Memorial a las víctimas de la violencia: un tufo a guerra, a despilfarro y lo peor... a olvido
“Es una contradicción inaugurar un monumento en un acto administrativo, con estelas sin los nombres de las víctimas, en un campo dedicado al dios de la guerra, frente al monumento que Felipe Calderón mandó hacer para los soldados y policías muertos.”El 5 de marzo de 2016 se colocaron los nombres de las víctimas del juvenicidio en la discoteca News Divine en la CDMX, la masacre en Villas de Salvarcar, en Ciudad Juárez, las víctimas del ataque al Casino Royale en Monterrey y la lista de 15 periodistas asesinados en el estado de Veracruz durante la gestión de Javier Duarte. Si bien Províctima –ahora la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV)– heredó el memorial, la obra se erigió con base en un “convenio de colaboración del programa de rescate de espacios públicos”, celebrado entre las secretarías de la Defensa Nacional (Sedena) y de Desarrollo Social (Sedesol) el 30 de agosto de 2012.
Acta de recepción y entrega del memorial a las víctimas de la violencia by Revista Proceso on Scribd
Mediante ese convenio, la institución castrense “donó” el terreno –de 13 mil metros cuadrados– y supervisó la obra, mientras que la Sedesol aportó los fondos: entregó 31 millones 275 mil pesos a la Sedena para instalar las 64 placas de acero y remodelar el espacio. Esa cantidad equivale a un año del programa de pensión para 4 mil 672 adultos mayores. Además de los 8 millones gastados en servicios de riego, la CEAV ha pagado 18 millones 588 mil 275 pesos a la empresa ISS Facility Services por servicios de jardineria, limpieza y fumigación para sus inmuebles entre 2014 y 2016. El despacho de arquitectura Gaeta Springall fue encargado de crear el espectáculo arquitectónico. “Si entendemos la violencia como la destrucción, la construcción de setenta muros juega como el gran antídoto contra esta violencia. Estos setenta muros metálicos que emergen entre los árboles accionan un juego dual entre naturaleza y arquitectura: bosque de árboles y bosque de muros”, se lee en su sitio web. Julio Gaeta, Luby Springall y Ricardo López, encargados del proyecto ven en el memorial “una forma inacabada que fusiona materialidades”. Violencia materializada en el espacio entre un árbol y un monolito de acero, un reducto de muros grafiteados. En el acero hay una gama de dolores: El siena de la tierra o el blanco lechoso de la lluvia. Colores minerales de quien entiende la memoria como un monolito en un predio compartido con el espectáculo y la violencia de Estado: el Auditorio Nacional, el Centro Cultural del Bosque y el Casino Militar. Silencio ante los tamborazos del Ejército, las balatas de los autobuses, el cuchicheo de los peatones, los cláxones ahogados. De los muros brotan constelaciones de pisadas, “I'm not gonna kill you, I'm just gonna hurt you, really, really, bad”, dice con aerosol azul en uno de los muros, frase enunciada por El Guasón, el archienemigo de Batman, mientras tortura a una mujer. https://www.youtube.com/watch?v=6xJ5kXLZ7Qw En otros muros hay espejos que protegen a quien mira del vacío, de la desaparición, el asesinato, la persecución. El reflejo está empañado, sucio de los escapes que bufan en la esquina de Anatole France y avenida Reforma. La imagen que devuelve el espejo no es clara. Podrías ser tú el siguiente cuerpo, pero la borradura impedirá reconocerte. Hay una galaxia atrapada en otro muro, una anemona solitaria navega hacia un cráneo. En una de las estelas una mujer de cabello naranja contempla la silueta de un hombre que sostiene un globo. El memorial es también un jardín amoroso: en las estelas se inscriben las iniciales de quien se ama por primera vez. [caption id="attachment_536699" align="aligncenter" width="1200"] El color de los muros del memorial. Fotos: Alejandro Saldívar[/caption] Francisco Morales, de 62 años, camina sobre la rejilla del centro del memorial. Un piso propio de una bodega con desaparecidos. La lámina se pandea sobre sus pies: braaam. “De día se ve un espejo de agua y mucha gente viene para tomar sesiones fotográficas, bodas, quince años”. Al atardecer, los zanates rozan los espejos de agua. “Hay indiferencia, la gente no tiene conocimiento de que existe este memorial”, dice con el ojo pragmático de un vigilante. Hace un año que Francisco vigila el predio del memorial. Hace dos trabajaba en el panteón civil de Iztapalapa. “En San Nicolás hay difuntos, aquí hay digamos recuerdos”, cuenta. [caption id="attachment_536700" align="aligncenter" width="1200"] El espejo de agua del memorial. Foto: Alejandro Saldívar[/caption] Para Francisco, el misterio del sufrimiento permanece velado. El memorial no es un sitio sagrado, ni un templo, ni un espacio público. “Aquí se ocupa para sesiones fotográficas, bodas, quince años, fotos del paseo, viene mucho extranjero. La gente pasa y no toma en cuenta nada de lo que existe, como no hay lápidas y sólo hay remembranzas de algunos autores, pues pasan”. Mientras anochece, el peso de los muros cambia la posición de su cuerpo: los hombros caídos, la cabeza inclinada hacia el pasto que se vuelve fosforescente. “Una vez pintaron ‘Aquí estuvo Francisco Villa y sus matones’ (sic), y les dije, pero no pasó nada”. Todos esos muertos con los que convive a diario le han modificado su percepción de la violencia: “Todos tenemos la violencia desde niños. Hay violencia psicológica y moral. Violencia hay de todo tipo. Este es un lugar donde la gente debería venir a recordar, para que no se sea violento. (sic)” [caption id="attachment_536703" align="aligncenter" width="1200"] Memorial a las víctimas de la violencia en Campo Marte. Foto: Alejandro Saldívar[/caption] Francisco es el único morador de esa sección del bosque. Se resguarda en una bodega de plástico donde come y dormita. A veces hace turnos acompañado, pero la mayor parte del tiempo contempla los árboles y vigila el bosque. El vigilante mantiene una negación del horror, camina con la voluntad de quien no reconoce una tumba. “La impunidad comienza con el olvido de los agravios”, es una máxima de los integrantes del Comité 68, cuyos nombres también pueden borrarse. Francisco arroja luz sobre un indigente que camina en Periférico. El haz de luz se suspende en el abismo que hay entre los árboles y los muros. Un animal se mueve dentro de uno de los arbustos en Campo Marte. Las luminarias con las que fue estrenado hace cinco años ya no funcionan. La luz amarilla fue sustituida por el negro y la lámpara de Francisco. [caption id="attachment_536704" align="aligncenter" width="1200"] Memorial a las víctimas de la violencia en México, a un costado del Campo Marte, en Chapultepec. Foto: Alejandro Saldívar[/caption] La noche extiende sus tinieblas sobre las estelas, se camuflan con la oscuridad del bosque, se ocultan ante la mirada, como los nombres que poco a poco desaparecen. En Periférico, doce soldados en un camión militar esperan que se desahogue el tránsito. La punta de sus fusiles tiembla con el crepitar del motor. https://madera.proceso.com.mx/