Juchitán a un año del sismo: Vivir con el miedo al silencio que antecede la desgracia

jueves, 6 de septiembre de 2018 · 13:51
JUCHITAN, Oax. (apro).- Aquí la gente le tiene miedo al silencio porque anuncia desgracias. Y es que el 7 de septiembre del año pasado, después de una abrumadora quietud o silencio sepulcral sobrevino un ruido espeluznante que provocó “la muerte del pueblo”. Desde entonces, Juchitán vive un duelo colectivo donde poco a poco la gente va regresando a la vida entre escombros, bajo lonas y en el abandono. Así sintetiza el antropólogo e historiador Víctor Cata este fenómeno de cómo reaccionó el pueblo zapoteco ante el desastre que enlutó decenas de hogares y sepultó años de trabajo. Explica que por esta razón “los zapotecos somos ruidosos, escandalosos y tienen mucho humor dentro de su dolor porque no les gusta el silencio debido a que anuncia desgracias”. Desde el punto de vista cultural, dice en entrevista con Apro, la gente se ha vuelto como un sismógrafo porque ya saben cómo se lee un temblor: “Cuando el cielo pareciera que tiene brumos o como si estuviera aborregado, dicen que va a temblar; si de repente amanece y hay una gran calma, un gran silencio en la tierra, dicen que se anuncia un temblor o cuando el Alcaraván, el pájaro canta a deshoras, como al mediodía, cuando no es hora de que cante puede anunciar un temblor o cambio climático”. Con tantas réplicas, más de seis mil después del terremoto del 7 de septiembre, la gente le apuesta más al temblor que a un cambio climático porque desde esa fecha se perturbó la tranquilidad de esta sociedad zapoteca. Lo cierto, señala, es que “los desastres marcan el tiempo entre los pueblos originarios. En el caso de zapotecos nos dicen ‘yo nací el día que tembló fuerte, el día de la gran inundación o el día que llovió cenizas’ y este temblor ya vino a darnos una referencia en el calendario cultural donde ya es inevitable hablar del temblor”. Hay un antes del 7 septiembre, con un Juchitán libre, sin zozobras, sin angustias, sin miedo, sin temor de perder nada, y un después donde ya es otro replanteamiento, “estamos ante otra era, ante otro Sol dijeran los Nahuas, y ahora la misma naturaleza nos va dando referencias que se vuelven importantes para marcar nuestro tiempo”, comenta. El fenómeno que observó, dice Cata, fue “la muerte del pueblo. Murió la ciudad aquel 7 de septiembre. Antes no pensabas en la muerte y de repente nos alcanza esta realidad y caes en este duelo donde ves que hasta las piedras se mueren, y si las casas caen, también nosotros”. [caption id="attachment_549897" align="alignnone" width="720"]Juchitán, a un año del sismo, todo sigue igual. Foto: Eduardo Miranda Juchitán, a un año del sismo, todo sigue igual. Foto: Eduardo Miranda[/caption] La gente, refiere, concibió a la ciudad como una persona porque, sin que nadie la obligara, cancelaron las fiestas durante un año. No hubo alguien que lo prohibiera, fue un sentir colectivo. Es como cuando muere un familiar, sigue el historiado, se cierran ventanas, hay silencio en la casa, no se prende la radio ni la tele. El pueblo hizo un duelo y poco a poco va regresando a la vida. “No estamos para fiestas porque saben que fulanita no tiene casa o se murió su familiar, entonces, hay pequeños convivios”, comenta Cata. También murió la imagen del presidente municipal que era considerado el papá del pueblo, pero como no ayudó durante la tragedia, fue sepultado. En Juchitán la sociedad es considerada un matriarcado, sin embargo, el lingüista Víctor Cata sostiene que esa versión es errónea pues al gobierno se le ve como el papá del pueblo: “Es una visión machista, no se dice la mamá del pueblo; todos los hombres han sido gobernantes. No tenemos mujeres que gobiernen la ciudad”. Se le interrumpe para decirle que en la actualidad gobierna una mujer: Gloria Sánchez, la perredista y ahora de Morena, a lo que responde sin titubear: “no tenemos presidenta, aunque legalmente si lo sea, pero en los hecho no”. Afirma que es Héctor Sánchez López, hermano de Gloria, el que gobierna. “Las sesiones de cabildo primero pasan a casa de Héctor y ella aparece detrás de él con su cabeza baja. El que opina es él o determina las cuestiones importantes”, dice. Independiente de ello, Cata comenta que los primeros días después del temblor observó que “una recuperación del sistema de organización que existía antes de que nos politizaran y que nos despojaran de nuestro sistema de gobierno, que era la ayuda entre vecinos”. Recuerda que en los años 80 los campesinos arrancaban sus milpas, traían elotes y lo primero que hacían era ofrendarlos a sus Santos y luego los compartían con sus vecinos. En una cuestión de sobrevivencia, los primeros días posteriores al temblor hubo mucha participación de vecinos, de la ciudadanía, y las ONG. Lamentablemente el terremoto vino a mostrar las dos caras no propias de los juchitecos, lamenta. “¿Qué sucede cuando hay una desgracia? El primer instinto es la sobrevivencia y si no hay una autoridad que regule esa parte de la tragedia cae uno en actos de vandalismo y si no hay autoridad es peor. Vi la parte bondadosa de los pueblos cercanos del istmo y de la gente de fuera”, dice. Sin embargo, en la parte política “no hubo una presencia del gobierno municipal. No hubo presencia solidaria, de asistencia, no tenían ni un programa de cómo organizarse ni cómo canalizar los apoyos. Se vio un gobierno miserable que privilegió comprar carros para el ayuntamiento que cosas que podía canalizar a cuestiones humanitarias, a la asistencia social sin ver el partido o grupo político”. [caption id="attachment_549901" align="alignnone" width="720"]La reconstrucción, en el abandono. Foto: Eduardo Miranda La reconstrucción, en el abandono. Foto: Eduardo Miranda[/caption] Cata dice que por “una cuestión moral, cuando uno ejerce el poder debe ser el jefe de todo, y esa parte miserable la vimos todos”. “Que cometas actos indebidos y que te afecte y afrenten moralmente es una vergüenza colectiva. Si tienes vergüenza puede dolerte que te digan esa frase. Y yo lo que vi de este gobierno es que escatimó, se volvió miserable con un presupuesto que no es de él”, reprocha y considera que, si no fuera por la ayuda de ONG y grupos de amigos, haría sido peor. Hace hincapié en que Natalia Toledo alcanzó a repartir ayuda a varios pueblos. “La periodista Roselia Chaca y yo hicimos cocinas comunitarias, Francisco Toledo hizo lo propio y lo hicimos rendir ante la ausencia de poder en la parte política”, recuerda. En el ámbito espiritual, dice, también hubo cambios pues creció la ola del protestantismo con grupos evangélicos que anunciaban el fin del mundo. La ciudad, sostiene Cata, sigue devastada “por una falta de interés gubernamental”, porque la autoridad está esperando que le paguen para remover los escombros y la sociedad no hace nada si no lo hace la autoridad, y eso se debe, insiste, a que “el gobierno destruyó nuestro sistema de organización para volvernos dependientes y estar sujetos a sus redes”. Prevalece la idea de que el gobierno es vital para la organización y vida, cuando en el pasado no era así, recalca, “era comunitario y eso es peligroso para un gobierno”. Lo que mostró a los juchitecos el terremoto del año pasado, concluye, fue solidaridad y voracidad, rapiña y compasión, “son los claros oscuros del ser humano”.

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