El espectro de la censura en el siglo XXI (segunda parte y última)

viernes, 9 de marzo de 2018 · 22:44
Artista inserto resueltamente en la tradición del desnudo, el francés Gustave Courbet (1818-1877) pintó en 1866 El origen del mundo, que se exhibe en el Museo d’Orsay de París desde 1995. El lienzo, inscrito en la tendencia naturalista, perteneció a la colección del psicoanalista Jacques Lacan y forma parte de una serie de desnudos que en su época conmocionaron a la sociedad francesa. El pintor mexicano Felipe Santiago Gutiérrez (1824-1904), oriundo de Texcoco, durante su estancia en Europa mostró siempre una gran admiración por este legado pictórico que tuvo una marcada influencia en su obra. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El d’Orsay sostiene que esa obra escapa a la pornografía gracias al virtuosismo y refinamiento del autor. En 2001 el profesor francés Frédéric Durand le tomó una fotografía al cuadro y la insertó en su portal de Facebook. Sin embargo, la empresa optó por desactivarle su cuenta bajo el argumento de que la inclusión de desnudos era contraria a su política de contenidos. Durand recurrió a la justicia de Francia; alegó que Facebook transgredía su libertad de expresión. En 2015 la compañía fundada por Mark Zuckerberg cambió sus políticas y desde entonces permite la inserción de desnudos, algo que le acarreó serios cuestionamientos a su esquema de neutralidad. Aun así, el tribunal de gran instancia de París (Ordonnace RG 12/12401) obligó a esa compañía a sujetarse a la justicia francesa, respaldado por la Corte de Apelaciones parisina (Arrêt no. 15/08624). Esta sentencia se pronunciará previsiblemente el próximo 15 de marzo. En el ínterin, la Comisión Nacional de Informática y de Libertades obligó a Facebook a ajustar sus políticas a la legislación francesa. La experiencia del desnudo Fundada en noviembre de 1781 con el nombre de las Tres Nobles Artes (pintura, escultura y arquitectura) de San Carlos, de la Ciudad de México, esta institución recibió tiempo después el título de Real Academia; un hecho importante porque eso le daba acceso a los fondos de la Real Hacienda. En la academia predominaba una junta conservadora y prevalecía el movimiento nazareno impulsado por Friedrich Overbeck, que abrevaba del romanticismo alemán. Este artista delimitó tres caminos para el arte pictórico: El primero lo ubicó en la naturaleza, con Alberto Durero como su mejor representante; el segundo, en lo sublime, con Michelangelo Buonarroti (Miguel Ángel) como el gran exponente, y el tercero en lo bello, con Rafaello Sanzio como su síntesis (Elisa García Barragán). Entre los fundadores de la corriente nazarena destacaron el propio Overbeck, Franz Pforr, Ludwig Vogel y Johann Hottinger. Formados en la Academia de Viena, ataviados con estrafalarias vestimentas y cabelleras largas, de ello les vino el mote de Los Nazarenos (i nazareni). En sus fundamentos, esta escuela preconizaba un retorno al cristianismo primitivo y bíblico; el realismo correspondía a los sentimientos y a la filosofía de su tiempo. En el caso de México la tendencia pictórica nazarena o purismo nazareno era pregonada por Rafael de Rafael, español profundamente religioso afincado en el país y uno de los críticos de arte más renombrados de su época (Ida Rodríguez Prampolini). Las mismas categorías estéticas fueron reivindicadas por el catalán Pelegrín Clavé, designado director de pintura de San Carlos, así como por los conservadores José Bernardo Couto, quien sería también director, José Joaquín Pesado y Manuel Carpio, quienes participaron en el órgano rector de la Academia (Angélica Velázquez Guadarrama). El pensamiento conservador impregnó la dirección artística de San Carlos. Maximiliano de Habsburgo le dio el título de imperial, pero el único vestigio artístico de su gobierno son las pinturas de Santiago Rebull. En una reseña escrita por Rafael de Rafael sobre la tercera exposición de la Academia, publicada en El Espectador el 5 de junio de 1851, concluyó que el país, de origen reciente, carecía de historia. El crítico español no ocultaba su fascinación por la cultura europea. Desaciertos como éste eran recurrentes en los críticos conservadores de arte de la primera parte del siglo XIX mexicano, quienes exaltaban la pintura religiosa, que estimaban universal y, en consecuencia, totalmente legítima (Fausto Ramírez Rojas). En la época, la Odalisca saliendo del baño, expuesta en San Carlos y atribuida al belga Henri Decaisne (1799-1852), fue cuestionada por Rafael de Rafael, quien lanzó invectivas contra los alumnos y, sin restarle del todo méritos al óleo de Decaisne, los previno para que no se dejaran seducir por obras como ésta: “Los laureles que se cogen en el campo del sensualismo y de la inmoralidad son laureles malditos y se marchitan, y secan antes de que pueda tejerse con ellos una corona”. Esta catilinaria contrasta con el premio de composición otorgado por San Carlos al lienzo del texcocano Gutiérrez La caída de los ángeles rebeldes (1850) que, inspirado en El paraíso perdido, del poeta John Milton, es una de las primeras incursiones en el desnudo masculino en México (Alfonso Sánchez Arteche y Esperanza Garrido). La reseña de Rafael fue criticada acremente por Ignacio M. Altamirano, quien era un asiduo espectador de exposiciones. Aficionado al arte, como él solía llamarse, le atribuyó a San Carlos el retraso en el desarrollo artístico en México. Sus aseveraciones merecieron una respuesta vigorosa del pintor Gutiérrez, quien reivindicó a los artistas de su tiempo. Como efecto del ánimo conservador prevaleciente en la época, el desarrollo del desnudo pictórico en México estaba totalmente refrenado. Gutiérrez argüía que el desnudo de la mujer resultaba necesario para la ejecución de los cuadros históricos y mitológicos, pero en San Carlos esa corriente resultaba desconocida. Aquí, consignaba, “únicamente se estudia vestida en los cuadros bíblicos, y cuando más, con los brazos desnudos y pies hasta los tobillos”. Aun en la vorágine conservadora, Gutiérrez contrató a la modelo Gallesiara y al modelo Sansone. Juan Cordero (1822-1884) hizo lo mismo con María Bonani, una práctica usual en el medio italiano. El mito de Atala o los amores de dos salvajes en el desierto, narrativa decididamente romántica, le sirvió a Cordero para ejecutar La muerte de Atala basado en la novela de Chateaubriand y explorar el desnudo femenino. Pero quien lo escruta con intensidad es el pintor Gutiérrez, quien alcanzó la cúspide con las diferentes versiones de La amazona o La cazadora de los Andes. ? La tradición del desnudo en San Carlos la continuarían Julio Ruelas (1870-1907), Roberto Montenegro (1885-1968) y Germán Gedovius (1867-1937). Pero la decadencia del porfiriato, a finales del siglo XIX y el umbral del XX, arrambló al arte en México. Con todo, la sociedad finisecular vio emerger en la Ciudad de México un nuevo espacio, en el que las imágenes eróticas en portadas de revistas y postales se exhibían en estanquillos e incluso en cajetillas de cigarros. Las artes visuales encontraban en litografías y grabados, además de fotografías, los vehículos idóneos para la difusión del cuerpo femenino, epitomado siempre como femme fatal. La Revolución Mexicana mostró la actitud del poder en lo que respecta a los asuntos del cuerpo en momentos de crisis y de violencia social; una de las constantes en este sentido fue la ausencia de expresión política de las mujeres frente a su cuerpo y su sexualidad. Como bien lo expresara el esteta e historiador Justino Fernández, la Revolución Mexicana coincidió con importantes renovaciones en el arte: nuevas categorías estéticas permitieron reformular la libertad de expresión y se distanciaron del tradicional arte representativo y naturalista. Sólo con libertad, sostenía Fernández, es posible el florecimiento del arte. Esta concepción, este movimiento, significó nuevas concepciones de belleza que a los artistas mexicanos les permitió expresar su historia, sus costumbres y sus potencias estéticas nacionales, lo que se constituyó en una de las contribuciones trascendentes mexicanas a la cultural universal. El siglo XX estuvo cargado de altibajos en lo que atañe a la censura y autocensura por parte de los artistas mexicanos. En cuando al desnudo, en la primera parte del siglo XX destaca la obra de Diego Rivera (1886-1957). Existe consenso en el sentido de que los mejores desnudos de este artista se encuentran en sus frescos del Salón de Actos de la Escuela Nacional de Agricultura, en Chapingo. A contraluz de los óculos, Rivera pintó una serie de desnudos, algunos de los cuales, como el de la germinación, son excelsos. El muro apaisado que cierra el antiguo coro lo preside la madre tierra, representado por un desnudo femenino de una gran sensualidad. Las bóvedas tienen también desnudos masculinos con excelentes efectos. El desnudo en Rivera encuentra también su culminación en el lienzo de caballete Bailarina en reposo (Justino Fernández). Roberto Montenegro careció de la ventura de Diego Rivera. En 1921 José Vasconcelos le encomendó un mural para el Antiguo Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, la antigua sede del Museo de la Luz, actualmente Museo de las Constituciones. Montenegro ejecutó en el ábside El árbol de la vida o de la ciencia, que causó gran zozobra en la sociedad por los desnudos de la obra. El mural fue modificado a solicitud de Vasconcelos. En 1944, la restauración obligó a Montenegro a desconocer su paternidad respecto de la obra (Ingrid Suckaer). La represión En la última parte del siglo XX la censura tuvo marcados rasgos sectarios. Con motivo de la Olimpiada Cultural, el Consejo Británico montó una exposición, Nuevas Tendencias, con artistas renombrados, como Bridget Riley, Richard Hamilton, Eduard Paolozzi, Allan Jones y David Hockney. Esta muestra ya había sido instalada en Sao Paulo, Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires, sin mayores percances (Alan Travis, The Guardian, 16/06/2001). Hockney (1937) fue uno de los pintores británicos más influyentes, especialmente en la línea del pop art. Su obra estaba representada por siete lienzos, varios de los cuales traslucían representaciones homosexuales, que había ejecutado para ilustrar 14 poemas del poeta griego Constantino Cavafis (1863-1933). En 2001 el Ministerio de Relaciones Exteriores británico desclasificó los papeles confidenciales del embajador Charles Peter Hope a través del Public Record Office. Las revelaciones contienen datos importantes para la historia de la censura mexicana: La directora del Museo Nacional de Arte Moderno de la época, Carmen Barreda, con sólo ver los cuadros de Hockney aseveró que jamás había visto algo similar, a tal grado que se opuso terminantemente a su exhibición y calificó esa obra de inmunda y obscena. Más aún, supuso que a la muestra asistirían multitudes de beatniks con sus manifestaciones indeseables, como aquellas en las que afloraba el homosexualismo. Hope, quien desde luego era conservador, se adhirió a los prejuicios de Barreda y en su correspondencia alertó a Londres. Sostuvo que la sociedad mexicana era mucho menos tolerante que la británica y declaró que la fobia de ésta contra el homosexualismo había sido una conducta reiterada, aun cuando en el pasado prehispánico de México las prácticas homosexuales eran permitidas. En Londres la censura mexicana causó estupor. El Consejo Británico se opuso a ella y declaró que la muestra había sido adverada por el Comité Asesor de Bellas Artes, presidido por Philip Anstiss Hendy (1900-1980), uno de los curadores de arte más reputados, y por el historiador de arte y poeta Herbert Read (1893-1968), quienes avalaron resueltamente la inclusión de la obra de Hockney. Hope concluyó que el secretario de Educación Pública mexicano, Agustín Yáñez (1904-1980), le había incluso asegurado que, siendo éste gobernador de Jalisco y por menos que eso, había sido dos veces excomulgado por el arzobispo de Guadalajara, José Garibi y Rivera. El único riesgo que observaba Hope era la posibilidad de que se incomodara a un número restringido de críticos de arte. Así que el propio Hope autorizó la censura y el presidente Gustavo Díaz Ordaz pudo inaugurar la muestra el 6 de junio de 1968 (Raúl Olmos). En la memoria colectiva mexicana aún perdura el recuerdo de la polémica muestra El real templo real, de Rolando de la Rosa, quien en enero de 1988 expuso en el Museo de Arte Moderno el ícono de la Virgen de Guadalupe pero con el rostro de Marylin Monroe, ante lo cual miembros de la organización ultraconservadora Pro Vida irrumpieron en el recinto para exigir el retiro de la exposición. En medio del escándalo, el director del museo y crítico de arte Jorge Alberto Manrique se vio obligado a retirarla y, más que eso, a dimitir. El crepúsculo del siglo XX se clausura en el mismo recinto con la exposición de la obra gráfica El gran circo del mundo (1999), de Nahúm B. Zenil, quien fue seriamente cuestionado por su componente temático homosexual. Este artista ya había sido censurado con motivo de su exposición Oh Santa Bandera en 1997, en el Festival Internacional de la Diversidad Sexual, que se conoce como la Semana Cultural Lésbica Gay, en el Museo Universitario del Chopo, bajo el argumento del empleo indebido de la bandera nacional. El siglo XXI En abril de 2009 el poder revisor de la Constitución modificó y sujetó a una tutela específica la libertad cultural, que obliga a los poderes públicos a adoptar una nueva actitud en la materia. El Constituyente de la Ciudad de México no hizo menos: su artículo 13, inciso D, proclama que “toda persona, grupo y comunidad gozan del derecho irrestricto del acceso a la cultura”. Más aún, sentencia que “el arte y la ciencia son libres y queda prohibida toda clase de censura”. Esta protección constitucional quedó desarrollada con plenitud por la Ley de los Derechos Culturales de los Habitantes y Visitantes de la Ciudad de México, aprobada por todas las fuerzas políticas representadas en la Asamblea Legislativa (Gaceta Oficial del 22 de enero de 2018). La reforma constitucional y su ley secundaria responden a los siguientes fundamentos: protección genérica de la creación humana, reconocimiento de la libertad de la cultura y de su desarrollo, e intervención positiva de los poderes públicos en la materia. La tutela constitucional evita referirse al reconocimiento social o valor artístico intrínseco de una obra, a la individualización del carácter artístico o a la consecución de un cierto nivel artístico. En junio de 2015, bajo el resguardo de esa tutela, el Museo de Arte Moderno albergó en el Jardín Escultórico un biombo de papel de Fernando Osorno que evoca una escena homosexual (Maai Ortiz). Más aún, el Museo Nacional de Arte exhibió Discursos de la piel, del pintor mexiquense Felipe Santiago Gutiérrez, a finales de 2017. Epílogo El arte es un bien espiritual no definible; intentar definirlo equivaldría a sostener que el valor artístico de una obra estaría obligado a expresar un fin, conllevar un objetivo o poseer un carácter estético. El arte es un hecho social que en su plenitud representa un momento histórico determinado y, como tal, es susceptible de metamorfosis y alteraciones. El propósito es claro: evitar la discusión y privilegiar el debate e insertar este último en la vertiente de las razones demostrativas y no en la de las preferencias. En nuestra época, los movimientos avant-garde, la audacia, la provocación y la voluntad de ruptura terminaron por banalizarse. Octavio Paz lo expresaría en esta forma: “El arte moderno comenzó a perder su poder de negación; la rebelión terminó en procedimiento, la crítica en retórica y la transgresión en ceremonia. La negación dejó de ser creativa. No es el fin del arte, es el fin del arte moderno”. El debate, empero, es sobre la libertad, en donde el arte no es excepción. Pocas veces en la historia se ha manifestado una exigencia constante de libertad como en nuestro tiempo, lo que en términos llanos consiste en que el individuo debe darse su propia ley y acatarla, con la finalidad de hacerse cargo de su propio destino. *Doctor en derecho por la Universidad Panthéon Assas. Este ensayo se publicó el 4 de marzo de 2018 en la edición 2157 de la revista Proceso.

Comentarios

Otras Noticias