"La obra que sale mal", un pastelazo bien hecho

jueves, 23 de agosto de 2018 · 10:56
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Una tregua en la vida cotidiana, en los problemas sentimentales, en la crisis económica, en los dramas y las tragedias. Un momento para reír a carcajadas por lo mal que otros la están pasando. La comedia en pleno, la risa constante y un humor simple y muy eficaz, es lo que vivimos durante La obra que sale mal, un pastelazo bien hecho a partir de lo mal hecho. Empatizamos con los errores por los que nosotros también hemos pasado y que el tratarlos de resolver hace que todo salga aún más mal. Vernos retratados en los otros pero estar fuera, sentados en nuestra butaca, simplemente observando, es una delicia. La obra que sale mal surgió entre unos estudiantes ingleses (Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields), quienes pidieron a su maestro Mark Bell que les dirigiera la obra que habían escrito. El resultado fue un éxito escalonado iniciando en Edimburgo hasta llegar a Broadway, obtener varios premios y representarse intensivamente en diferentes partes del mundo. La obra que sale mal no tiene pretensiones aleccionadoras ni cuestionamientos o intenciones conceptuales, ellos sólo quieren hacer reír con una obra “bien hecha”, apoyada en una correcta escenografía y la exactitud en el movimiento escénico. Pero sobre todo, esto se logra gracias al equipo actoral que la interpreta en el Teatro Helénico en una muy corta temporada. El director Mark Bell dirigió a un elenco que explota sus capacidades histriónicas para hacernos reír repetidamente. La obra es protagonizada por Irene Azuela –que fue alumna del director–, junto con Juan Carlos Medellín, Artús Chávez, Ari Albarrán, Ana Sofía Gatica y Daniel Bretón, entre otros. El diseño creativo corresponde al equipo de la puesta original, y la traducción y coproducción a Jerónimo Best, también exalumno de Mark Bell. En la historia, los actores de la Universidad Tecnológica de Tlalpan están comprometidos a presentar su obra, Asesinato en la mansión Haversham en un teatro profesional, aunque originalmente la estrenarían con carácter amateur en el auditorio de su universidad. Desde el inicio, los equívocos están presente y caen en cascada, uno tras otro, a lo largo de la obra.  Los personajes transitan entre el personaje de la ficción de la obra de teatro que están representando y el actor que la encarna. El juego humorístico que se da en este movimiento está acompañado por los juegos de clown y, sobre todo, por los juegos con la escenografía y sus objetos –que se convierten en un personaje más: el principal antagonista–. Los cuadros se caen, las perillas de las puertas se rompen, un segundo piso está a punto de derrumbarse, y el elevador con el que se accede a él se ha descompuesto. Con cada obstáculo los actores sufren que se les presenta, y el público ríe. Los personajes realizan rutinas de clown, gags de acciones físicas y actuaciones grandilocuentes que nos hacen ver constantemente la costura de la obra, los hoyos en el tejido, las quemaduras en el lienzo. Asesinato en la mansión Haversham es una historia de suspenso donde hay un muerto y se emprende la búsqueda del asesino. Muchos tienen sus motivos y se ocultan o fingen burdamente sus verdaderas intenciones.  La obra que sale mal es un divertimento, una obra hilarante, soltar la carcajada y olvidarse de todo, para estar ahí sin más, como niños, riéndonos del que se tropieza, del que cae o se hace el muertito. Esta reseña se publicó el 19 de agosto de 2018 en la edición 2181 de la revista Proceso.

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