Los candidatos que ya no llegaron... por las balas

jueves, 5 de julio de 2018 · 09:31
HUAUCHINANGO, Pue. (Proceso).- Esta nota empieza y termina con cadáveres a los que rodea un incómodo silencio: como cuando algo apesta y nadie se atreve a mencionarlo. Esa peste recorre la Sierra Norte de Puebla como biopsia de la violencia electoral que en estos comicios invadió al país, que bajó de la contienda a candidatos y dejó a otros muertos en vida, enfermos de susto. Podría empezar con la historia del candidato a alcalde cuyo cuerpo estuvo tirado ocho horas en el centro del municipio Francisco Z. Mena a la vista de todos: mosqueándose, la sangre endurecida y seca a falta de peritos que llegaran a levantarlo. O la del precandidato de Zihuateutla que no se lanzó: cuando asesinaron a su papá, entendió que no era querido. O de la candidata a diputada de Huauchinango y su amiga regidora, cuyos cuerpos rafagueados amanecieron en la morgue en calidad de desconocidos, a pesar de que cuando la policía las encontró muertas en su auto portaban identificaciones y las camisetas verdes del partido que representaban. (Adentro de la camioneta en la que huían los individuos presentados después como sus asesinos, junto a las armas, se dice que llevaban propaganda electoral.) También podría hacerse con los testimonios de quienes sobrevivieron a esa violencia, como la candidata a diputada azul, quien sospecha que las balas asesinas disparadas contra su contrincante verde posiblemente iban contra ella, pues estuvo el mismo día en la misma zona y se sabía desde hace tiempo en la mirilla: recibió advertencias: “no te pares por aquí”, disparos al aire a la hora de su mitin, falsos avisos a su familia de que había sufrido un atentado y el intento de secuestro de su hijo adolescente cuando estaba en su cierre de campaña. O la candidata a alcaldesa de Honey, que tuvo que esconderse en un rancho y disfrazarse como campesina para librarse de sus perseguidores empistolados; la de los candidatos a las alcaldías de Tlacuilotepec y Juan Galindo, cuyos vehículos tienen orificios tamaño bala como recuerdo de sus atentados; la del independiente encañonado cuando pedía el voto casa por casa o la de los candidatos que fueron marido y mujer y ahora se disputan el mismo puesto a balazos. Esto ocurrió los últimos cuatro meses en el Distrito Electoral federal I de Puebla, formado por 15 municipios de la Sierra Norte, el cual es una representativa muestra de la violencia electoral que azota al país. En total, en esta contienda suman a nivel nacional 132 entierros de militantes, líderes de partido, precandidatos y candidatos que no estuvieron el domingo para emitir su voto. Según la consultora Etellekt, que lleva el conteo, el estado de Puebla es de los focos rojos, en parte por la disputa de las zonas del huachicoleo, como llaman al delito del robo de combustibles. Por todo México se juega el control de territorios para el mercado de lo ilegal que empieza definiéndose con quiénes son los políticos que tendrán la llave que permite los accesos. Silencio sobre los difuntos El silencio sobre los muertos que dejó regados la contienda se hace evidente en Huauchinango el miércoles 27, elegido por los candidatos del PRI y compañía, del PAN y aliados, y del Verde en fórmula, para representar en distintos escenarios y horas sus triunfalistas cierres de campaña. En el jardín central del municipio, a medio día, los candidatos del PRI, acompañados por antorchistas, festejan con fanfarrias de banda de pueblo cada una de las promesas, lo que hace al mitin interminable. Con guirnaldas engarzadas con popotes alrededor de la cabeza, los candidatos lanzan un aguacero de propuestas. Las relacionadas con la seguridad hacen encender alarmas de lo caliente que está la zona. Uno promete instalar cámaras en las calles; otro crear un C-5 conectado con policías Municipal, Estatal, Federal, Ejército y Marina; el último, apurar la entrada de la impugnada Ley de Seguridad Interior para el pronto arribo de soldados que salvarán a los huauchinanguenses de todos los males, amén. El miedo no sólo aquí aporta votos. En Xicontepec, a 18 kilómetros, el candidato panista promete en su propaganda: “Pondremos protección de metal a puertas y ventanas”. En la foto se le ve saludando a una sonriente mujer cuya casa está enrejada, como si agradeciera la renuncia a que le brinden seguridad. Su lema de campaña bien podría ser: “Si no podemos contra ellos al menos enjaulémonos”. La contrincante del Panal, hija de Ardelio Vargas, el exmando de la Policía Federal acusado por las atrocidades cometidas en 2006 en Atenco, anuncia en mantas: “Es la hora de la seguridad”. Pero en esta zona serrana el miedo no anda en burro, anda en camionetas último modelo. “Va a salir muerta” El alcalde Gabriel Alvarado congela el video cuando el registro marca las 17:47 pm. Se ve la fachada de su casa y unos hombres amagando a su empleada doméstica, que se resiste a entregarles la llave. En la esquina una jovencita hace señas, dos camionetas Pathfinders hacen rondines por la calle y, segundos adelante, un tercer hombre ingresa a la vivienda en busca de su hijo que, afortunadamente, estaba en el cierre de campaña de su esposa, la candidata a diputada local de la coalición Por México al Frente. Como no encuentran al pequeño, se esfuman. Alvarado muestra esa evidencia en el hotel de su propiedad, con escoltas en la puerta. Subió las imágenes al Facebook la semana pasada con la intención de que los ciudadanos identifiquen los rostros y para protegerse de futuras calumnias, de que lo acusen de no hacer nada. Explica que las amenazas constantes contra su esposa, la candidata Liliana Luna, son por la denuncia activa que hizo durante su mandato contra el huachicoleo –la ordeña de combustible que en esta zona colindante con Veracruz es una actividad compatible con el tráfico de personas, armas y drogas– y porque siempre usó redes sociales para denunciarlos y pedir a los ciudadanos más información para pasarle la lista negra y los focos rojos a la fiscalía y a los militares. No siempre con éxito. “Todo el tiempo estuvo amenazada, decían que si se atrevía a entrar iba a salir muerta, que ni el Ejército la iba a poder sacar”, dice. Su esposa está en silencio: es periodo de veda electoral. Afuera, en el kiosco de periódicos, La Voz anuncia en portada: ¡SE METIERON A LA CASA DEL ALCALDE PARA SECUESTRAR A SU HIJO! El voceador aclara que, aunque esa nota fue popular, el periódico más vendido fue del asesinato de la candidata del Verde. El alcalde y su esposa sienten dudas por el trágico destino de la candidata Juana Maldonado Infante. Piensan que quizá la mataron por confusión, porque iban tras Liliana. O quizás fue por alguna cuestión política. Pero hasta ahora, como de costumbre, el crimen no ha sido aclarado. Maldonado era madre sola y empresaria. Cultivó desde 2009 el partido del tucán en la zona; su acompañante, Érika Cázares, de 32 años, era su amiga y regidora que organizaba campañas de erradicación de enfermedades. A Juani y a Kika las encontraron sin vida a bordo de un auto, al pie de la carretera. Regresaban noche de un acto de campaña el 1 de junio. A las 11 de la noche fueron llevadas a la morgue por policías: el médico legista registró balazos en rostro, tórax, abdomen, brazo y tiro de gracia. Nadie avisó a sus familias. La condena al crimen fue unánime. Juani era una lideresa legítima, no formaba parte del grupo de candidatos que compraron su candidatura al Partido Verde estatal aliado con el morenovallismo –venta denunciada en sus notas por Radio Expresión, que también señaló la compraventa en otros partidos. “Fue un asesinato político, no tenía problemas personales”, opinó unos minutos del inicio del mitin de cierre de campaña del Verde, el líder veinteañero Omar Magos, un acto parecido a una feria, con música, payasos, cohetes y globos regalados. Por la ausencia de Juani, el mitin tuvo como único protagonista al contador y candidato a alcalde Rafael Gutiérrez, quien llegó seguido por un enjambre de músico que festejaba cualquier dicho con fanfarrias. El orador inicial omitió mencionar la presencia de una mujer que, con su chaleco verde, desentonaba del uniforme blanco con logo de rehilete. Era Vita Maldonado, hermana de la asesinada. La representante de la juventud habló en su turno, siguió un joven líder, luego la oradora por las mujeres y el presidente estatal del Verde. Ninguno mencionó a las difuntas. El candidato, en su turno, agradeció a todo el equipo, siguió con el blablablabla de propuestas y no recordó a su excompañera de fórmula ni cuando rozó el tema de la inseguridad. Juani estará en la boleta al igual que 47 candidatos asesinados en todo el país, quienes no recibirán las cruces que esperaban. Un silencio sepulcral rodea su memoria. Como cuando algo podrido apesta y nadie se atreve a mencionarlo.  Este reportaje se publicó el 3 de julio de 2018 en la edición 2174 de la revista Proceso.

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