"Después de casa de muñecas"
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- ¿Qué fue de la vida de Nora después de que cerró la puerta y fue en busca de su propia identidad? Henrik Ibsen deja esa interrogante al finalizar su obra Casa de muñecas, estrenada en 1879. Ahora, un siglo y medio después, el joven dramaturgo norteamericano Lucas Hnath se aventura a dar una respuesta en su obra Después de casa de muñecas, la cual se estrenó en Broadway y ahora se presenta en el Teatro Julio Prieto, protagonizada por Cecilia Suárez y la dirección de Mauricio García Lozano.
Ibsen negó que su obra fuera feminista, pero así pasó a la historia por el giro con el que cierra el drama. En todo el desarrollo se observa lo contrario: Nora es la esposa de Torvaldo y vive para él, sufre por él y trata de resolverle la vida a él. Pero al final, Nora decide irse, dejar hijos, casa y esposo asumiendo las consecuencias. En su tiempo, esta decisión convirtió a la obra en una obra controversial y fue por lo que después se le identificó como la primera obra feminista.
La Nora que vuelve 15 años después de haber dejado a su familia es, en la versión de Hnath, una Nora exitosa, escritora, que vive sola, que tiene amantes y que está férreamente en contra del matrimonio. Se muestra a una mujer liberada a finales del siglo XIX, pero en esta versión no se observan los avatares que vive al estar en una sociedad retrógrada. Nora está orgullosa de sí misma y envuelta en un caparazón que la llena de frialdad y distancia. A la interpretación aparentemente “feminista” del dramaturgo Hnath se le contrarresta esta visión tan masculina de observar a las mujeres dueñas de su destino, como las más egoístas y a las que no les importan los sentimientos del otro y pueden pasar dejando sólo destrucción.
Así, Nora no es un personaje empático con el espectador y, como señala Juan Carlos Araujo en su nota de Entretenia, hasta se convierte en la mayor antagonista de la obra. Nora viene por la firma del divorcio y nada le interesa más: ni que con ese acto arruine el futuro matrimonio de su hija, ni el descrédito de su esposo. Y a su nana, al confrontarla, la hiere recordándole que ella la cuidó como a su hija pero abandonó a sus propios hijos para cuidar a los de su empleador.
En Después de casa de muñecas, al igual que la puesta en escena de Nueva York, el espacio escénico está vacío, con sólo unas sillas en la estancia principal de la casa. Es un acierto el ventanal que abren y cierran según requiera el trazo y con el que se muestra el paso del tiempo; vemos la luz de día, o de noche con la iluminación de Víctor Zapatero, que también utiliza luces brillantes para indicar que se ha roto la cuarta pared, y la protagonista habla con los espectadores. En esos momentos la obra se convierte en discursiva y didáctica; cuando Nora nos alecciona irónicamente sobre su visión de la vida matrimonial.
Cecilia Suárez interpreta a una Nora distinguida y segura de sí misma, con matices y cadencias, aunque recurre a una gestualidad excesiva del rostro y a tonos forzados que intentan provocar la risa; porque, se dice, la obra es una comedia. La traducción fomenta la risa, pero por los coloquialismos que introduce a través de las malas palabras, lo cual resulta chocante pues nada tienen que ver con la estética ni la época.
Beatriz Moreno, como la nana, y Juan Carlos Colombo como el esposo, están en su justo medio; ella como personaje fuerte pero desconcertado, y él apocado y tembloroso, según la propuesta de Hnath, a diferencia del hombre de Ibsen. Assira Abbate interpreta a una hija exageradamente positiva en el inicio, para tratar, pareciera ser, de contrastar lo problemático de la situación.
Después de casa de muñecas es la interpretación de una Nora que habrá que reescribirse con la complejidad de ser una mujer que decide su camino en una sociedad patriarcal como la de ahora, sin restarle sus cualidades afectivas y humanas.
Esta reseña se publicó el 17 de junio de 2018 en la edición 2172 de la revista Proceso.