'The Disaster Artist: Obra Maestra”: dolorosamente divertida

viernes, 19 de enero de 2018 · 19:13
MONTERREY, N.L. (apro).- The Disaster Artist: Obra Maestra (The Disaster Artist, 2017) es, al mismo tiempo, dolorosa y muy divertida. Presenta el caso, bastante frecuente, de un inepto que se siente creador. En su fantasía, que implica un evidente desorden mental, el artista llega al extremo de producir la que, supone, será la película que el mundo necesitaba. La insólita historia de Tommy Wisseau (James Franco) se presenta como una anécdota que se ha repetido miles de veces, sobre una persona negada para las artes pero que se siente un virtuoso, y pide ser tratado como tal. En este caso, más que eso, Tommy quiere ser considerado una verdadera estrella del firmamento cinematográfico. Franco, que también dirige la cinta, concentra su oferta en una variante cómica de lo grotesco, al exhibir una monstruosa desproporción de las habilidades del aspirante a actor con sus grandes pretensiones. De alguna forma retorcida, al colocarse detrás de la cámara, el realizador se convierte en su mismo caso de estudio, con la salvedad de que su película es brillante, al presentar el caso de un tipo inestable, negado para observar el mundo con objetividad, y atrapado en una burbuja de ilusión. El reto histriónico es múltiple, pues Franco, excelso frente a la cámara en trabajos previos, tiene que hacerse pasar por un hombre chiflado que, sin ninguna preparación, da el gran salto mortal del anonimato a la cumbre, sin miedo al inminente fracaso. Es un maravilloso espectáculo del surrealismo verlo en un casting atreviéndose a emular a Marlon Brando mientras llama a Stella, en una de las escenas más reconocidas de la cinematografía universal. Tommy es como Ed Wood, un ensoñador de férrea voluntad, que se asume un look de Jim Morrison, con una actitud pretendidamente analítica y risiblemente misteriosa. Su ingenuidad es conmovedora, porque es inofensivo, pero al mismo tiempo desesperante, por su sordera ante las críticas y los consejos. Cruza caminos con otro joven aprendiz de intérprete, Greg (Dave Franco) con quien emprende un viaje a Hollywood, La Meca, a la que acuerdan atacar con un plan artísticamente suicida. Al ser rechazados, por obvias razones, deciden emprender su propio proyecto, que resulta en un caos memorable. Greg y Tommy, por opuestos, se complementan. Sin saberlo, se convierten en grandes amigos, pese a que sus visiones de la vida son completamente opuestas. Uno asume su carrera con seriedad y cordura, mientras el otro la vive como un sueño, en el que cree que su solo deseo puede materializar los proyectos. Los estudiantes de cine encontrarán mucho material para sorprenderse y largar la carcajada frente a este atropello de la técnica. Se les presenta un caso, bastante didáctico, de lo que no debe hacerse en un proyecto fílmico. No se muestra el guión, pero todos los involucrados saben que es un bodrio. No hay orden en los llamados al set. Prevalece la anarquía en los tiros. Se atropellan los horarios. La desorganización hace que la producción se convierta en un resumidero de recursos. Y la magia no aparece por ningún lado. Rebasado por los hechos y por su crew que, evidentemente, conoce más que él del negocio, Tommy es como un niño, con chequera ilimitada, que no sabe cómo manejar su juguete nuevo. Steve Martin, dirigido por Frank Oz, ya lo habían hecho con El director chiflado (Bowfinger, 1999). Michael Gondry también lo hizo en Be Kind Rewind (2008). Pero aquí se muestra un caso que es extraído de la vida real, con una narrativa que es veloz y que muestra, uno tras otro, los tropiezos del divo de opereta. Al final, como ya se sabe, porque realmente ocurrió, la cinta en cuestión, The Room, que produjo, dirigió y estelarizó Tommy en el 2003, ha adquirido un estatus de culto. James Franco retrata perfectamente la personalidad enferma del involuntario payaso y muestra su entorno, pretendidamente creativo, que se consume en una estruendosa implosión. El humor de Franco es muy parecido al de su amigo Seth Rogen, que tiene un papel secundario. Es humor agudo, que aguijonea y que descarnadamente encuentra, en el ridículo del protagonista, la ocasión para las mejores escenas. Por ahí tienen pequeñas participaciones Melanie Griffith, Sharon Stone, Zac Efron y J.J Abrams, entre otros. The Disaster Artist es un duro espejo en el que pueden observarse todos los aspirantes a luminarias. Es el repaso del diario de una mala locación. En este interesante caso de estudio, una de las mejores propuestas de este invierno, se entiende que a veces es necesario pedir una segunda opinión antes de presentar al gran público lo que se puede pensar que es una obra maestra.

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