Retrato inédito de Elena Garro, por Rafael Cabrera

martes, 12 de diciembre de 2017 · 14:07
CIUDAD DE MÉXICO, (apro).- Rafael Cabrera, periodista por la UNAM y el CIDE, presenta la biografía Debo olvidar que existí. Retrato inédito de Elena Garro (Debate / Penguin Random House Grupo Editorial. México, 238 páginas). Nacido en la Ciudad de México en 1983, el coautor de La Casa Blanca de Enrique Peña Nieto (Grijalbo, 2015), dice en la nota de autor al comienzo de su volumen con 22 capítulos, bibliografía y 48 fotografías (www.megustaleer.com.mx): “He buscado que este reportaje no sea una defensa ni una sentencia de Elena Garro. Ante todo, he querido reconstruir y entender la historia llena de incongruencias, confusiones y silencios de una autora fundamental para la lengua española”. También en la contraportada viene la siguiente evocación de Emmanuel Carballo: “La imagen más bella que tengo de Elena Garro es la del escritor en contra de la sociedad. Aunque merezca todos los homenajes, yo la prefiero como una escritora maldita y mítica, autora de una obra perdurable, original, distinta”. A continuación, reproducimos para nuestros lectores el segundo capítulo de Debo olvidar que existí. Retrato inédito de Elena Garro, escritora poblana fallecida el 22 de agosto de 1998 a los 77 años, en Cuernavaca, Morelos. El orden solar Elena Garro nació el lunes 11 de diciembre de 1916, en la capital del estado mexicano de Puebla. Pero la localidad es un mero accidente en su biografía. Elena bien pudo haber nacido en algún poblado de España; quizás en el camarote de un barco que surcaba el oleaje del Océano Atlántico; en algún sitio de La Habana o tal vez en las costas del Golfo de México. Y ese azar, quizá, marcó desde entonces lo que sería su destino errante. Seis días antes de su nacimiento, Esperanza Navarro Benítez, su madre, desembarcó con nueve meses de embarazo en el puerto mexicano de Veracruz, proveniente de Cangas de Onís, en la provincia española de Asturias. La versión que se contaba en la familia era que Esperanza se peleó con su esposo, el español José Antonio Garro Melendreras, y en un ataque de furia y celos hizo maletas y tomó en brazos a su hija mayor, Devaki, de un año y tres meses para volver a México, de donde era originaria. [Esta historia la contó Francisco Guerrero Garro, sobrino de Elena, a la revista El Búho, del fallecido René Avilés Fabila.] Más tarde, él la alcanzaría. La familia paterna de Elena, por su parte, tenía un título nobiliario de esa provincia en España. Los trabajos de parto sorprendieron a doña Esperanza cuando iba en tren camino a la Ciudad de México. Pero gracias a que tenía familia en el estado de Puebla, pudo dar a luz. Así, Elena Garro nació a las 21:44 horas, en la casa marcada con el número 1 de la segunda calle de Juana Ramírez, en el centro de esa ciudad. [Todos los datos fueron tomados del acta de nacimiento de la escritora.] Hoy la casa ya no existe y en su lugar hay un parque público. La nomenclatura de la ciudad ha cambiado en tantas ocasiones que la dirección actual es muy distinta y para llegar al sitio hay que ir a la esquina formada por las calles 7 Poniente y 5 Sur. Gracias a los trabajos del Ayuntamiento de Puebla y del cronista Pedro Ángel Palou ahora existe una placa que conmemora el sitio exacto del nacimiento de Garro. Elena fue registrada por su madre hasta el 7 de febrero de 1917, en la misma ciudad de Puebla, y por ello a veces se considera ese año como el de su nacimiento. Su segundo nombre fue Delfina, el cual nunca le gustó y raras veces llegó a usar. Elena fue una gachupina, hija de padre español y madre mexicana, y esa dualidad la marcaría toda su vida. Fue la tercera de cinco hijos (Sofía, fallecida por tifoidea a los dos años de edad. Devaki, ella, Estrella y José Albano). Todos los hermanos fueron criados en Iguala, en el estado de Guerrero, un pueblo de vegetación salvaje y calor agobiante en el suroeste mexicano. Más que Puebla, el verdadero sitio de origen de Elena, su hogar, fue Iguala. La ciudad ha pasado a la historia de manera heroica e infame: fue la sede, en 1821, de la proclamación de la Independencia de México, y ahí también, el 26 de septiembre de 2014, ocurrió la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. En el centro de Iguala, a unos pasos de la plaza principal, hay una vieja casona de fachada blanca semioculta por varios puestos callejeros. Adosada a uno de los muros y detrás de mantas y ropas colgando hay una placa metálica con el nombre de Elena Garro grabado que dice: “Durante su adolescencia habitó en esta casa de donde surgieron las ideas para escribir su magna obra, Los recuerdos del porvenir, en la cual describe la vida de Iguala en ese tiempo”. La placa tiene varios errores: pone 1920 como año de nacimiento de Elena; además, la escritora sólo vivió allí durante su infancia e inicios de pubertad. Esa confusión de fechas y datos forma parte de la imagen pública de Elena Garro, con ella parece que nunca hay una versión definitiva. Iguala y su infancia fueron inspiración para buena parte de la obra literaria de Elena Garro. No sólo para Los recuerdos del porvenir, novela emblemática que la colocó como la precursora del realismo mágico. Los cuentos recogidos en La semana de colores y algunas piezas teatrales del volumen Un hogar sólido también fueron producto de sus años en Iguala. La patria de Elena fue el jardín donde jugaba y la mesa de su casa, ahí donde ocurrían los juegos y las discusiones de poesía, del tiempo y las religiones con sus padres y hermanos. No asombra que en Un hogar sólido anheló volver al “orden solar” que significaba su familia. Su casa en Iguala fue para ella el paraíso, el ejercicio de la felicidad, y a lo largo de toda su producción literaria buscó recuperar ese tiempo cuando se divertía cometiendo asaltos a mano armada, creando piras de fuego en el jardín o leyendo. En una entrevista de 1964 contó: “En la casa no íbamos al colegio. Era una casa muy grande en un pueblo de indios nada más, en el estado de Guerrero, muy primitivo. No había luz eléctrica ni había nada. Y mi papá y mi tío eran ocultistas. Ellos habían estudiado en Europa y eran así, muy locos, muy románticos. Nos daban clases a mí y a mis hermanos. Nos enseñaron francés, nos enseñaron latín y tenían una biblioteca muy grande, con todos los clásicos españoles, griegos, latinos, ingleses y alemanes. Y leíamos todo el día.” [Beth Miller y Alfonso González, 26 autoras del México actual, entrevista de Joseph Sommers a Elena Garro, Bartolomeu Costa-Amic, México, 1978.] Elena Garro fue criada bajo el catolicismo y más tarde se declaró también monárquica y devota de la virgen de Guadalupe. No obstante, sus padres la acercaron a otros valores que se verían reflejados en su obra y su vida: “Me enseñaron la imaginación, las múltiples realidades, el amor a los animales, el baile, la música, el orientalismo, el misticismo, el desdén por el dinero…” [Emmanuel Carballo, Protagonistas de la literatura mexicana (carta de Elena Garro al autor), Porrúa, México, 1994.] La cercanía que tuvo durante su infancia con campesinos e indígenas marcó su producción literaria, pues de ellos aprendió otra percepción del tiempo, un tiempo finito, como en las culturas prehispánicas, contrario a la eternidad del catolicismo. “En mi casa se hablaba mucho de Einstein y de la relatividad. Papá era budista también. El tiempo cambia con las religiones y comentábamos mucho el tiempo en México, que el tiempo era finito entre los antiguos mexicanos. El tiempo es variable”. Esa visión indígena la llevó en los años 50 y 60 a un intenso activismo a favor de los grupos campesinos. Elena Garro vivió hasta los 12 o 13 años en Iguala. Hacia finales de la década de los 20 se mudó con su familia a la Ciudad de México. No hay registros de que alguna vez haya vuelto, aunque en su imaginación y obra regresó innumerables veces. “En la infancia aprendemos todo. Crecer es olvidar poco a poco lo que aprendimos con tal intensidad”, dijo a Elena Poniatowska en una entrevista publicada en Novedades en el verano de 1962.

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