Los nuevos desafíos de la relación México-EU

viernes, 13 de julio de 2018 · 09:48
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La magnitud del triunfo de Andrés Manuel López Obrador ha sido tan contundente que ha acelerado los tiempos que normalmente transcurren entre ser candidato ganador y presidente.  Formalmente ese cambio ocurre el 1 de diciembre. En la realidad, las circunstancias actuales han minimizado la imagen del presidente en funciones, Enrique Peña Nieto, otorgando ya responsabilidades de envergadura al candidato ganador. La política exterior es el ámbito en el que tal hecho se ha manifestado con mayor claridad. La media hora de conversación de AMLO con Donald Trump, menos de 48 horas después de conocerse el triunfo electoral, es expresión elocuente de tiempos apresurados. El apresuramiento conlleva riesgos. Cabe recordar que la política exterior no fue tema prioritario durante las campañas electorales. El debate entre los candidatos presidenciales destinado en principio a ese tema fue de bajísima calidad y evidenció el escaso interés que le habían dedicado. No existían, pues, las mejores condiciones para iniciar el diálogo con el presidente del país que es el centro de gravedad para las relaciones exteriores de México. Sin embargo, según los reportes de prensa, la conversación telefónica fue positiva en términos del ánimo respetuoso y amigable que mostraron ambas partes. Más allá de un tono cordial hubo cuestiones de fondo.  Por parte de Trump, colocar sobre la mesa un tema que despierta interrogantes sobre las posibilidades de las negociaciones futuras sobre el TLCAN, como la búsqueda de acuerdos bilaterales de comercio (aunque no se mencionó, es obvio que Canadá estaba en la mente).  Por parte de AMLO, proponer que se explore un acuerdo integral de proyecto de desarrollo que genere empleo en México y con ello, reducir la migración y mejorar la seguridad. Tal propuesta abre el espacio para tener en la agenda temas acordes con el pensamiento de una dirigencia nueva en México.  Independientemente de lo bien logrado del primer contacto, éste alertó sobre lo delicado que puede ser el trato con el exterior en los meses que están por delante, así como sobre la urgencia de instalar el equipo que se encargará de la relación con Estados Unidos.  Es necesario fijar la narrativa para encarar las propuestas inesperadas que pueden llegar en materia de comercio, migración o seguridad; designar a quien dará seguimiento cuidadoso a lo que ocurre en los diversos ámbitos de la vida económica y política de Estados Unidos, y que sean de interés para México; tener todos los antecedentes sobre los acuerdos vigentes o que estén en proceso de negociación, particularmente en materia de seguridad. La próxima visita del canciller Pompeo, en la que participará López Obrador –sin que quede claro el alcance de tal participación–, confirma la necesidad de que el equipo de transición posea elementos para tener posiciones bien informadas.  No es fácil. La relación México-Estados Unidos se encuentra en uno de sus momentos más críticos desde los años de la Revolución Mexicana. Los entendimientos en materia económica y cooperación política construidos a finales del siglo pasado han sido puestos en duda en el gobierno de Trump. México ha pasado de ser un socio comercial estimado a ser un vecino incómodo al que se desea mantener alejado mediante la construcción de un gran muro.  Al buen ánimo de la conversación inicial con López Obrador puede seguir un tuit lleno de hostilidad sobre el no cumplimiento de compromisos para detener migrantes o incluso el reclamo por no contribuir a la construcción del muro. Mucho dependerá del grado en que Trump necesite de tales pronunciamientos para satisfacer a su clientela política interna. Ahora bien, no se trata solamente de la relación con Trump. Estados Unidos es un país muy diverso y descentralizado, donde funcionan pesos y contrapesos decisivos para la marcha de la economía o la política. La relación con el jefe del Ejecutivo es muy importante, pero no es la única ni la más relevante. Igualmente necesaria es la construcción de lazos con los legisladores que tienen interés en México, los gobernadores que experimentan mayor o menor simpatía hacia nuestro país, los alcaldes, los jueces, grupos empresariales favorables o renuentes a mantener la relación económica con su vecino del sur, organizaciones civiles que defienden los derechos humanos.  Un ejemplo reciente viene a la mente: los cientos de miles de manifestantes en todo el territorio de Estados Unidos que han salido a protestar por la política migratoria que separa a padres e hijos. Ellos son los principales aliados para enfrentar esa práctica inhumana que afecta a nuestros connacionales. Su acción ha tenido efecto. Por todo lo anterior, la política hacia Estados Unidos requiere de una cuidadosa planeación y fijación de estrategias de corto y largo plazos. Pero desafortunadamente esa tarea es una de las principales asignaturas pendientes de la diplomacia mexicana.  Con excepción de los años que siguieron a la firma del TLCAN, la relación con Estados Unidos se ha dejado a la inercia que le imprimen los grupos de interés específicos. El gobierno se ha visto a sí mismo como “un actor más” que interviene para la protección de los trabajadores indocumentados o para facilitar los pasos fronterizos. Sin embargo no hay una estrategia para vincularse con el país del norte de una manera que equilibre las ventajas de la cercanía y contenga los riesgos, como una industrialización subordinada y una dependencia excesiva de insumos clave para la seguridad nacional. Se carece del andamiaje institucional necesario para fijar objetivos y estrategias en la relación con Estados Unidos. Son numerosas las secretarías de Estado e instituciones gubernamentales que intervienen, pero no hay un gabinete de política exterior que las coordine. Hay enorme dispersión de responsabilidades y escasa transparencia respecto a los acuerdos formales e informales que se han creado entre los dos gobiernos. Esa opacidad es particularmente inquietante en el caso de acuerdos sobre seguridad en la frontera sur. México debería albergar el mejor centro de análisis e investigación sobre Estados Unidos de toda América Latina. Su situación geopolítica y la intensa vinculación entre los dos países lo justifican.  Sin un conocimiento adecuado de Estados Unidos, las oportunidades que ofrece y los grandes obstáculos que coloca al desarrollo de México, será imposible avanzar hacia tres anhelos centrales del cambio: pacificar el país, disminuir la desigualdad y dinamizar el crecimiento económico. Este análisis se publicó el 8 de julio de 2018 en la edición 2175 de la revista Proceso.

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