El futbol les dio familia, hogar y patria

domingo, 20 de mayo de 2018 · 09:07
En el sur de España hay un lugar –mejor dicho, un equipo de futbol– que lucha por dar una segunda oportunidad a todas aquellas personas que huyeron (algunos de ellos siendo niños) de la pobreza o de zonas en conflicto. Se trata del club Alma de África, que compite en el futbol andaluz. La mayoría de sus integrantes son africanos y entre ellos hay un par de colombianos y un boliviano. Proceso se entrevistó con el presidente de este equipo y con algunos de sus jugadores, quienes se muestran agradecidos por recuperar su autoestima y la esperanza de superar la vida que padecían.    JEREZ DE LA FRONTERA, España (Proceso).- En el centro de la cancha 11 jugadores forman un círculo, unen sus manos como si se tratara de un caleidoscopio y cierran los ojos. El capitán Amed Soleto pregunta a voz en cuello y recibe respuestas al unísono: “¿Qué somos? ¡Un equipo! ¿Qué somos? ¡Una familia! ¿Qué somos? ¡Alma de África!”. Es el ritual previo a cada partido de este club formado mayoritariamente por inmigrantes africanos, llamado Alma de África, que juega en la segunda categoría de la liga de futbol andaluza. Todos están animosos, enfundados en un uniforme verde en el que resalta la leyenda en su pecho: “Artículo 14. Toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país”. Es un extracto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); la leyenda en la camiseta fue propuesta por el publicista y conductor de televisión Risto Mejide, quien donó una importante suma de dinero al crowfounding que organizó el club para allegarse de fondos y equipar a los chicos. “Planteamos que quien donara más propusiera una publicidad o eslogan en la camiseta, y fue idea de Risto Mejide poner el artículo 14. Va muy acorde con el sentido del club, que es el de la integración de los chicos, la mayoría inmigrantes que huyen de la pobreza y las zonas de conflicto”, dice el presidente del club, Alejandro Benítez. “Es un distintivo con un significado tan poderoso que un museo de Marsella nos pidió la camiseta para que formara parte de una exposición sobre el futbol visto desde el punto de vista social, que se llamó Nous Sommes Foot (Nosotros somos futbol, en francés)”. Casi desde que nació el proyecto atrajo la mirada de periodistas de todo el mundo. De hecho, mientras el enviado de Proceso habla con ellos, también una televisora alemana prepara un reportaje. Alma de África es un ejemplo de integración y de multiculturalidad. “Tenemos jugadores de una decena de países: Nigeria, Marruecos, Camerún, Senegal, Mauritania, Guinea Bissau, Bolivia y Colombia, entre otros. Aquí tenemos chicos de zonas con conflictos, como es Marruecos y la región del Sahara, pero ellos aquí no viven eso, aquí los ves abrazándose”, explica. “La inmigración es muy deprimente, yo los llegué a ver con la cabeza agachada por cargar a sus espaldas sus duras experiencias, pero aquí ganan mucho en autoestima, se sienten seguros al formar parte de un equipo. “El club se ha convertido en una familia, se sienten acogidos y se sienten importantes”, resume Benítez. Orgullo, dice, que se vio reflejado cuando conocieron que, con motivo del Día Internacional del Deporte, el Desarrollo y la Paz, la ONU difundió un reportaje en la página oficial de la organización sobre Alma de África como ejemplo de integración en el deporte. En 2016, también recibieron el Premio Ciudad de Jerez a la Igualdad y la Integración. Huir de África Cuando el árbitro pita y el balón se pone en juego, ellos corren en la cancha con agilidad de gacela. En una jugada, el senegalés Modou Dione logra bloquearle el camino a un contrincante del Atlético Sanluqueño, le quita el balón y se lo pasa al capitán, el boliviano Amed Soleto, un joven inquieto al que no se le cierra el mundo: fuera de la cancha lo mismo trabaja en un taller de hojalatería y pintura, es entrenador infantil y coach nutricionista. Modou es efusivo y lanza indicaciones a sus compañeros cuando una jugada falla o cuando reprocha a los árbitros por lo que él considera una falta de los rivales. “Es que nos tienen que dar muchas patadas para que el árbitro marque una falta”, dice al reportero durante el medio tiempo. En la cancha, este senegalés de 27 años no parece que haya llegado solo a las Canarias a los 12 años, montado en una embarcación que transportaba a 100 inmigrantes, de los cuales tres murieron en el terrible trayecto de 11 días. Eran los años de la “crisis de los cayucos”, así llamadas las frágiles embarcaciones en las que una oleada de casi 30 mil africanos se lanzó al océano para alcanzar territorio español. “Siendo un niño, salí solo de Senegal. Mi padre me dijo que ya era momento de que me fuera para buscarme la vida, eso ni me pasaba por la cabeza porque era muy chico. Pero en África, cuando uno tiene 10 años, se cree que ya eres un adulto, y por eso mi padre pensó que yo podía hacer el viaje sin ningún problema”, dice este trabajador de una frutería en Cádiz. –¿Pero eso es muy duro? –Claro, sí que es muy duro. Lo pasé muy mal, el viaje fue una pesadilla, es una ruta muy peligrosa. Luego tuve que conocer un nuevo idioma y buscar de qué vivir. Pero aquí estoy. El primer problema Para entender cómo surge Alma de África hay que remontarse a 2015. Todos los domingos por la tarde muchos de estos jóvenes se reunían informalmente a jugar en la Pradera Hípica, a las afueras de Jerez. Sus mochilas hacían las veces de porterías. Mientras paseaba a su perra, Quini Rodríguez los observaba que jugaban poco y discutían mucho. Les ganaba el protagonismo y todos querían ser delanteros y emular a sus ídolos Messi o Cristiano Ronaldo. Entonces, este enfermero jerezano se les acerca y les dice: “Ustedes necesitan un árbitro”. Ese mismo día, el jerezano contacta a su amigo Alejandro Benítez, exjugador del Jerez Deportivo y entrenador de futbol base. “Me dijo Quini: ‘Mira, Alejandro, quiero que vengas el próximo domingo a arbitrar un partido de africanos en la Pradera’”, relata el presidente del club. Aquí es bastante normal la convivencia con una nutrida comunidad de inmigrantes africanos, porque es la puerta de entrada a Europa. La costa de la provincia de Cádiz está separada de la costa marroquí de Nador y la ciudad autónoma de Melilla sólo por 14 kilómetros de mar del Estrecho de Gibraltar. La mayoría de estos chicos llegaron sin papeles en endebles embarcaciones o saltando la valla fronteriza de Melilla. Finalmente, Quini y Alejandro acudieron el domingo siguiente al partido. “Al finalizar el juego, platicamos y vimos que algunos tenían madera de futbolistas. Entonces se me ocurrió organizar un torneo triangular con el Atlético Sanluqueño –el mismo club al que enfrentaron el día de esta entrevista– y el Jerez Deportivo, se llamó ‘Torneo benéfico Alma de África’. Y ahí se inició la aventura”. Primero se formalizó el equipo sin que la Liga Andaluza opusiera ningún obstáculo, pese al alto número de extranjeros, porque es categoría amateur. Sólo hay cinco españoles en el equipo. Iniciaron en la cuarta categoría de la Liga Andaluza. Pero pronto surgió el primer problema en la cancha, cuenta Benítez. “Es que genéticamente tienen una gran capacidad, pero tácticamente ninguno traía una base. Hubo que pulir mucho y poner orden. Eso sí, en ello le ponen todo el corazón”. Y su esfuerzo cristalizó rápido: en dos temporadas subieron a tercera regional y luego a segunda regional, donde están ahora. Es consciente de que “llegar a segunda es un gran logro”, porque es una categoría más complicada. “Nos enfrentamos a equipos que tienen buenas canteras, ya es un juego de élite respecto de las anteriores categorías. Se nos está dificultando más. Un posible descenso no sería un drama, sino parte de la ruta de aprendizaje del club”, dice el responsable del conjunto. El otro problema que enfrentan es la fluctuación propia de la inmigración. Hasta ahora han perdido 10 o 12 de los 30 jugadores que han pasado por sus filas, porque tuvieron que seguir su trayecto migratorio a otras ciudades españolas o a otros países, como Francia, para reunirse con familiares. De manera natural también se integraron jugadores latinoamericanos: dos colombianos y un boliviano, Amed, quien recuerda que José Correa, el primer entrenador, lo invitó a unirse. “Me gustó el equipo porque estamos muy bien integrados. Somos como hermanos, por eso decimos que ‘somos familia’. Aunque, como todos los hermanos, discutimos”, comenta. Ante la precariedad del club, Benítez y sus colaboradores se las ingenian para conseguir apoyos con administraciones públicas, empresas y organizaciones que trabajan con inmigrantes. “Nos apoyan en la parte médica, en asesoría legal, administrativamente, con los traslados a los juegos cuando vamos de visitantes”, dice. Siempre de buen humor, Benítez relata una serie de adversidades que han tenido que vencer para que sus jugadores se sientan parte de esta comunidad futbolística. Y los futbolistas hablan del presi como si de un guía se tratara, lo hacen con familiaridad y respeto. Ese cobijo del presidente se vio reflejado cuando el año pasado acudió a buscar al marroquí Hicham Aidami para darle la noticia de que le habían autorizado la tarjeta de residencia que le ayudó a gestionar la organización no gubernamental Aceem. Esa buena nueva sacaba de las sombras a este chico de 23 años que a los 17 había saltado la valla de Melilla para cumplir su sueño de llegar a Europa. El defensa lloró de emoción con la noticia que le dio Benítez. Actualmente, Hicham trabaja de cocinero en un puesto de kebab y está estudiando. “Dos jugadores más también obtuvieron sus papeles (migratorios), pero nos tuvieron que dejar porque consiguieron un trabajo más estable y sus horarios no les permitían estar con el club. Nos da una enorme alegría, aunque deportivamente han sido dos bajas importantes”, dice el directivo. La pertenencia a Alma de África les permite tener una fe de permanencia en España para comprobar su arraigo mínimo de tres años, como marca la ley, y poder iniciar sus trámites de residencia. En busca del fichaje Fuera de la cancha, en la mayoría de los casos, el panorama es más difícil. El defensa español Adrián Zarzuela (camiseta 4) se sincera y reconoce que algunos de sus compañeros africanos “no tienen papeles (migratorios)… o simplemente no tienen casa. Es muy complicado así”. Zarzuela, como le dicen todos, se sintió muy conmovido al conocer las historias de sus compañeros y decidió quedarse en el equipo y ser uno más, pese a tener otras ofertas en categorías superiores. “Me sensibilizó mucho conocerlos”, dice este joven informático y programador de páginas en internet. El centrocampista Issa Abdou (playera número 12) relata que se vio obligado a abandonar Camerún en 2008 por el alto riesgo que se vivía en su país debido a las revueltas y a los secuestros. Unos meses después consiguió brincar la valla de Melilla, y España le concedió el asilo político. Sin embargo, tiempo después le retiraron esa tarjeta. Hoy nuevamente logró cumplir con los trámites necesarios y ya tiene su carnet de residencia. Le buscan para hacer trabajos de electricista, jardinero y pintor. “Ahora estoy echando currículum por todos lados para conseguir un trabajo estable”. Es quizás el más positivo de los jugadores que da entrevista, al señalar que “todos en esta familia tenemos algo que hacer cuando nos levantamos. Y cuando tienes un equipo para jugar, eso te anima a intentar nuevas cosas para estar mejor”. El senegalés Abdul Diouf, delantero que lleva la camiseta 19, fuera de la cancha se gana la vida lavando coches en la calle, como lo hacen otros de sus compañeros. Sin embargo, tiene claro que su único propósito es seguirse preparando en Alma de África y después buscar un fichaje con equipos de categorías superiores. “El futbol es mi pasión”, dice con toda certeza. Su paisano y segundo entrenador, Christian, quien como Abdul pasó el estrecho en una especie de pequeña lancha, explica que trabaja “en un puesto vendiendo zapatos en el centro de Jerez”. Arropados El 18 de febrero pasado, Pedro Samabo, originario de Mansaba, Guinea Bissau, sufrió una agresión durante el medio tiempo del partido contra Los Cortijillos de Cádiz, cuando se dirigía a los vestuarios. Un rival le dio un puñetazo en la boca. “Dentro del campo tuve un pique con un jugador. Cuando íbamos al vestuario yo caminaba a un lado del presidente cuando este rival me dijo ‘te voy a cortar esas trencitas’. Se adelantó y entrando al vestidor me pegó un puñetazo. Un compañero suyo le reclamó y se lo llevó al vestuario y nuestro presidente me llevó con mis compañeros y decidió que el equipo no saldría a jugar la segunda mitad.” Benítez corrobora la versión. Explica que denunciaron la agresión ante los árbitros, la federación y en la comisaría. “Yo me negué a seguir el partido para evitar mayores perjuicios después de esa agresión bestial. “Los dos jugadores ya declararon, el trío arbitral y yo, como testigo presencial, pero la federación decidió que hasta que no haya una resolución administrativa-penal no habrá resolución deportiva. Sigue el expediente abierto”. Pedro dice que no ve un componente racista en la agresión, cree que fue por el pique en la cancha. “Aunque haya dicho que me cortaría las trenzas africanas, no creo que haya sido por mi color de piel”. Asegura que nunca han sufrido agresiones raciales en Jerez, pero lamenta que en otros sitios sí. Los rivales o desde las gradas les gritan “negro de mierda”, “mono”, “lárgate en tu patera. Eso da mucha rabia”, dice. Este joven de 31 años es objeto de bromas de su compañero colombiano Jon Sebastián, quien dice que sus ídolos son “Messi, Cristiano Ronaldo y Pedro, porque mete muchos goles”. Espigado, pero de cuerpo fibroso, Pedro sólo sonríe antes de continuar el relato de su salida de Guinea Bissau a los 11 años, cuando estalló la guerra. Y cómo, al cuidado de una tía, obtuvieron refugio en Portugal. Pedro llegó a Cádiz siguiendo a su pareja. Consiguió trabajar por un tiempo en un restaurante y actualmente es profesor de baile “de danzas africanas modernas, como afro-house y kuduro. Pero mi objetivo es sacar la oposición para Guardia Civil. Es un reto más en mi vida”. “Como verás aquí, todos los compañeros tenemos nuestra propia historia. Todos sabemos las dificultades que hemos pasado al salir de nuestro país. Salimos para buscar una vida mejor, pero migrar es muy duro, por eso el equipo nos ayuda mucho, nos sentimos muy bien, es nuestra afición y nos hace olvidar por un momento lo demás”, agrega Pedro. Este reportaje se publicó el 13 de mayo de 2018 en la edición 2167 de la revista Proceso.

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