya habita en el inframundo, pide a los dioses que lo dejen salir para vengarse. Le dan un día para asesinar al rey. Lo mata, lo decapita, y entierra la cabeza a cientos de kilómetros del cuerpo. Lo que no nos dice el mito es si se regeneró. Esta columna se publicó el 5 de noviembre de 2017 en la edición 2140 de la revista Proceso.

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