'El sacrificio del ciervo sagrado”: enigmática y siniestra

viernes, 9 de febrero de 2018 · 14:31
ONTERREY, NL (apro).- En el inicio, El sacrificio del ciervo sagrado (The killing of a sacred deer, 2017) presenta 40 segundos de completa oscuridad, mientras suena un angelical coro operístico. Con ello, el realizador Yorgos Lanthimos convoca a un reset colectivo. Es indispensable reconsiderar el concepto de la realidad para ingresar a su mundo. La imagen muestra luego un brutal acercamiento de un corazón palpitante, que es intervenido por manos de cirujanos enguantados. La historia que se presenta a continuación es simultáneamente cruel, espeluznante, pero de horrores misteriosos. Este nuevo mundo debe verse con unas gafas especiales, que permiten andar en un entorno social donde las reglas son particularísimas, de una existencia paralela a la conocida. Steven (Colin Farrell) es un cirujano cardiovascular que lleva un estilo de vida cómodo, instalado en la clase alta, con una esposa bella (Nicole Kidman) y un par de hijos, hombre y mujer, que completan el apacible entorno familiar. Hasta que un día, aparece en su vida Martin (Barry Kehogan), un adolescente afable. Primero se acerca tímidamente al médico y, posteriormente, se involucra lentamente en su vida, hasta trastocarlo todo. Su presencia es permanentemente enigmática. La brillante actuación de Kehogan mueve a pensar, inicialmente, en un chico desvalido que busca consuelo. No se sabe quién es, ni por qué su cercanía con el facultativo. Lentamente comienzan a revelarse los motivos que lo imantan a ese hombre, a quien contempla como un padre. Pero no es tan inocente, como parece. Aunque el protagonista es Steve, Martin absorbe toda la energía de la acción, comportándose como un autómata y hablando con susurros, siempre en control total. Es el muchacho el que busca, incluso, acercar al doctor a su madre, interpretada por la desempolvada Alicia Silverstone, para provocar entre ellos un tenso encuentro romántico. Hasta que la situación se hace insostenible, Martin asume el papel de dios. Investido con un poder que asume irresponsablemente, determina reordenar el universo. Ese muchacho, con evidente desequilibrio emocional, se presenta como alguien capaz de dar vida o muerte sin mover una pestaña. Con el solo hecho de mencionarlo, se dice capaz de emitir un hechizo irresistible, como si fuera una habitante del Olimpo. En medio de ese replanteado contrato de convivencia en sociedad, que es presentado con toda naturalidad, el mozalbete desgarbado, que lleva una mochila a la espalda, se convierte en un señor justicia, al que hay que reverenciar. Así lo dicta el código de Lanthimos, con instrucciones para vivir en el mundo despiadado, donde el sacrificio es de los inocentes. El desconcierto no permite dilucidar si el muchacho es un payaso que blofea con seriedad mortal o es un ser investido con autoridad divina. En medio de la confusión, sin embargo, se desarrollan eventos que provocan una carga extra de dudas, pues no se sabe si la historia derivó su curso dramático hacia otro de terror sobrenatural. O si el encantamiento dictaminado procede de una fuerza satánica, alimentada por la venganza. El cardiólogo observa cómo, angustiosamente, su existencia perfecta se va colapsando, en lenta progresión, sin poder evitarlo. Es un hombre de ciencia, está rodeado de eminencias médicas que no pueden, en conjunto, responder al maleficio que ha impuesto ese mocoso, que demuestra tener influencia en asuntos que están más allá de la lógica. El planeamiento del absurdo parece sacado de un episodio extra de El ángel exterminador (1962), donde un grupo de personas, paralizado por una fuerza extraña, se niega a seguir el sentido común. El director griego ya había sorprendido con su inusual talento en Langosta (2015), que también seguía una grotesca concepción del amor y las relaciones interpersonales afectivas. El título, extraído de la tragedia Ifigenia en Áulide, de Eurípides, es bastante obvio. Los hijos deberán pagar por sus padres, para evitar una mayor desgracia en la familia. Se aproxima a la consumación el castigo inexorable. Steve debe expiar las culpas de una manera insólita. Y al final, cuando todo ha terminado, Lanthimos se retira sin dar explicaciones sobre su parábola del poder y su moderna relectura de Crimen y Castigo.

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