Un siglo del bolero en Bellas Artes

miércoles, 8 de agosto de 2018 · 14:32
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Al mediodía del miércoles 8 de agosto, el Palacio de Bellas Artes celebró el primer bolero mexicano (“Madrigal”) a cien años de su nacimiento por “la tierra del faisán y del venado”, con participación del distinguido maestro yucateco Luis Pérez Sabido y el experto musical Pável Granados, de quienes reproducimos aquí sendas conferencias. La Sala Manuel M. Ponce fue escenario del evento conmemorativo por dicho centenario, en el cual se festejó asimismo la inscripción del bolero en el inventario del Patrimonio Cultural Inmaterial de México (“el bolero mexicano camino a la UNESCO”), participando además el pianista Rodrigo de la Cadena, Cecilia T. Margaona, Enrique Martín Briceño y Pablo Dueñas. A continuación, las ponencias principales en el acto, tanto del poeta Luis Pérez Sabido, presidente de la Sociedad Artística Ricardo Palmerín y director emérito del Centro de Investigaciones Artística de la Escuela Superior de Artes de Yucatán, así como del musicólogo y escritor Pável Granados, de la Fonoteca Nacional, texto éste del autor de Agustín Lara. Mi novia la tristeza (con Guadalupe Loaeza en Editorial Oceano), denominado para Bellas Artes “Cien años del bolero en diez minutos”. https://youtu.be/fMrx2NzYNgo Yucatán, cuna del bolero mexicano Distinguida Presidenta del Instituto para la Preservación y Fomento del Bolero en México A.C., Cecilia Margaona; compañeros panelistas, señoras y señores.  La península de Yucatán es la parte de México más próxima a la isla de Cuba. Ambas regiones son bañadas por el Mar Caribe y eso ha propiciado un mayor intercambio comercial, cultural y artístico entre ambas entidades. Especialmente, a partir de 1888, en que la compañía naviera Ward Line estableció la ruta regular Nueva York, La Habana, Progreso, Veracruz, Nueva Orleans, por donde llegaron a la península diversas expresiones artísticas procedentes de las capitales del viejo continente, los Estados Unidos y Cuba. El bolero es un género creado en la ciudad de Santiago de Cuba en el último tercio del siglo XIX por el trovador Pepe Sánchez, autor del bolero “Tristezas”, considerado como la obra príncipe de este género. El notable músico e investigador Argeliers León, padre de la etnomusicología cubana, asienta en su libro Del campo y el tiempo, que el acompañamiento guitarrístico de los primeros boleros cubanos, mezcla de rasgueado y punteado, “llegaba nuevamente (a la isla) por el camino de renovados contactos con sones yucatecos”. Efectivamente, con el establecimiento de la ruta naviera los intercambios culturales entre la ínsula caribeña y la península mexicana fueron cada vez más frecuentes, y también propició que músicos y trovadores yucatecos salieran a grabar a Nueva York a las casas disqueras de mayor prestigio internacional como la Victor, Brunswick y Columbia. La presencia en Mérida de compañías artísticas procedentes de La Habana, acrecentaron la preferencia de los peninsulares por este género sensual y romántico. Quién más influyó en el gusto por el bolero fue el barítono cubano Arquímedes Pous, quien al frente de su Compañía de Zarzuelas Cubanas, hizo largas, exitosas temporadas en Mérida. La primera de ellas, en enero y febrero de 1918, en las que difundió boleros de Grenet y Ankerman, y otros de su autoría que incluyó en sus revistas musicales Mérida de Carnaval y Yucatán Suvenir, escritas en la “Ciudad Blanca”. Las fiestas del carnaval meridano interrumpieron las presentaciones escénicas de esta compañía; pero su director Arquímedes Pous y su orquesta amenizaron los bailes populares de la Sociedad Esmeralda del Barrio de San Cristóbal, lo que acrecentó más el gusto por el bolero. Pocos meses después, el trovador yucateco Enrique Galaz Chacón, a quien apodaban “El Curro” por su baja estatura, compuso el primer bolero mexicano, “Madrigal”, con letra en verso del periodista Carlos R. Menéndez, entonces director de la Revista de Yucatán. Esto ocurrió en la Hacienda Cacao, de la familia Ponce Cámara, durante las fiestas patronales del Santo Cristo del Amor, en agosto de 1918. El bolero mexicano hereda la temática amorosa del bolero cubano, pero enriquece sus letras con la calidad poética que le aportan los mejores bardos de su época. “Madrigal” y otros boleros yucatecos, como “Un ruiseñor”, de Pepe Sosa, y “Fondo turquí”, de Andrés Acosta, los dos últimos con letras del poeta Eliézer Trejo Cámara, llegan a la Ciudad de México en septiembre de 1921, en las voces y guitarras del grupo de trovadores dirigidos por Luis Mangas, que envía Felipe Carrillo Puerto, presidente del Partido Socialista del Sureste, a actuar en las Fiestas del Centenario de la Consumación de la Independencia. De esta delegación artística forman parte los compositores troveros Enrique Galaz, Mateo Ponce, Pepe Sosa, Ricardo Palmerín y Luis Augusto Basulto, que se establecen en la capital del país y empiezan a difundir sus boleros en los cafés y pequeños restaurantes yucatecos del centro histórico de la Ciudad de México frecuentados por artistas, intelectuales y políticos. Algunos años después, en la ciudad de Mérida, Guty Cárdenas le pide al vate Ricardo López Méndez que le escriba una letra de amor “Imposible” para llevarla de serenata a la señorita Enna Ponce Alcalá, que se iba a estudiar al extranjero. López Méndez lo complace y así nace el bolero “Nunca”, que Guty, a sugerencia de Tata Nacho, trae a la ciudad de México para participar en el concurso “La fiesta de la canción” en el Teatro Lírico, con la que obtiene el segundo premio del certamen. La popularidad de “Nunca” impacta tanto al compositor Agustín Lara, -según sus propias palabras-, que lo motiva a componer el bolero “Imposible”, en 1928. A partir de 1929, Guty graba 12 temas de Agustín Lara en la Columbia de Nueva York, siendo el primero el bolero “Sólo tú”. La prematura muerte de Guty, en abril de 1932, pone fin a su meteórica carrera, pero la era del bolero es continuada brillantemente por el músico poeta Agustín Lara, que se ubica en la cima de los boleristas mexicanos de la primera mitad del siglo XX, y cuyo ejemplo  es seguido por una pléyade de compositores y poetas nacidos en toda la geografía de México, cuyas obras son difundidas a lo largo del siglo XX, entre los que se encuentran los yucatecos Ricardo López Méndez, Monís Zorrilla, Wello Rivas, Luis Demetrio, Enrique Navarro y el inconmensurable Armando Manzanero, por sólo mencionar a algunos. El bolero mexicano, como exponente de la sensibilidad artística del talento de nuestros creadores musicales; por su profundo arraigo en el alma del pueblo lograda por trovadores, mariachis, orquestas, grupos musicales  y cantantes que los han difundido en vivo y en incontables grabaciones, ha sido inscrito en este año de  2018 en  el inventario del Patrimonio Cultural Inmaterial de México. Y foros, como el presente, buscan que sea declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Muchas gracias.          (https://www.youtube.com/watch?v=nNyB8te6QJw) Cien años del bolero en diez minutos Tengo que hablar sobre el bolero en el tiempo en que podrían escucharse tres de ellos. Así que me apresuraré, para que quepa en estos minutos algo de valor. Es cierto que el bolero llegó desde tiempos del Porfiriato, y que “Tristezas”, la canción de Pepe Sánchez se cantó en la Ciudad de México hace más de cien años, y es cierto que “Madrigal”, que hoy nos reúne, y cuya historia ha documentado Luis Pérez Sabido, cumple un siglo. https://youtu.be/lGAtQO1HRLo También es cierto que todavía hoy se componen boleros, si bien en cantidades mínimas, y muchas veces sin el dictamen musicológico que lo registre. Sin embargo, hay una época y una circunstancia que hace del bolero una época y un género musical. Yo lo ubico con la llegada de Guty Cárdenas a la capital en 1927, y especialmente cuando grabó en marca Huici su canción “Para olvidarte”, con letra de Ermilo Padrón, y su fin en un periodo difuso, para mí, alrededor de 1960. https://youtu.be/7vhdQr779sc Lo de después, son las mechas sin bordar de un telar que se quedó así hace muchas décadas. Existe el fenómeno que hizo de la balada el género romántico que sustituyó al bolero a partir de entonces. Carlos Monsiváis, en un texto que leí hace muchos años, se refería a José José como el intérprete que simbolizaba ese cambio de sensibilidad. Casi estoy de acuerdo; pero tal vez sería pertinente analizar a personajes como Carlos Lico o Armando Manzanero, quienes son representantes de ese cambio. Manzanero, a quien se lo pregunté, me dijo hace poco tiempo: “Yo, en realidad, he sido más agringado; hace mucho que dejé de componer boleros”. Juan Gabriel, con “Amor eterno”, o Jorge Massías con “Nube viajera”, serían ejemplos de lo poco más o menos actual. Diré rápidamente los periodos que considero destacados en el bolero, considerando que el término “género” significa un grupo de obras creadas en un periodo determinado. En primer lugar, esa primera etapa que inició Guty Cárdenas y que continuó Agustín Lara, pero que incluye a dos cubanos: Ernesto Lecuona y Eusebio Delfín por su indiscutible presencia en la música de entonces en México. Entre ellos hubo una especie de seducción mutua: Guty inspiró a Agustín; pero luego Guty se dejó llevar por el larismo y grabó más de quince canciones de Agustín entre 1928 y 1932. Así que los pioneros del bolero (dejando de lado a María Grever, pues considero que tiene una historia aparte), serían para mí los siguientes: Rubén Darío Herrera, Joaquín Pardavé, Gonzalo Curiel, Armando Camejo, Luis Arcaraz, Antonio Escobar, Jorge M. Dada, los Cuates Castilla, Miguel Prado, Chucho Monge, Pedro Vargas, Rafael Hernández, Alfredo Núñez de Borbón, Roberto Soto Mejía, Fernando Vázquez y Roque Carbajo. Son éstos los compositores de los boleros grabados en la Ciudad de México entre 1927 y 1935. Sin embargo, dicho periodo, que continuaría con Gabriel Ruiz, José Sabre Marroquín, Alberto Domínguez, Juan S. Garrido, entre otros, considero que sigue hasta 1939. Este bolero tiene ciertas características: presencia de la poesía Modernista, una clara presencia del larismo (frente a la bondad literaria de la trova yucateca, que ensalza a la mujer, se levanta Agustín Lara para quien amar es odiar un poco), la estructura rítmica del bolero cubano que consiste en la presencia del cinquillo. Pero entonces, también hay ciertas maneras de acompañar las piezas: las orquestaciones estuvieron inicialmente influidas por el Dixieland: los discos grabados en EU en la marca Brunswick eran acompañadas por bandas de este estilo, de tal modo que la orquesta de Guillermo Posadas, la gran orquesta de 1927, acompañaba con tuba, ukelele y banjo. Pero la llegada a México de Eduardo Vigil y Robles (ex director musical de la sección latina de la RCA Víctor) hizo que las orquestas se decidieran por arreglos de influencia más “internacional”, con metales, cuerdas y una sección rítmica muchas veces muy notable. Hay que pensar que Vigil y Robles, quien se retiró en 1935 a causa de la ceguera que lo aquejó en los últimos años, heredó su manera de orquestar a José Sabre Marroquín, uno de los más importantes de todo el periodo. Sabre más adelante sería el encargado de hacer los arreglos para las grabaciones de Lucho Gatica y es el músico que acompaña a José José en su célebre interpretación de “El triste”. Con la Guerra Mundial, el bolero cambió. Los jóvenes compositores (María Alma, Consuelo Velázquez, Federico Baena) se rebelaron contra Lara y Curiel, y sus maneras retóricas. Frente a Lara, que justificaba la infidelidad diciendo: “Si me quieres, déjame vivir”, Federico Baena escribió: “¿En qué quedamos por fin, me quieres o no me quieres? ¿Para qué tanto fingir, que al fin de amor nadie muere?” En tiempos de la guerra, la narrativa del amor, que suponía una inminente separación, el sino de vivir en tiempos de destrucción, se hizo íntima y requería de la hipótesis de la sinceridad. Es cierto que ésta no existe, pues siempre se trata de una construcción de palabras, de una invención retórica y de una suposición para poder vivir; pero en tiempos de la guerra existió. El bolero se instaló como género. Luego de revisar el catálogo de la Compañía Nacional Fonográfica, la única casa grabadora de discos en la capital entre 1927 y 1935, encontré 100 fox-trots, 77 boleros, 67 tangos y 59 valses. Quiere decir que el gusto romántico mexicano tardó en asimilar el bolero: de hecho, canciones como “Bésame mucho” es en realidad un blues (como se le llamaba entonces al foxtrot lento). Pero hay que pensar que al bolero lo hace la interpretación: es una forma de interpretar. “Bésame mucho” fue hecho bolero prácticamente a unos años de su estreno cuando el trío de Servando Díaz le hizo un arreglo en 1945. https://youtu.be/LLsg_Lk819s En 1935, el compositor estadounidense Cole Porter estrenó su canción “Begin the Beguin”. Dijo que era una pieza inspirada en el ritmo de la Martinica “la biguine”, el cual habría escuchado durante la primera guerra cuando estuvo en Paris, pero es falso: no tiene nada que ver musicalmente. Más bien, los biógrafos de este autor consideran que lo escuchó durante su viaje por Indonesia en 1927. Ese ritmo, “el beguine”, fue retomado por Los Panchos, cuando formaron su repertorio en 1944. Ya antes, Gabriel Ruiz había compuesto algunas canciones con este ritmo. Agustín Lara compuso “Solamente una vez”, Consuelo Velázquez “Amar y vivir”. Es la música de la Segunda Guerra Mundial y es la influencia de Cole Porter. He notado grabaciones de los años 40 que comienzan a dudar en su manera de interpretar: Gonzalo Curiel, por ejemplo, en algunas de sus orquestaciones le da el ritmo de “beguine” a las cuerdas y a los metales, pero deja las percusiones cubanas del bolero inspirado en el danzón. https://youtu.be/WsL0J1l2aXI Debo decir que para principios de los años 50, el bolero que se producía en México es fundamentalmente “el beguine” de Cole Porter: los tríos, el bolero ranchero, Chelo Silva y su bolero arrabalero, “el filin”, que se reconoce por los típicos tres bajos seguidos que hace el pulgar de las guitarras. Por cierto, “el filin” sería una forma de la interpretación más íntima, que en México cuyo secreto supieron autores como Álvaro Carrillo, y que Pepe Jara hizo como nadie: esa actuación de la vida personal, que quizá ejecutó primero una artista como Elvira Ríos. Hace años leí una tesis de sociología que sostenía que el bolero se alejó de las clases populares, las cuales han preferido la balada, y que el sentimiento de nostalgia que emana ha sido mejor conservado por las clases altas. No lo podría decir. Sólo puedo decir, pues casi se me acaba mi tiempo medido por tres boleros, que en 1960 se dio un parteaguas empresarial: los medios comenzaron a promover el rock de una manera tan amplia que se perdió gran parte de esta tradición musical y que las generaciones de hoy muchas veces consideran que se les ha arrancado una parte de su tradición. Lo que significa qué hay un nuevo impulso por reconstruir esta arqueología del gusto. Hace veinte años, cuando yo comenzaba a investigar y a buscar a los grandes boleristas del pasado, veía que existía una gran incomprensión de ese tiempo. Hoy todo es distinto, hay por el bolero cierto culto, cierta mitología construida, afortunadamente. Hay bolero femenino, filin, bolero gay, una trova yucateca con su tradición aparte, el bolero que tocaron las sonoras, el bolero ranchero, el bolero modernista, la bachata (que es la reformulación dominicana del bolero), el estilo de los tríos, la influencia del jazz, los rockeros que graban bolero, etc. Una tradición imposible de registrar en unos cuantos minutos.

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