Eduardo López Betancourt

sábado, 20 de enero de 2018 · 09:34
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El distinguido jurista Eduardo López Betancourt, profesor titular C de tiempo completo por oposición de la Facultad de Derecho de la UNAM, se ha caracterizado por decir la verdad en un país donde ejercer la libertad de expresión con crítica fundada es poco menos que un delito o, peor aún, es exponerse a ser sancionado y aniquilado. Y no hablo en sentido figurativo. A fines del año pasado las críticas de López Betancourt a la vida institucional de la UNAM –críticas que pocos, muy pocos, hacen por miedo a represalias o por interés para ser considerado para un cargo directivo en la Universidad–, hicieron que “espontáneamente” surgieran dos quejas por acoso sexual contra supuestas alumnas, ante la Defensoría de los Derechos Universitarios, señalando a López Betancourt como presumible responsable. No duró, como era de esperarse, ese montaje. Las denunciantes resultaron inexistentes. Por supuesto, quienes conocen a López Betancourt saben que es incapaz de semejante vileza. Al contrario, ha sido un activo promotor de la mujer y del respeto irrestricto a las alumnas y profesoras de la Facultad de Derecho de la UNAM. La celada en cuestión ha sido uno de los pocos casos donde prácticamente todo el cuerpo académico, encabezado por el inteligente e innovador director de la Facultad, Raúl Contreras, hizo que publicaran en el diario La Jornada un desplegado, denunciando esa infamia. El “caso” se cerró al día siguiente, por lo burdo de su existencia. Quién mejor que López Betancourt para conocer el costo de ejercer su libertad de expresión crítica en la propia Universidad. Hay casi unanimidad a la política de “¡Sí, señor!” en la UNAM, donde la inmensa mayoría de los académicos tiene pavor de decir cualquier cosa que no entre en la lógica del elogio a las autoridades o su “reconocimiento” de todo lo que hace el rector, a quien le surgen habilidades que ni él mismo sabía que tenía. Discrepar es exponerse al aislamiento y a ser tildado de “conflictivo” por exhibir el statu quo interno, cosa que preocupa mucho sobre todo a quienes viven sólo de sus plazas académicas, pero no son accionistas de empresas pequeñas, medianas o grandes. Pero siempre hay excepciones y una de ellas es Eduardo López Betancourt. La confianza hacia él y su autoridad moral entre la comunidad universitaria hizo posible que el Consejo Técnico de la Facultad de Derecho le confiriera en días pasados el doctorado honoris causa, el máximo distintivo al que un académico puede aspirar. A la UNAM le urge que surjan mentes valientes, prudentes y con elementos en mano para reoxigenar la vida universitaria, hacer realidad la democracia participativa y construir una Universidad basada en el acuerdo en lo fundamental, dando espacio en su diversos foros (TV UNAM, Radio UNAM, entre otros) a la diferencia. Hoy López Betancourt es, por desgracia para la Universidad, una de las escasísimas voces libres en la máxima casa de estudios del país. El miedo de académicos y trabajadores sólo va a desaparecer en la medida en que se multiplique la libre deliberación, sin simulaciones, y se ejerza la crítica; es decir, reconocer el acierto donde lo haya y señalar el error, cuando exista. En los sentidos figurado y literal podrían aniquilar a uno o dos, pero no a todos y al mismo tiempo. Los universitarios deben despertar de su zona de confort y hablar en voz alta y no, como sucede ahora, entre pasillos y negando ser citados. La ropa sucia no se debe lavar en casa porque la UNAM es patrimonio de todos los mexicanos y subsiste gracias a los impuestos de los contribuyentes. La crítica abierta no debilita a la Universidad, la fortalece. Ese dicho de “que la ropa sucia se lava…” lo invocan quienes controlan el aparato de poder de la institución para protegerse de cualquier señalamiento y que buscan que nada cambie, por ser beneficiarios de las reglas del juego interno. Hacer públicas las diferencias y criterios, en verdad, enriquece a la Universidad, que supone universalidad de ideas... Mucho ayudan estos ejercicios cuando se señalan malos funcionarios, académicos o administrativos, porque, como el cuerpo humano, se debe desechar todo lo que no sirva. La autoridad moral y el reconocimiento de sus pares le ha permitido a Eduardo López Betancourt convertirse en un referente y su opinión pesa, pese a quien le pese, incluso a él mismo. Mi reconocimiento al doctor Eduardo López Betancourt, a quien la UNAM tanto le debe por ser contrapeso a la unanimidad, un hombre de alma generosa y solidaria y una mente brillante. l @evillanuevamx ernestovillanueva@hushmail.com Este análisis se publicó el 14 de enero de 2018 en la edición 2150 de la revista Proceso.

Comentarios