Y la amenaza de la derrota, tantas veces presente en la campaña de Meade, se hizo realidad

domingo, 1 de julio de 2018 · 22:31
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Este domingo, muy temprano, José Antonio Meade se puso un traje oscuro como si fuera a una fiesta. Sólo omitió la corbata. De su casa en el viejo barrio de Oxtopulco, al sur de esta capital, salió poco antes de las diez de la mañana para emitir su voto. No tardo mucho y sufragó por él mismo, como para darse seguridad. La confianza la depositaría más tarde en la iglesia de San Sebastián en Chimalistac, donde rezó, junto con su esposa Juana, sus tres hijos y su padre Dionicio, al Señor para que le fuera bien en las elecciones. Pero al parecer ninguna divinidad lo escuchó y en la tarde las nubes ensombrecieron su ánimo, y la amenaza de la derrota tantas veces presente en su campaña, se hizo realidad. Durante seis meses Meade y su equipo encabezado por Aurelio Nuño idearon una estrategia de campaña con la que esperaban llegar al domingo 1 de julio con una enorme ventaja frente a Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya. Según sus cuentas, Meade tardaría un mes de precampaña para posicionarse dentro del PRI y convencer a los priistas de que era uno de los suyos. A partir de entonces y con el apoyo del entonces líder del partido, Enrique Ochoa Reza, y del presidente Enrique Peña Nieto, ascendería rápidamente en las encuestas y, hacia mitad de la campaña, asentarse en segundo lugar y, en un mes de cierre, alcanzar a López Obrador. La estrategia, sin embargo, comenzó a fallar. Los priistas nunca reconocieron a Meade como uno de los suyos, el experimento del “candidato ciudadano” inmaculado ante la corrupción fracasó, el discurso no impactó y la imagen del exfuncionario federal no proyectaba seguridad y confianza. Además de eso, en la dirigencia del PRI hubo molestias en contra de Ochoa Reza por la selección a escondidas en Toluca de los candidatos plurinominales a diputados y senadores, así como por la falta de apoyo en los estados. Cambios que no llegaron Ante el desastre en la campaña y en el PRI a dos meses de concluir ésta, hubo cambios en la dirigencia del PRI: entró un priista de viejo cuño, Rene Juárez Cisneros, amigo de Arturo Montiel y de Peña Nieto, mientras que en el equipo de Meade se habló de cambios sustanciales que nunca llegaron. La campaña comenzó a declinar con mayor celeridad, luego de que Meade se estancó en tercer lugar y, ante el pánico, acudieron a la ayuda del gobierno peñista para acusar al panista Ricardo Anaya de malos negocios. A la par, a López Obrador le dedicaron una campaña sucia acusándolo de ocultar propiedades y de ser una amenaza para la gobernabilidad. Pero nada resultó y, al final de la campaña, hicieron el intento de dar la impresión de estar en segundo lugar en las encuestas con sondeos propios que nadie acreditó como ciertos. Con la carga negativa de una campaña que no funcionó, del experimento fallido del “candidato ciudadano” y el lastre de un partido y un presidente Peña marcados por la corrupción, José Antonio Meade llegó este domingo 1 de julio a emitir su voto para él mismo y rezarle a Dios para que le hiciera el “milagro” de conseguir 20 millones de votos como se lo prometieron Enrique Ochoa Reza y Aurelio Nuño. Pero a las ocho de la noche del 1 de julio, en las instalaciones del PRI y con la cara ensombrecida, Meade reconoció que había fracasado y que Andrés Manuel López Obrador ganó la elección presidencial. Con la voz cortada agradeció a su esposa Juana Cuevas su apoyo, lo mismo que al PRI y a su equipo encabezado por Aurelio Nuño. Tres horas antes de lo previsto, Meade y el dirigente nacional del PRI, René Juárez Cisneros, admitieron la derrota no sólo de la candidatura presidencial sino de las siete gubernaturas y la jefatura de la Ciudad de México, y sólo mantenían esperanzas en Yucatán. Tras un breve discurso, Meade, la dirigencia nacional del PRI y todos los priistas se retiraron, no hubo convocatoria de festejo previo, sólo una sala de prensa que instalaron en el estacionamiento.

Comentarios