Jill Magid y la Fundación Calder: No todos los premios son lo que parecen
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Ya no es posible negar el enorme desprestigio que le ocasionó a la productora conceptual Jill Magid (Bridgeport, Connecticut, USA, 1973), su deleznable y escandaloso proyecto que tuvo como pieza central la exhumación exhibida de una parte de las cenizas del relevante arquitecto mexicano Luis Barragán, y su transformación en un diamante sintético que, engarzado como anillo de compromiso, debía servir como mercancía para ser intercambiada por el archivo del arquitecto que compró y resguarda la Fundación Barragán en Birsfelden, Suiza (Proceso 2076, 2111, 2112).
Cuando el pasado viernes 19 la Fundación Calder anunció que Jill Magid era la beneficiaria del Premio Calder que otorga cada dos años, la decisión evidenció no sólo el deterioro artístico de Magid sino, también, la simulación que caracteriza a numerosos reconocimientos del mainstream.
Utilizados muchas veces como un recurso para apuntalar firmas que han sido debilitadas en su posicionamiento –y por lo tanto en sus prospectivas comerciales–, los premios, más que reconocer méritos, sirven para reparar y disimular los daños ocasionados al valor simbólico de los artistas y sus promotores: En 2016, después de las severas y negativas críticas que recibió el mexicano Abraham Cruzvillegas por la intervención que realizó en la sala de turbinas de la Tate Modern de Londres en 2015, la galería Kurimanzutto que lo representa fue reconocida con el premio Stand que otorga la feria Frieze de Londres. (https://www.theguardian.com/artanddesign/2015/oct/16/tate-moderns-turbine-hall-of-fame-the-best-and-worst-artworks-so-far)
Creado en 2005 para “honrar” a artistas que tienen obra temprana “ejemplar e innovadora”, el Premio Calder se había caracterizado por la selección de escultores jóvenes que han sobresalido por la reinvención de las disciplinas tridimensionales. Otorgado en su primera edición a la espléndida neoyorquina Tara Donovan (1969) –ampliamente reconocida por sus fascinantes instalaciones de poéticas orgánicas realizadas con objetos cotidianos de papel como vasos, conos o tarjetas–, y en 2009 al espectacular argentino Tomas Saraceno (1973) –creador de sutiles y monumentales esculturas e instalaciones etéreas y flotantes que, con sofisticados materiales utilizados en territorios científicos, seducen al espectador por la delicadeza de su objetualidad y la interacción con el entorno–, el premio incluyó en 2007 al lituanio Zilvinas Kempinas (1969), en 2011 a la atrevida y divertida escultora Rachel Harrison (Nueva York, 1966), en 2013 al estereotipado escultor conceptual Darren Bader (USA, 1978) y, en 2015, al sugerente instalador sonoro y lumínico Haroon Mirza (Londres, 1977).
Todos ellos artistas que invaden el espacio renovando y continuando el quehacer del famoso escultor norteamericano Alexander Calder (1898-1976), a quien está dedicada la Fundación. ¿Qué obra tridimensional relevante tiene Jill Magid para merecer el premio?
Dedicada a explorar comportamientos que se desarrollan al interior de sistemas institucionales de poder y vigilancia, la también definida como escritora ha interpretado con distintos soportes conceptuales temas relacionadas con la policía, el servicio secreto, el uso de legados artísticos, la maleabilidad legal y la actividad forense, entre otras. A diferencia de sus antecesores, Magid no ha propuesto resoluciones originales que incidan en la reinvención y excelencia de la práctica escultórica.
Una verdad que no logra disimularse ni con la rebuscada declaración de la fundación: “Aun cuando Calder y Magid aparentan ser polos opuestos, los dos artistas comparten una base común dibujando sobre nociones tanto inmateriales como materiales –permiso en el caso de Magid, azar en Calder– para revelar complejidades que están más allá de la transparencia” (https://news.artnet.com/art-world/jill-magid-awarded-2017-calder-prize-1202840). “En sus móbiles y estables, Calder une simetría y asimetría o paridad y disparidad, en maneras que asimilan las grandes fuerzas no visibles que trabajan en el mundo natural. De la misma manera, Magid jala los cabos sueltos, ambos tangibles e intangibles –probando los sistemas impenetrables– y encuentra unificación en los elementos disparejos. Su tenacidad hace eco a la propia de Calder en su transformación radical de la escultura” (http://www.artnews.com/2018/01/19/jill-magid-wins-biannual-50000-calder-prize/).
¿Qué intereses tuvo la Fundación Calder para privilegiar a una conceptualista que, además de no tener una trayectoria escultórica, dañó en México objetos de la Casa-estudio Luis Barragán? (Proceso, 2141). Y, desde la perspectiva de Magid ¿cómo es que aceptó el premio de la Fundación Calder, cuando es una institución que no permite el uso de su importante archivo –26 mil fotografías históricas, docenas de filmes, miles de libros, revistas y 130 mil documentos–, al público general? (http://www.calder.org/about/archives).
La propuesta de intercambiar el anillo del diamante fabricado con las cenizas de Barragán respondió a la supuesta –o inventada– negativa de la directora de la Fundación Barragán, Federica Zanco, de permitir el uso y consulta del archivo Barragán. La actitud contradictoria de Jill Magid comprueba que su obra y actitud artística –al igual que la edición 2018 del premio Calder– se basan en la simulación.
Generalmente opacos en lo que se refiere a las postulaciones y cabildeos que inician los procesos, los premios develan tribus y redes de poder artístico que se expanden y vinculan a través de circuitos institucionales, comerciales y no lucrativos. En el caso de Jill Magid, sus redes se extienden por el Museo Whitney de Nueva York, el Museo Universitario Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional Autónoma de México (MUAC), la Galería Labor de la Ciudad de México, y la esfera tapatía vinculada con el mainstream como el Museo de Arte de Zapopan y el curador y actual director del Museo del Barrio de Nueva York, Patrick Charpenel.
Presente en el Whitney con una muestra individual que organizó la curadora del museo Chrissie Iles en 2010, Magid fue invitada de nuevo en 2017 para participar en la exposición Calder: Hypermobility. Enfocada en el movimiento y sonido que caracteriza la propuesta creativa del famoso escultor, la muestra integró piezas de la Fundación Calder y algunas participaciones de artistas vivos –en su mayoría jóvenes– que practican la escultura, la música y el arte sonoro; la única ajena a esos campos fue Jill Magid. Inaugurada dos meses después de la apertura de su descalificada exposición Una carta siempre llega a su destino. Los archivos Barragán, que presentó en el MUAC de abril a octubre del año pasado, la invitación en el Whitney se percibe como una estrategia común de apuntalamiento.
En relación con la escena mainstream que se desarrolla en México, sólo artistas de la galería Kurimanzutto han participado en el programa de residencias que desde 1989 organiza la Fundación Calder. Realizadas en el taller que tenía Calder en Saché, Francia –una zona espectacular perteneciente al departamento de La Loire–, las estancias de tres meses han apoyado técnica y financieramente a Abraham Cruzvillegas, Carlos Amorales, Monika Sosnowska y Jimmie Durham.
El exitoso proyecto de móviles monumentales, sonoros e interactivos de Carlos Amorales fue realizado durante su estancia en 2012 en el taller de Saché. Inspirados abiertamente en las esculturas móviles de Alexander Calder, estas piezas han estado expuestas en numerosas exposiciones museísticas, incluyendo, en la Ciudad de México, el Museo Jumex, el Tamayo y, posiblemente en la revisión de carrera que le dedica el MUAC a partir del próximo 10 de febrero. Organizada para inaugurarse en el contexto de la feria de arte internacional Zona Maco, la exposición Carlos Amorales. Axiomas para la acción (1996-2018) compartirá con Jill Magid no sólo su participación en la historia de exposiciones del museo universitario sino, también, el trabajo del curador Cuauhtémoc Medina.
Favorecida como todos los artistas que han obtenido el Premio Calder, con 50 mil dólares y la promesa de colocar una de sus obras en una colección pública importante, Jill Magid, a diferencia de los escultores, no realizará la estancia que ofrece el premio en el taller de Saché. Ella se instalará en la casa estudio donde vivió Calder en Roxbury, Connecticut: ¿Se atreverá a tijeretear carpetas y otros textiles al igual que lo hizo en la casa-estudio Luis Barragán de la Ciudad de México? (Proceso, 2141)
Vinculada con las tribus que construyen, promueven y apuntalan el arte post-verdad, Jill Magid, al igual que la edición 2018 del Premio Calder, demuestra que en la escena del arte contemporáneo, no todo lo que brilla es oro... es simulación.
Este texto se publicó el 28 de enero de 2018 en la edición 2152 de la revista Proceso.