Juan Diego Flórez canta a los damnificados
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Primerísima figura de la ópera mundial, Juan Diego Flórez, único tenore di grazia de la segunda mitad del siglo XX en todo el orbe, se dio tiempo, entre un concierto dado el día anterior y otro al día siguiente de estar aquí –ambos en el extranjero–, para generosamente, al igual que lo hicieron los integrantes de la Orquesta Sinfónica de Minería (OSM), ofrecer en la Sala Nezahualcóyotl un concierto en beneficio de los damnificados del terremoto del 19 de septiembre.
Pese a lo pesante de cantar, viajar, cantar y volver a viajar, son tales las cualidades naturales vocales del tenor y el dominio de la técnica con que las despliega, que su voz sonó fresca y clara con la transparencia y el manejo que lo ha caracterizado, desde que a los 23 años triunfó por primera vez en la catedral de la ópera por excelencia, la Scala de Milán.
Veinte años después (ya es un “viejo” de 43), lo único que ha pasado con el maestro es que ha aumentado su calidad, sus recursos y, claro, su repertorio; aunque cuidando de mantenerse en una franja que no lo lleve a forzarse y dando prioridad al bel canto.
Fue así como arribó la noche del recién pasado 9 de noviembre a su concierto único en “la Neza”, en donde, como con la de Minería, fue acertadamente dirigido por Enrique Patrón de Rueda, quien en calidad de director huésped guió con atingencia a sus huestes y supo acompañar al cantante en los líricos caminos que escogió.
Programa hecho para el disfrute de ambas partes (quienes lo dieron y quienes llenaron la sala), se inició con la obertura de Las bodas de Fígaro de El divino Mozart para abrir paso al tenore que entonó “Se all’impero, amici Dei” de La clemencia de Tito, también de Mozart, que sirvió para que el público aquilatara desde el primer momento lo que iba a ser aquello.
Siguió una de las joyas del bel canto, precisamente “Ecco, ridente en cielo” de El barbero de Sevilla de Rossini, y de este mismo compositor su obertura para Semiramide. Así, alternando voz y orquesta, llegamos a la imprescindible y muestra non del repertorio, “Una furtiva lacrima” de El elíxir de amor de Donizetti, y, continuando con este compositor, piezas de Roberto Devereux.
En la segunda parte del programa decidió Flórez mostrar algo de su amplitud, y después del bellísimo “Intermezzo” de la Cavallería rusticana de Mascagni, se fue con tres canciones de Leoncavallo: “Aprile”, “Vieni amor mio” y la famosa “Mattinata”, para después irse a Verdi, a quien también aborda con maestría, y de quien interpretó “La mia letizia infondere” de Los lombardos, no sin antes pasar por un clásico del repertorio francés, “Pourquoi me réveiller” del Werther de Massenet.
La tarea estaba más que cumplida pero, extendiendo su complacencia por dar este concierto como él mismo expresara, y aún con mayor complacencia de los asistentes, ofreció de obsequio la gustadísima “La donna é mobile” del Rigoleto de Verdi; una canción peruana que ensalza a su país (y que confieso no haber oído antes), para concluir con el público de pie y francamente emocionado al escuchar “México lindo y querido”, de Chucho Monge.
Este texto se publicó el 19 de noviembre de 2017 en la edición 2142 de la revista Proceso.