Ayotzinapa: ¿verdad o justicia?

domingo, 23 de septiembre de 2018 · 09:05
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- ¿Qué pasaría si se pusiera a los Abarca, a Sidronio y a los policías detenidos en Ayotzinapa frente a los familiares de los estudiantes desaparecidos para que relataran “su verdad” de los siniestros hechos en los que estuvieron involucrados? ¿A quién más habría que meter a la cárcel y con qué pena? El dilema de elegir la vía de la verdad o la de la justicia no es fácil, como ya lo planteó Claudia Hilb, una académica argentina que publicó una reflexión sobre lo que implica elegir uno u otro camino para el perdón y la reconciliación. Aunque en 2015 comenté en las páginas de Proceso su ensayo ¿Cómo fundar una comunidad después del crimen?, voy a recordarlo hoy, pues su reflexión es muy oportuna en el actual contexto. Hilb toma como ejemplos paradigmáticos del dilema “verdad o justicia” los juicios a los militares de la Junta en Argentina y el proceso de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica. Estas maneras disímiles de abordar la salida de regímenes de terror y sentar cimientos de reconstrucción ética son ejemplares. Ella señala que en Argentina se optó por la vía judicial; es decir, los juicios a las juntas militares, condenando en 1985 a los principales responsables de la dictadura (1976-1983), además de la promulgación de las leyes de “punto final”, de “obediencia debida” y la de amnistía de 1990, para, finalmente, en 2004 dar la nulidad a esas tres leyes. En Sudáfrica se eligió otro camino: una amnistía a los perpetradores de los crímenes a cambio de que expusieran públicamente la verdad de lo ocurrido. El grupo que desde 1995 se hizo cargo de ese proceso recibió el nombre de Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Al contrastar los casos argentino y sudafricano, a la socióloga argentina le surgió una inquietud: ¿por qué en Argentina ha sido casi imposible para los represores estatales, pero también para quienes formaron parte de las fuerzas insurreccionales, revisar su propia acción y su propia responsabilidad en la ejecución o el advenimiento del terror desatado por la dictadura de 1976?  Al recordar el pensamiento de ­Hannah Arendt en relación al carácter político del perdón, de la responsabilidad y de la reconciliación –en especial, en lo relativo a “la relación entre el pensar y el arrepentimiento, entre el mal y la ausencia de pensar”–, Hilb compara lo ocurrido en Sudáfrica. El interés de Arendt es comprender cómo pudo suceder aquello que sucedió y no debió haber sucedido. Ahí radica la tremenda “banalidad del mal”, que se produce cuando se sustituyen las reglas morales por una obediencia ciega a reglas criminales. De ahí la crucial importancia de “pensar y juzgar”.  Hilb elabora su discurso sobre el pensamiento de Arendt respecto a la incapacidad de pensar moralmente acerca del mal que se ha hecho y de sufrir remordimientos. ¿Qué pensarán hoy los policías que obedecieron órdenes y “entregaron” a los normalistas?  No todo mal es perdonable: no lo es el mal hecho a propósito, el de quien sí sabía lo que hacía y no se arrepiente de haberlo hecho. Son susceptibles de ser perdonados quienes no sabían lo que hacían “porque las consecuencias de sus actos exceden a su capacidad de dominarlos”. Pero lo imperdonable es no tener remordimiento ni arrepentimiento. No es posible resumir en estas líneas la reflexión de Hilb, pero quiero llegar al dilema que le preocupa y que hoy es el nuestro: ¿cómo fundar una comunidad después del crimen? En Argentina fue a partir de realizar cuidadosas investigaciones y claros juicios; en Sudáfrica, mediante la escucha de la verdad en testimonios de víctimas y victimarios. Según Hilb, la solución inédita en Sudáfrica, la de que los perpetradores de crímenes que confesaran ante la comisión serían amnistiados, redundó en que los propios criminales fueron los principales interesados en decir la verdad. Así, durante mil 888 días, en 267 sitios, una población de víctimas y sus familiares presenció el acto de confesiones con relatos espantosos de lo que habían vivido. Es decir, escucharon la verdad. Por el contrario, en Argentina, donde el dispositivo judicial tuvo por objetivo meter a los responsables a la cárcel, el silencio fue casi unánime, pues ni los militares ni sus cómplices hablaron.  Mientras en Sudáfrica el proceso de relatar la verdad de lo ocurrido derivó en muchos casos a un real arrepentimiento de los perpetradores de violencias inconcebibles, con el consiguiente perdón de algunas víctimas, en Argentina los perpetradores han callado y no ha habido ni arrepentimiento ni perdón. Hilb concluye que, al optar por los juicios, tal vez Argentina pagó un precio en Verdad, mientras que Sudáfrica, al elegir la Verdad, pagó un precio en Justicia. La disyuntiva ética de elegir la Verdad o la Justicia es durísima, y jamás es nítida ni fácil. Hoy, en México, toca construir un proceso de reconciliación nacional, donde se haga justicia, se diga la verdad y se renuncie a la venganza. No se trata de copiar una u otra vía, sino de encontrar la propia, con los probables defectos y limitaciones que toda solución conlleva. Pero, parecería que en nuestro país la búsqueda de Justicia oblitera la necesidad de Verdad. ¿Será la rendición pública de cuentas un paso necesario para refundar nuestra comunidad? Este análisis se publicó el 16 de septiembre de 2018 en la edición 2185 de la revista Proceso.

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