Lucha libre: ¿patrimonio urbano o puro teatro?

domingo, 22 de julio de 2018 · 10:44
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En México es muy importante el enmascarado. La identidad secreta es algo que nos permite soñar, fantasear. En ese proceso de fantasía, los mexicanos nos soñamos en una estatura que pueda controlar el mundo frente a nuestra estatura real: la de no poder resolver los problemas esenciales de la vida. Lo anterior viene a cuento pues hoy apareció una noticia donde se anuncia que “como un reconocimiento a lo que significa y representa para México, la lucha libre fue declarada como Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad de México, en espera sea reconocida de la misma forma en todo el país”. Resulta que en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento de la capital del país se hizo la anterior “declaratoria oficial” por voz de José Ramón Amieva, jefe de Gobierno de esta ciudad; el secretario de cultura, Eduardo Vázquez Martín; y Eva Sánchez, “promovente de la declaratoria, entre otros” (https://www.jornada.com.mx/ultimas/2018/07/21/declaran-a-la-lucha-libre-patrimonio-cultural-de-la-cdmx-4069.html). “Es un momento histórico, siempre decíamos que es uno de los deportes más populares del país, parte de nuestra cultura, ahora lo decimos con mucho orgullo quiero agradecer al jefe de gobierno, al secretario de cultura”, declaró "El Fantasma", presidente de la Comisión de Lucha Libre local. (https://www.youtube.com/watch?v=W79gew4w46U) No obstante, la lucha libre es un fenómeno que va más allá de una mera declaratoria patrimonial de políticos y autoridades culturales, aparte de considerarse un deporte espectáculo, como lo analiza desde perspectivas antropológicas, artísticas y sociológicas, manera inteligente en la siguiente entrevista, el catedrádico de Posgrado de la UNAM y escritor Gabriel Weisz Carrington, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (https://www.proceso.com.mx/164511/). El mundo posible que se habita para olvidar “El teatro empieza con el proceso de la máscara” --asegura el investigador Gabriel Weisz--, “pero aquí es la máscara como cambio de identidad, que tiene el propósito de mostrar al personaje. En la lucha libre se trata de mostrar al Titán, papel muy interesante en la Grecia Antigua, aquel que no podía controlarse, sin límite a sus posibilidades destructivas, de naturaleza muy primitiva, como los luchadores desplegando su titanismo”. El actor contiene emociones poderosas, pero el luchador exagera su personalidad (“lo vemos en su manera de aumentar su estatura”), con rabia, dolor, “conquista de manera amplia, vocifera”: “En ese sentido, la lucha sería mal teatro; pero el propósito no es trabajar sutilezas. Se trata de una lucha gestual: la que desarrolla en el ring. Es un deporte muy popular, la gente humilde va a la arena para poder soñar, hostilizar al otro en un mundo más real que el que vive, en el sentido de que puede expresarlo todo.” Por ello, abunda Weisz, no fue una casualidad que surgiera un activista enmascarado llamado "Superbarrio". “En el momento en que se enmascaró, tuvo acceso a una expresión popular, aquel que va a hacer justicia. En tal sentido se compara al Subcomandante Marcos, pero estaríamos estrechando las cosas demasiado, son fenómenos diferentes...”. Juego y territorio Dos aspectos interesan a Weisz de la lucha libre: el lúdico, “la lucha como juego que no es la lucha en serio”, y el etológico (del griego “estudio de las costumbres”), en “la lucha territorial”. “Me atrevería —aventura Weisz— a tomar la historia de los primates, hablemos de los machos gorilas y aquí viene lo fascinante: toda agresión tiene una razón de ser y es de orden jerárquico. La otra razón es por el mantenimiento de un territorio. “El macho dominante (o “Alfa”), llega a un estado de edad avanzada, y probablemente se le acercará un macho joven. Comienza un despliegue de agresiones de uno y otro, generalmente son gruñidos. El dominante, la mayor parte de las veces se retira. No hubo lucha, sólo jadeos y golpes en el pecho.” Entra la lucha libre en el ejemplo de Weisz: “Curiosamente, el gorila joven adquiere una capa de pelo en los hombros, que nos hace pensar en la capa de los luchadores, más cuando este gorila de nuestro ejemplo ha ganado la postura de dominante”. —¿Una iniciación? —No —repone—, lo que sucede en la lucha es la forma que tienen las especies de ritualizar hostilidades. Entre muchos animales, el aumento de tamaño en las crestas, por ejemplo, los señalan. Son signos corporales para indicarle al otro: “Soy peligroso”. Menciona “los señalamientos” de los luchadores: las máscaras, sus capas rojas, la manera de aumentar su estatura (Weisz abre y eleva los brazos como vampiro), los saltos y todos los procedimientos de sometimiento a los enemigos. “Hay una señal de primates que representa el grado máximo de hostilidad en la cara, cuando los labios se adelantan al frente. Fíjate cómo uno de los elementos más importantes de la lucha libre, en la máscara, es que la boca y la nariz se adelantan y destacan. Los ojos en el primate se agrandan para asustar al enemigo. Y las palomillas tienen ojos en las alas para asustar al enemigo, o impedir que venga un ataque.” La lucha libre es un combate que se da en un territorio, la arena o el ring-side, donde ocurren todas las historias de invasión territorial, si bien hay una relación más íntima en la lucha con el público que en deportes como el futbol (Proceso 858). —Uno de los actos más agresivos es arrancarle la identidad al otro y tiene que ver con un acto de sometimiento: “Someto al otro cuando le quito su identidad”. Entre primates, una manera de impedir la agresión es perder la identidad: encogerse en sí mismos o pedir de comer, mostrar los dedos y entonces, el enemigo regurgita (vomita) su comida. Relación proxémica La lucha libre es este universo en donde trabajamos las hostilidades de manera ritual en un campo imaginario de representación, dice Weisz, quien ha impartido el Seminario de Crítica Feminista, así como de Shamanismo y Literatura, en la UNAM. “No hay que confundir la lucha libre con la representación teatral, porque en aquella el propósito es crear un mundo imaginario de lucha física, mientras que en el teatro el actor se abre a una relación experimental con el mundo del otro, y en donde no necesariamente va a existir un ambiente de violencia”. Cuando Weisz daba clases de Dirección Teatral y Espacio Escénico en la Facultad de Filosofía y Letras, enviaba a sus alumnos para ver las funciones de lucha libre en la Arena Revolución. Recuerda: “Lo que había que tomar en cuenta era el fenómeno de la representación, ya que generalmente se piensa en la representación sólo en el teatro, y no, hay otras”. —¿Cómo explicar la transformación de luchadores como El Santo o Wolf Ruvinskis en actores del celuloide? —El cine es el medio más popular por excelencia, el lugar donde se van a crear los mitos. Prueba de esto son todas las películas que se hicieron de El Santo. Pero la trascendencia también se dio en medios como las revistas. Allí se despliegan las personalidades con una historia, “La historia íntima de”... “Es por eso que el cine o las fotonovelas pretenden dar acceso a la gente hacia esta ‘vida verdadera’. Ahí se va vistiendo una personalidad”. —¿Es la lucha libre algo así como batallas cósmicas? —Sí. Se trata de El Santo, que no se parece a los ídolos de la iglesia. Su representación es especial. Hay que ver contra quién pelea: las fuerzas del mal, un juego que rebasa las fronteras de la hostilidad exclusiva. Weisz incorpora el término “proxémica” (utilizado por el antropológico de Edward T Hall), que estudia las relaciones entre espacio y gente: —Hay una relación proxémica entre luchadores y el espacio donde están. El luchador baja, escupe, sangra en las butacas. Es como la inquietud que siente el público cuando un actor baja y participa con él. El público no sabe qué va a hacer el actor. Es una situación proxémica. “El otro” se vuelve infinitamente misterioso, hace cosas que supuestamente no deben hacerse. —Se ha dicho que la lucha libre es “puro teatro” ¿Toda la vida es una lucha inútil y todo teatro es “puro cuento”? —El ser humano necesita de los terrenos de la ficción, es dentro de ellos que una realidad es diferente de lo cotidiano. Tanto en el teatro como en la lucha se está montando un mundo posible, que vas a habitar fuera de tu mundo para olvidar en el que estás. —Pero en lo que usted ha llamado “teatro personal” los actores desarrollan aspectos de su propia existencia en la representación... —Es otra cosa, otra dimensión. El actor va a asumir una serie de elementos dentro de tu vida y ponerlos a funcionar; pero ahí también está la posibilidad de construir un mundo posible, no de escape, sino de encuentros. “La lucha libre no sucede nada más en el ring, sino en los medios, las revistas, las fotonovelas. Allí se plantea un mundo posible". Gabriel Weisz cuenta con doctorado en Literatura Comparada, Maestría en Letras Inglesas y Licenciatura en Literatura Dramática y Teatro por la UNAM. Becario Fullbright y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, entre sus libros destacan: La máscara de Genet (1977). El Juego Viviente: Indagaciones sobre las partes ocultas de objeto lúdico (1986). Tribu del Infinito: un estudio sobre las matemáticas, la antropología y la representación (1992). Dioses de la Peste: Un estudio sobre literatura y representación (1998). Cuerpos y Espectros (2005). Universo de Familia (2005). Fuegos del Fénix (2006). Tinta del Exotismo: Literatura de la otredad (2007). Leonora Carrington. Un mural en la selva (2008). Libro de la bestia (2013). Rituales literarios (2013). Contacto: patygabriel@hotmail.com

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