La hueca guerra discursiva por Jerusalén

viernes, 15 de diciembre de 2017 · 14:02
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Tal vez sea una bomba de efecto retardado, pero el reconocimiento unilateral del presidente estadunidense Donald Trump, de Jerusalén como la capital de Israel, de momento sólo ha ratificado en sus posiciones de siempre a todos los actores regionales e internacionales, y confirmado que las ya estancadas negociaciones para una solución al conflicto palestino-israelí no habrán de reactivarse en el corto plazo. Empeñado en romper los consensos internacionales y la prudencia diplomática en beneficio de su propia agenda política, de Trump ni siquiera resultó sorprendente que esta vez no postergara el traslado de la embajada de Washington a Jerusalén, como lo habían hecho sus antecesores en la Casa Blanca. Porque hay que recordar que el Congreso estadunidense ya aprobó esta medida en 1995, pero ni Bill Clinton ni George W. Bush ni Barack Obama la aplicaron por los riesgos que conllevaba. Pero para Trump los riesgos no importan. Lo que importa es cumplir con sus promesas de campaña y con sus bases electorales. Porque aparte del protestantismo blanco y cristiano, no hay que olvidar que los sectores conservadores judíos, y sobre todo el poderoso lobby judío-estadunidense, no sólo lo apoyaron con sus votos, sino también financieramente. Y hay que considerar la influencia de su yerno, Jared Kushner, y el nuevo embajador estadunidense en Tel Aviv, dos judíos convencidos con la idea del “Gran Israel”. El traslado podría ni siquiera materializarse. En un intento por apaciguar los ánimos, el Depártamento de Estado aclaró que por razones logísticas y de seguridad el cambio de sede no sería viable al menos por dos años. Y la Casa Blanca aseguró que el reconocimiento no implicaba que Estados Unidos se apartara de la idea de negociar la solución de dos Estados, uno palestino y uno israelí; aunque nada dijo sobre la parte este de Jerusalén que los primeros reclaman como su capital. Pero el daño ya estaba hecho y las reacciones no se hicieron esperar. Desde Naciones Unidas hasta el Vaticano, pasando por organismos regionales e internacionales –con excepción de Rodrigo Duterte y Milos Zeman, los polémicos presidentes de Filipinas y la República Checa que apoyaron la medida–, todos los gobiernos del mundo reprobaron el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y advirtieron que no moverán sus embajadas de Tel Aviv. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, lamentó que el gobierno estadunidense pasara por encima de la legislación internacional, la cual establece que el estatuto de Jerusalén será definido en función de la creación de dos Estados soberanos. En el mismo sentido se expresaron Rusia y China, las dos potencias no occidentales que detentan un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. Por su parte el Papa Francisco, como cabeza de una gran parte de la cristiandad, expresó su preocupación porque una ciudad que alberga los lugares santos de las tres principales religiones monoteístas, fuera asignada unilateralmente a una de ellas. La Unión Europea en pleno censuró a Trump. Durante la primera visita de un premier israelí a la sede de Bruselas en 22 años, un exultante Benjamín Netanyahu pidió a las naciones europeas que se sumaran a la línea de Washington, y en respuesta recibió un rotundo no. La comisaria Federica Mogherini le aclaró además que su grupo sigue privilegiando las negociaciones para el establecimiento de dos naciones y una capital compartida. El presidente francés Emmanuel Macron, quien ha buscado llenar el liderazgo que va dejando Trump en los foros internacionales, y que recibió previamente a Netanyahu, le pidió aparte que detuviera la construcción de asentamientos judíos en los territorios ocupados. El líder israelí cínicamente le contestó que ése no era un tema prioritario, y que además podría servir como “moneda de cambio” en una futura negociación con los palestinos. Donde Trump sí logró un milagro fue en el mundo árabe-musulmán. Sin importar si su filiación era sunita o chiíta, radical o moderada, primero una a una, luego mediante la Liga Árabe y finalmente a través de una Cumbre Extraordinaria de la Organización de Cooperación Islámica, todas las naciones condenaron la adjudicación de Jerusalén –el tercer lugar más sagrado del Islam después de la Meca y Medina– a Israel y refrendaron su apoyo total a la causa palestina. Celebrada en Estambul por convocatoria del presidente turco Recep Tayyip Erdogan, la cumbre emitió un duro comunicado conjunto contra Trump: “Rechazamos y condenamos firmemente la decisión irresponsable, ilegal y unilateral del presidente de Estados Unidos de reconocer a Jerusalén como supuesta capital de Israel. Y consideramos esta decisión como nula y sin valor”, rubricaron los participantes, y advirtieron que para lo único que serviría es “para alimentar el extremismo y el terror”. Pese a esta rotunda declaración, no se mencionó ninguna medida concreta. Y en realidad tampoco se espera que se adopte alguna, inmersa como está la mayoría de naciones islámicas en sus propios conflictos y luchas de poder. Afganistán, Irak, Siria, Yemen, Libia, Nigeria, Sudán, Somalia y otras naciones musulmanas desgarradas por la guerra o el yihadismo, no están en condiciones de abrir otro frente contra Estados Unidos e Israel. Arabia Saudita y sus aliados del Golfo, en pugna por el poder regional con Irán, metidos en el conflicto yemenita y rotas sus relaciones diplomáticas con Qatar, no están interesados en pelearse con los israelíes y mucho menos con los estadunidenses, a los que consideran sus aliados y con quienes mantienen multimillonarios negocios, sobre todo en el campo armamentista. Egipto y Jordania, los únicos países árabes que han firmado un acuerdo de paz con Israel, tampoco parece que quieran volver a estropear esta relación ni alterar sus buenas relaciones con Washington. Y las naciones musulmanas del este de Asia, como Indonesia, Paquistán, Bangladesh o Myanmar, tienen sus propios problemas internos, aparte de que más allá de su filiación islámica, no han jugado ningún papel relevante en el diferendo palestino-israelí. En este escenario, los dos únicos gobiernos que podrían dar un paso más allá serían los de Turquía e Irán. El presidente turco Erdogan, porque al igual que el francés Macron aspira a convertirse en un líder regional y, además, no vaciló en congelar las relaciones con Israel en 2010, por el ataque de la armada israelí a una flotilla con ayuda humanitaria para Gaza. Estas relaciones apenas se reestablecieron plenamente en 2016, pero ya dijo que estaba dispuesto a volverlas a degradar. En cuanto a Irán, ni siquiera tiene relaciones diplomáticas con Israel y Estados Unidos. Con el primero mantiene una relación permanente de agresión verbal y amenazas mutuas, sobre todo por su programa atómico, y con el segundo la situación volvió a tensarse desde que llegó Trump e intentó romper el acuerdo nuclear arduamente alcanzado con otros cinco países, bajo supervisión de la ONU, y reimponer sanciones sobre Teherán. En ningún caso, sin embargo, se prevé que uno de estos dos países vaya a aplicar medidas de fuerza para revertir o menoscabar la decisión de Trump sobre Jerusalén. Y esta misma lógica se observó en las calles del mundo árabe-musulmán, aunque no faltaron los llamados para realizar “jornadas de ira”. Hubo ciertamente marchas y expresiones de protesta en la mayoría de las ciudades de filiación islámica, pero estuvieron muy lejos de ser multitudinarias y violentas como se temía. En unos países porque las concentraciones están prohibidas desde la “primavera árabe”; en otros, por temor a enfrentamientos o a la represión; y en muchos, porque la desgastada causa palestina hace rato que no arrastra multitudes. Donde la protesta sí fue más nutrida y con brotes de violencia fue en Líbano, donde Hezbolá mantiene desde hace lustros una guerra intermitente con Israel. Creada y financiada por Irán, la milicia chiita actualmente está involucrada en la guerra de Siria, pero ya advirtió que al término de ésta volverá a enfilar sus baterías contra “el enemigo sionista”. Y éste también se prepara ya para enfrentarla, inclusive con masivas maniobras militares. Las fuerzas de seguridad israelíes igualmente se prepararon para una ola de furia en los territorios ocupados. Y la hubo, con muertos y heridos. Pero mucho menos en Cisjordania que en Gaza, donde el movimiento islamista Hamás –que recientemente firmó un acuerdo de unidad con la Autoridad Nacional Palestina (ANP), pero todavía mantiene el control sobre la franja– llamó a una tercera Intifada. Hubo también lanzamientos de cohetes contra territorio israelí y bombardeos en represalia. En cuanto a la propia ANP, su presidente, Mahmud Abbas, lanzó uno de sus discursos más virulentos contra Israel y Estados Unidos, y aclaró que este último ya no sería reconocido como mediador válido en ninguna negociación, puesto que había “tomado partido por el sionismo, regalándole Jerusalén”. También anunció que no se reuniría con el vicepresidente Mike Pence, quien visitará este mes la región, “porque Washington ha cruzado una línea roja”. Por lo que toca a Israel, de momento Netanyahu puede celebrar una victoria política frente a los aliados nacionalistas y ultraconservadores que sostienen su coalición de gobierno. En el día a día no habrá cambios, ya que aunque las embajadas foráneas se encuentran en Tel Aviv, el Estado judío tiene instaladas sus instituciones gubernamentales en Jerusalén Occidental, zona que ocupó tras la primera guerra con los árabes en 1949 y que, desde entonces, considera su capital. En general, en el futuro inmediato no cambiará gran cosa. Se mantendrán los discursos airados, pero cada quien actuará en función de su conveniencia. Surgirán iniciativas diplomáticas, encabezadas por quienes aspiran a desempeñar un papel protagónico a nivel regional o mundial. Habrá brotes de violencia, inclusive enfrentamientos armados, pero focalizados. Y se sumará una nueva causa para que los extremistas cometan más atentados, tal vez en lugares inesperados. Para los palestinos no se ve ninguna solución. Porque si con la mediación de Estados Unidos no se ha logrado, sin ella, menos.

Comentarios

Otras Noticias