'Esperanza Iris: Traición a cielo abierto”, de Silvia Cherem

jueves, 6 de septiembre de 2018 · 22:08
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La vida y sombra, la luz y la tormenta de una mujer apasionada, intensa, inolvidable… Esperanza Iris. Deslumbró por su tesón, incomparable gracia y talento, y se alzó como una diva prodigiosa que, en 1918, con capital propio, edificó uno de los teatros más emblemáticos, cuyo nombre permanece inscrito en letras de oro por el Centro Histórico de la Ciudad de México. Desafortunadamente, el esplendor de su trayectoria artística se vio nublado al final de sus días por un monstruoso atentado: su tercer marido, Paco Sierra, puso una bomba en un avión de Mexicana de Aviación el 24 de septiembre de 1952. El crimen, uno de los más sonados en la historia, mantuvo en vilo a la sociedad mexicana durante más de una década, llevando a la grandiosa Esperanza Iris al derrumbe existencial: de ser aclamada con fervor, la llamada Reina de la opereta quedó lapidada por las rocas de la indiferencia y del olvido. La biografía novelada de Silvia Cherem, Esperanza Iris: Traición a cielo abierto (Aguilar, 349 páginas, 46 capítulos; www.megustaleer.mx), es publicada en el centenario del Teatro Esperanza Iris con más de cincuenta fotografías en blanco y negro, presentada por Sandra Lorenzano (escritora y miembro del Sistema Nacional de Creadores del Arte) así: “De ser una mujer que rompió cánones y estereotipos, que fue aplaudida por el rey de España, que lució joyas diseñadas exclusivamente para ella por Cartier, ovacionada en todas las presentaciones y adorada por el público y la crítica, Esperanza Iris se convirtió en una mujer humillada y traicionada que perdió el dinero pero que, sobre todo, perdió el respeto y el cariño de la gente. Esperanza, sin ir en el avión de Mexicana, fue la primera víctima del atentado.” Silvia Cherem es periodista y escritora. Se inició en el género de la biografía novelada con Esperanza Iris. Premio Nacional de Periodismo 2005, tres veces semifinalista del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, miembro del Internacional Women’s Forum y ganadora de la Medalla Liderazgo Anáhuac en Comunicación, así como los galardones Premio Instituto Cultural México Israel y Premio Mujer Maguén David. Este es el primer capítulo de Esperanza Iris. Traición a cielo abierto, para nuestros lectores, precedido de la frase de Arthur Schopenhauer: “Se dice que la maldad se expía en otro mundo, pero la estupidez se expía en éste.” Capítulo uno El estruendo, en pleno vuelo, es un boom seco, una explosión ensordecedora que abre una ventana al cielo en la parte lateral de nuestro avión. El rugido nos arroja a un túnel dantesco, hace un boquete, desde allí penetran corrientes de aire helado que en su temible succión aspiran a nuestros sueños, rezos, objetos preciados y las pendientes que creíamos impostergables. Todo nos es impuesto: la brusca sacudida, los golpes, el medio agónico, las columnas de humo, el olor a pólvora quemada. También la tragedia, la incredulidad. El temible ventarrón, a cielo abierto, se ensaña. Esa nata ajada color sepia agita todo lo que se encuentra a su paso, inclusive nuestra respiración. ¿Compramos un boleto a la muerte? ¡Auxilio, auxilio, nos venimos abajo! Sentadas en la segunda fila, del lado izquierdo, Kathy y yo presenciamos el instante en que se abrió el boquete sobre la cabina del equipaje y constatamos la desesperación con la que el capitán de la nave implora ayuda a los controladores del tráfico aéreo en la torre de control. Las ventanillas están rotas, los instrumentos de navegación indican que descendemos. ¡Despejen la pista! ¿Me oyen? Es urgente, necesitamos regresar. ¿Alguien me escucha? Una y otra vez alarga las vocales, separa las sílabas con impotencia. ¡Socorro, peligro! Es su última comunicación con tierra. Todo vuela hacia el frente de la aeronave, devastadas y vulnerables se enmarañan nuestras pertenencias: bolsos, papeles, platos, utensilios, camisas, zapatos, abrigos, diarios, libros, fotografías, incluso la muñeca de Kathy, descabezada y cubierta de tizne. Las astillas de lo que se destroza se clavan por doquier. Nuestros gritos son sordos alaridos, somos despojos al borde del abismo. Siento un cuchillazo en mi tobillo, me cimbra un golpe en el alma. ¿Vamos a morir, mamá?, mi niña tiembla entre sollozos. Su voz se agota entre el clamor y los rezos de todos los pasajeros. La cabina está saturada de humo negro, contemplo horrorizada el final del túnel. Me acobarda el silencio. Abrazo a Kathy, la cobijo con elevadas dosis de adrenalina y miedo. La muerte ronda, vomita su carga criminal, nos muerde y araña. Somos un vacío en su cavidad oscura. Somos un torrente de sueños, vidas y edades disímbolas sobrevolando al fin de los tiempos. Perdóname, Albert, perdóname, te lo imploro. Es mi culpa, mi culpa, tenías razón. Te ruego que me perdones. Todo sucede en cámara rápida, en mi mente se traslapan las escenas sin orden ni sentido. Lo extraño, lo memorable y lo insólito, la lejanía, todos los ayeres se entrelazan, se funden en formas caprichosas, se tropiezan con las piedras de mi inconsciente hilvanando razones con el acento del miedo. ¿Vamos a morirnos?, insiste Kathy, adheridos sus sollozos a los míos. Desde el ángulo de mi asiento, a través de las densas humaredas puedo visualizar el tremendo hoyo en el frente lateral del avión, donde se encuentra el compartimento del equipaje. Es bastante más grande que la puerta de emergencia. Ni una maleta, ni un solo baúl está completo. Alcanzo a ver el de Kathy, pequeñito y rojo, parece un neumático viejo quemado en zona de guerra. No hay rastro de los vestiditos que empacó para el viaje, tampoco de sus trajes de baño, sus cuentos y las coquetas bolsas que se esmeró en combinar con listones para el pelo. Todo está fundido en una masa irreconocible de cenizas y chatarra. El viento aúlla, clama, succiona. No hay duda, somos almas desterradas. Sombras perdidas, torturadas, deambulando en el agujero del caos. Cada instante cuenta…

Comentarios