Estados Unidos y Turquía se declaran la guerra económica

lunes, 20 de agosto de 2018 · 17:49
ESTAMBUL (apro).- “Esta va por el Reis”, dice el hombre, en referencia al apodo con que sus seguidores conocen al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan: “El Jefe”. E inmediatamente se ve en un video, que ha hecho furor en las redes sociales turcas, cómo el hombre eleva un mazo y machaca un iPhone. Tras él, varios jóvenes sujetan una insignia de Turquía y hacen gestos nacionalistas. “Esta va por Abdülhamit Gül (ministro de Justicia)”. Y hace añicos otro iPhone. “Esta por Süleyman Soylu (ministro de Interior)”. Otro iPhone destruido. “Esta va por la patria”. Otro más. “Esta por la bandera turca”. Otro más. https://youtu.be/uVnZfg6O_nM ¿Por qué unos jóvenes destruyen unos teléfonos móviles que les han costado el salario de varios meses (el precio más bajo del iPhone X en Turquía es de 7 mil 500 liras y el salario mínimo mensual es de mil 600)? La respuesta hay que buscarla en las directrices del presidente Erdogan, que la semana pasada instó a sus ciudadanos a boicotear la tecnología estadunidense: “Si ellos tienen iPhones, también existen los Samsung. Y nosotros tenemos Vestel (una marca turca)”. Agosto es un mes caliente para la relación entre los siempre polémicos Donald Trump y Recep Tayyip Erdogan, ambos representantes del auge de la derecha populista y nacionalista en el mundo. Con la vista puesta en movilizar el voto evangélico en las elecciones legislativas del próximo otoño, la administración republicana en Washington ha convertido en símbolo a Andrew Brunson, un pastor protestante que, desde finales de los noventa, predicaba su fe en la ciudad turca de Esmirna. Tras el intento de golpe de Estado en Turquía en verano de 2016, Brunson fue detenido por la policía turca acusado de espionaje y terrorismo. No es el único ciudadano de Estados Unidos que ha sido arrestado en Turquía desde entonces: una veintena permanece tras las rejas, algunos de ellos con doble nacionalidad turco-estadunidense, como el miembro de la NASA Serkan Gölge o tres empleados de los consulados de Estados Unidos. Pero Brunson es especial --“un gran cristiano y hombre de familia”-- y a Trump se le ha puesto entre ceja y ceja sacarlo de su encierro. La mayoría de organizaciones de derechos humanos considera que los cargos que se le imputan carecen de veracidad y que el gobierno de Ankara lo utiliza como rehén. El propio Erdogan lo dio a entender el año pasado cuando dijo: “Ustedes también tienen un pastor. Devuélvanos ese pastor y nosotros juzgaremos al suyo y se los devolveremos”. Se refería a un intercambio de Brunson por Fethullah Gülen, un predicador musulmán antaño aliado de Erdogan pero al que ahora acusa de ser el cerebro de la sublevación militar de hace dos años y cuya extradición reclama Ankara, de momento, sin éxito (Gülen reside en Pensilvania desde hace 20 años). La diplomacia estadunidense ha propuesto varios tratos a Turquía para liberar a Brunson, pero lo único que ha logrado hasta ahora es que le permitan abandonar la cárcel por el arresto domiciliario. Así que al temperamental Trump se le ha terminado la paciencia: a inicios de mes decretó sanciones contra los ministros turcos de Justicia e Interior y el pasado viernes 10 elevó los aranceles a la importación de aluminio y acero de Turquía. Fue la puntilla para la economía turca, que hacía meses navegaba a la deriva. El pasado lunes 13 la lira tocó fondo y se cambiaba a 7 unidades por dólar, sumando una caída de 47% de su valor desde inicio de año. Los problemas de la lira son más profundos que este enfrentamiento político y tienen que ver con el modelo económico adoptado por el partido islamista AKP durante los últimos años, basado en la construcción y el consumo interno. Durante la pasada década, la inversión que llegaba a Turquía era en buena medida productiva: empresas extranjeras abrieron fábricas y adquirieron negocios aprovechando las privatizaciones y liberalizaciones decretadas por el gobierno de Erdogan, entonces sujeto a un plan de estabilización del Fondo Monetario Internacional para salir de la crisis que, en 2001, había hecho temblar los cimientos del país euroasiático. Estas recetas neoliberales impulsaron el crecimiento turco, pero también aumentaron su dependencia del capital extranjero para financiar su creciente déficit de cuenta corriente (Turquía debe importar energía, materias primas, productos semielaborados y tecnología para que su industria funcione). Sin embargo, a partir de la Gran Recesión iniciada en 2007 esto dejó de ser un problema: como ocurrió en otros países emergentes, los inversores financieros corrieron a poner su dinero en Turquía (en deuda, bolsa, bancos), pues ofrecía réditos más jugosos respecto de Estados Unidos o la Eurozona que habían reducido sus tipos de interés prácticamente a cero. Este dinero invertido en el sistema financiero turco, aunque no eran inversiones productivas, le servía a Erdogan para financiar sus faraónicas obras y para estimular el consumo mediante créditos baratos. La economía turca crecía a niveles récord: 9.2% en 2010; 11.1% en 2011; 8.5% en 2013. Incluso en 2017 registró un incremento del PIB de 7%, uno de los más altos del mundo. Pero también se elevaba la inflación (actualmente de 16% al consumo y de 25% a los productores) y la deuda exterior. En 2014, cuando la Reserva Federal de Estados Unidos comenzó a elevar los tipos de interés, estos flujos de capital regresaron al dólar provocando una crisis de las divisas emergentes: el peso mexicano, el real brasileño, la rupia india, el rand sudafricano... “El dinero especulativo va y viene. Por ejemplo, un fondo de inversión puede comprar medio millón de dólares en bonos turcos y retirarlos de repente con un clic de ratón. Y este dinero no llega aquí porque le guste el Bósforo, sino porque los intereses son altos. Así que, si bajas los tipos de interés, se reduce el flujo de capitales y la lira se devalúa”, explicaba entonces el economista turco Emre Deliveli. La respuesta del Banco Central turco fue elevar los tipos de interés para que los inversores regresaran: actualmente son de 17.75%. Aun así, los analistas creen que deben ser superiores para compensar el riesgo del país y reforzar el valor de la moneda. Sin embargo, Erdogan, que ha provocado la marcha de varios gobernadores por sus constantes interferencias en la política de esta institución monetaria teóricamente independiente, es un enemigo declarado de los tipos de interés altos: “Son la madre de todos los males”, ha dicho. Esta actitud tiene que ver, en parte, con su postura religiosa: el Corán prohíbe la usura y condena los intereses. Sin embargo, las causas son más prosaicas: si eleva los tipos, se encarecerán las hipotecas y las empresas constructoras que tanto le han ayudado en su carrera política tendrían mayor dificultad en colocar su creciente stock de vivienda. Por eso, el presidente turco afirma que no existen problemas económicos en su país, sino que se trata de una “guerra económica” declarada por los mismos que no pudieron acabar con él mediante las revueltas juveniles de 2013 y el golpe de Estado de 2016. Y ha llamado a su gente a resistir contra los “terroristas económicos” mediante la movilización: “Al que tenga guardados dólares, euros u oro debajo del colchón, le digo que vaya y lo cambie por liras turcas. ¡Esto es una lucha nacional! ¡Esta será la respuesta de mi pueblo a quienes nos han declarado esta guerra!”. Muchos han respondido de buena gana. En el Gran Bazar de Estambul, uno de los mercados de cambio más importantes del país, se han visto largas colas durante la semana y muchos negocios se han quedado sin liras tratando de satisfacer las peticiones de venta de oro y dólares. Jubilados, trabajadores, estudiantes, han acudido para “apoyar al Estado”, como afirmaba el electricista Muhammad Sari, dispuesto a cambiar todo el oro que tiene ahorrado por liras para atajar la depreciación de la moneda turca. “Ya basta de que un puñado de países poderosos utilicen la economía para someter a los demás. Ocurrió en España, en Grecia... ¿Por qué provocan la crisis en Turquía?”, se quejaba Mehmet, un alumno de Derecho. “Confiamos en nuestro gobierno. Nuestra economía se enfrenta a una guerra, y los ciudadanos debemos hacerle frente. Con ayuda de Dios, todo irá bien”, apuntaba Yunus, un comerciante. “Este tipo de campañas tienen un valor simbólico más que real debido a la inmensa magnitud del mercado. Pero pueden hacer entender (a Estados Unidos) que no logrará nada arrinconando a Turquía, porque el pueblo turco tiene este orgullo nacionalista y, en momentos de dificultad, resistimos unidos”, sostiene Murat Ferman, profesor de Economía de la Universidad Isik de Estambul. Añade: “Esta crisis poco tiene que ver con los datos macroeconómicos, es fruto de manipulaciones políticas para forzar a Turquía a negociar. Pero el sistema bancario turco es muy sólido y con las nuevas medidas del gobierno es mucho más fiable”. Sin embargo, otros comerciantes que prefieren no dar su nombre sí que reconocen preocupación por las pérdidas que les pueden ocasionar la depreciación de la lira. Debido a que muchas empresas turcas tomaron créditos en dólares y euros en el pasado --aprovechando los bajos intereses--, ahora sus deudas se han multiplicado porque tienen que pagarlas con una moneda hiperdevaluada. La deuda externa de las empresas turcas es de unos 220 mil millones de dólares (un cuarto de su PIB) y la gran mayoría debe ser devuelta en menos de un año, por lo que grandes conglomerados turcos han tenido que reestructurar sus pasivos, en algunas ocasiones vendiendo la propiedad de sus acciones a los bancos acreedores. En las últimas semanas decenas de empresas han anunciado recortes de producción y el despido de cientos de empleados. Los negocios que dependen de la importación o cuyos insumos están referenciados en dólares llevan meses resintiendo los vaivenes de la moneda turca. “Algunos productos tienen ahora precios inalcanzables a causa de los aranceles extraordinarios y del tipo de cambio”, explica Sinan Tüzel, propietario de una tienda de productos ecológicos, algunos de los cuales proceden del extranjero. Erdogan ha respondido a Trump ordenando también doblar las tasas a la importación de una veintena de productos de Estados Unidos, desde automóviles y tabaco a alcohol y cosméticos. “Por ejemplo este champú vale ahora 100 liras. Eso es como si le pidieras 100 euros por un champú a un europeo, o 100 dólares a un norteamericano”, explica Tüzel: “Ante la incertidumbre, la gente prefiere no gastar. Vive al día y reduce los gastos todo lo que puede”. Así, la crisis ha comenzado a sentirse en la calle. El gobierno ha anunciado un incremento de 10% en el precio de los combustibles, que importa del exterior. Esto implica que todos los productos dependientes del transporte, incluso los producidos en Turquía, sufrirán también el alza de precios en los próximos meses. A pesar de todo, Turquía ha salvado el primer asalto. La inyección de liquidez del Banco Central al sistema financiero y la restricción de ciertas operaciones bancarias que pueden ser utilizadas para la especulación han logrado contener el daño y la lira ha recuperado parte del valor perdido. Tan importante como ello ha sido el apoyo recibido frente a las amenazas de Estados Unidos. Porque si a Trump no le importa perder a un aliado como Turquía, pese a décadas de colaboración en Medio Oriente, no se puede decir lo mismo de la Unión Europea. Aunque Erdogan y sus maneras autoritarias no gustan lo más mínimo en Bruselas, tras su reelección como presidente el pasado 24 de junio, los gobiernos europeos se han convencido de que no queda más remedio que trabajar con el mandatario islamista. En la Europa donde muchos ejecutivos se ven acosados por el apogeo de movimientos nacionalistas, xenófobos y ultraderechistas, a nadie le interesa una Turquía desestabilizada, que sea incapaz de controlar los flujos migratorios (más de 3.5 millones de refugiados sirios residentes en territorio turco). Además, los intercambios comerciales de la UE con Turquía son muy elevados e importantes bancos europeos (BBVA, UniCredit y BNP Paribas) tienen intereses en el país euroasiático, por lo que en las capitales del Viejo Continente no quieren ver que la crisis en Turquía se extienda a sus Estados o afecte a los mercados emergentes. De hecho, para ganarse de nuevo el favor de Bruselas, Turquía ha liberado a dos soldados griegos que mantenía arrestados bajo la acusación de espionaje tras hallarlos en su lado de la frontera hace cinco meses y también ha excarcelado al presidente local de Amnistía Internacional, todo lo contrario que en el caso del pastor Brunson. Al mismo tiempo, Qatar, al que el año pasado Erdogan apoyó en su enfrentamiento con Arabia Saudita, ha acudido al rescate de la economía turca con la promesa de 15 mil millones de dólares en inversiones. Rusia también ha certificado su apoyo a Ankara y China ha permitido emitir bonos turcos denominados en yuanes, además de autorizar un préstamo por valor de 3 mil 600 millones de dólares. “El gobierno turco ha ganado tiempo, pero aún se enfrenta a la posibilidad de una crisis económica. Aunque han sido efectivas a corto plazo, las medidas para estabilizar el sistema financiero y asegurar las inversiones extranjeras no abordan los factores políticos y económicos que han originado la crisis. Y las opciones del gobierno se están reduciendo”, se lee en un análisis del Centre for Turkish Studies de Londres. El país euroasiático tiene pendientes numerosas reformas para que su economía deje de ser tan vulnerable a los shock externos, pero son políticamente costosas: una reforma fiscal que incremente la base de cotizantes y distribuya las cargas impositivas de manera más justa, la lucha contra la economía informal, el incremento de la productividad de su industria y la mayor capacitación de sus trabajadores. “Hasta ahora, la situación no era muy difícil de arreglar, porque el gobierno tiene las cuentas saneadas y Turquía posee un potencial inmenso. Pero las señales que da el gobierno, van en dirección contraria”, se quejaba recientemente un directivo de banca. El nombramiento como ministro de Finanzas de Berat Albayrak, yerno de Erdogan, al estilo de los autócratas de Medio Oriente y Asia Central, espantó a los inversionistas, pues da la idea de que el presidente turco manejará la economía como le venga en gana. “Esto le ha hecho perder la credibilidad --añadió el banquero--. Y cuanto más tarde en hacer el ajuste necesario, más duro será”.

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