El movimiento estudiantil, germen de la libertad

martes, 2 de octubre de 2018 · 09:09
El movimiento democratizador de 1968 no se acabó con la represión en la Plaza de las Tres Culturas. Este es el punto de vista del doctor Gerardo Estrada, quien considera que la lucha de aquellos jóvenes frente al autoritarismo del presidente Gustavo Díaz Ordaz influyó en la crisis de un sistema político que no acaba de morir y que insertó en la agenda ciudadana las demandas de libertad en los ámbitos político, educativo e incluso sexual. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El tiempo le dio la razón a Gerardo Estrada Rodríguez, que hace años fue criticado por describir al movimiento estudiantil de 1968 como una profunda manifestación de la sociedad civil y una importante revolución cultural. Ese año, sostiene, hubo en el mundo diversas revoluciones que siguen influyendo en la sociedad a pesar de que ya pasó medio siglo. Como ejemplos cita el uso de las pastillas anticonceptivas –que liberó del yugo biológico a las mujeres–, las revueltas en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam, y en Brasil contra el militarismo, en Francia contra el autoritarismo y en Checoslovaquia para oponerse a la invasión soviética. En México el movimiento fue el inicio o el germen de la sociedad civil, al manifestarse contra del yugo presidencialista, y el comienzo de la crisis del sistema político, aunque éste no ha desaparecido. Sociólogo, investigador y académico de la UNAM, escribió en 2004 el libro 1968. Estado y Universidad, en el cual hace una revisión de los movimientos estudiantiles precedentes, señala las causas y las consecuencias del de 1968 en México y describe los procesos contestatarios que se generaron en varios países. La nueva edición de 1968. Estado y Universidad, con prólogo del politólogo francés Alan Touraine y epílogo de Carlos Monsiváis, da pie a su autor para reiterar en la entrevista que está cada vez más claro que el movimiento estudiantil fue un parteaguas en la historia de México, como lo reconoció por cierto el presidente José López Portillo. Con estudios de maestría y doctorado en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Universidad de París, además de exdirector del Instituto Nacional de Bellas Artes, Estrada destaca que en 1968 hubo una ruptura del régimen mexicano de partido hegemónico y acendrado presidencialismo, en el cual el Congreso estaba supeditado al jefe del Ejecutivo. “Por primera vez reconocimos la pluralidad, la existencia de otros mexicanos que pensaban distinto. Ya había habido otros movimientos, como los realizados por los obreros, por los sindicatos de educación, los médicos, así como focos de guerrilla, pero por primera vez, de manera masiva, las clases medias protestaban con causas eminentemente políticas”, precisa. Indica que, si vemos en perspectiva las demandas de los estudiantes (libertad a los presos políticos, castigo a los responsables, la renuncia del jefe de la policía, la desaparición del delito de disolución social), se trata de temas que podrían cubrirse con transparencia y rendición de cuentas. –Usted menciona la participación de la clase media y el inicio de la crisis del sistema de partidos, así como de la estructura política. Hoy vivimos lo mismo de manera más profunda… –Sí, claro. El movimiento estuvo inspirado en la desconfianza hacia los partidos, hacia las organizaciones institucionales. Hay gente que pretende asociar el movimiento estudiantil con los partidos de izquierda, pero no fue así. Fue un movimiento muy amplio en el que los estudiantes de ciencias políticas y filosofía tenían más conciencia, pero el ejemplo del rector Barros Sierra hizo que otros estudiantes, de medicina, ingeniería, administración pública y otras carreras, se dieran cuenta de la manera en que procedió el Ejército en la Preparatoria 1 de San Ildefonso. “Todos teníamos desconfianza de las organizaciones, de los partidos, y eso se ha ido acentuando. Tan es así que Morena no es un partido político, es más un movimiento social que recoge la experiencia del movimiento del 68. Esa tendencia hacia el asambleísmo, que para bien o para mal es real aunque políticamente es negativa, es producto de la desconfianza hacia las organizaciones institucionales. Yo espero que, en la medida en que pasen los años, el país madure políticamente y los ciudadanos volvamos a organizarnos, porque la política es organización.” Agrega que, como se demostró en la reciente elección presidencial, “Morena le ha apostado más a la espontaneidad social que a la organización política. Si bien detrás hay un aparato, lo cierto es que la gente se entusiasma porque siente que no hay ataduras, no se compromete con una ideología en particular, sino con ciertas demandas y principios, pero tampoco siente que este señor (López Obrador) la vaya a traicionar. “En cambio, vemos muy desgastados a todos los partidos que acabaron por traicionar sus principios y sus ideales. La gente se apuntaba al PAN porque representaba ciertos valores, y de repente se convirtió, al llegar al poder, en una olla de grillos al igual que el PRD. El escepticismo ha ido creciendo, pero espero, por el bien del país, que no siga aumentando.” Otro elemento de paralelismo histórico es el uso de la fuerza militar por el gobierno, que desde entonces ha recurrido a ella para tratar de resolver situaciones difíciles, especialmente conflictos sociales. “Es difícil entender esto, porque el poder tiene una lógica y es algo que descubrimos en 1968. La respuesta tan violenta y brutal del gobierno el 2 de octubre, la toma de la UNAM y del Politécnico, no fueron más que la expresión de la lógica del poder, y no había manera de enfrentarlo. Si bien se trataba de un régimen autoritario y si bien es cierto que el presidente Díaz Ordaz tenía una personalidad paranoica y que se vio con el tema de las Olimpiadas, creo que en el fondo había esa lógica del poder que no iba a permitir que se le cuestionara, y nosotros estábamos cuestionando al poder, que hasta entonces había sido intocable.” A su parecer, eso lo plasma muy bien Octavio paz en Posdata, cuando habla del gran Tlatoani y señala que nadie más podía ascender la pirámide del poder porque en seis años él era el punto más alto. “En eso es en lo que ahora debemos estar alerta –dice– porque la historia no camina en un solo sentido, se puede repetir otra vez y podemos volver a cometer los mismos errores. Una experiencia que nos dejó el 68 a algunos de nosotros es cierto escepticismo, fuimos muy ingenuos y creíamos que podíamos hacer más de lo que debíamos.” –El 68 es el fin de la inocencia. –Exactamente, es el fin de la inocencia política. Vivíamos en el llamado “milagro mexicano”, el desarrollo estabilizador, pero detrás de eso había mentiras muy grandes. La corrupción era siniestra porque ya había muchos ejemplos y no se hacía nada. La historia se repite de maneras muy curiosas, pero en el caso de Díaz Ordaz no lo podemos acusar de corrupto; más bien de autoritario e intransigente. Pero eso es tan malo como ser corrupto, porque es muy negativo y tiene consecuencias muy graves.” Contra todo eso, destaca, el movimiento del 68 desembocó en muchas libertades, como la de prensa: “Un ejemplo es el caso de Julio Scherer, que llega a la dirección de Excélsior en julio del 68 y da una batalla muy grande que termina con el golpe del gobierno de Luis Echeverría. Pero Scherer y todo su equipo hicieron mucho por apoyar al movimiento el tiempo que pudieron, como fue el cartón de Abel Quezada en negro y la pregunta: ¿Por qué? Eso fue conmovedor. “El golpe gubernamental contra Scherer derivó en el surgimiento de otros medios, como Proceso, UnomásUno y La Jornada, mientras que en la radio se fueron abriendo espacios poco a poco, hasta llegar al trabajo de José Gutiérrez Vivó. “Otra de las herencias del movimiento de 68 es la libertad de expresión en el ámbito cultural. En esa época había una fuerte censura del gobierno y, por citar ejemplos, estaban prohibidas películas como La batalla de Argel y la Sombra del caudillo. “El Estado nos trataba como menores de edad. En la universidad (UNAM) sí había libertad; en sus cineclubes se podían ver las películas que no podían ver el resto de los mexicanos. Hoy podemos ver en la televisión programas en los que se cuestiona el papel del Ejército en la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, lo que hace 40 años era imposible. Todas estas son herencias del 68 que nos hacen más ciudadanos, más libres. En este sentido, el movimiento está vigente porque estamos viviendo ahora esos cambios que provocó.” –Decía que la historia se repite y que hay una lógica del poder que hace 50 años se manifestó en el uso de la fuerza militar. Hoy, con la lucha contra el narcotráfico, sigue la misma lógica del uso de la fuerza militar para enfrentar al crimen organizado y para reprimir movimientos sociales –plantea el reportero. –Sí, aunque ha disminuido sigue presente. Debemos tener claro que lo peligroso de que (el gobierno federal) haya acudido al Ejército para resolver el problema del narcotráfico sin haber funcionado, refleja que tarde o temprano el gobierno va cediendo poder y parte de sus facultades, y va recurriendo más al brazo armado del Estado para usarlo contra los ciudadanos. Subraya que, si el Estado usa a los militares para todo, sólo muestra su incapacidad para resolver los problemas por la vía del diálogo y de la negociación. Recuerda que el primer acto de violencia en el 68 fue el bazucazo de los militares contra el portón de la preparatoria de San Ildefonso. “Nunca antes habíamos visto una bazuca o metralletas más que en el desfile militar del 16 de septiembre; de repente ya estaban en las calles. Cuando el rector Javier Barros Sierra marchó en defensa de la autonomía de la UNAM hasta la calle Félix Cuevas, a un costado del Parque Hundido, estaban las tanquetas y ametralladoras apuntando hacia nosotros. El gobierno pensaba que esa era la manera de resolver el problema, lo cual era terrible y ridículo. Desde entonces debimos ver lo que pasaría el 2 de octubre. El que ahora se recurra tanto al Ejército tiene ese peligro, en esa misma lógica del poder.” –¿Esa es una enseñanza del 68? –Así es, la debilidad o la inmadurez del Estado provoca que se acuda a la fuerza militar. Ahora hablamos de una debilidad del Estado, pero en el 68 era muy fuerte, y sin embargo la paranoia, el miedo que tenía el grupo gobernante, sobre todo la gente que estaba alrededor del presidente Díaz Ordaz, provocó todo eso. Al preguntarle cuáles enseñanzas de aquel movimiento se deberían tomar en cuenta en víspera de que López Obrador asuma la Presidencia, Estrada es cauteloso: “Espero que estén vacunados contra los delirios del poder… no hay que creer que ese poder es para siempre y para hacer lo que uno quiera. Espero que se hayan aprendido las enseñanzas del 68, aunque tengo mis dudas. Le decía que nos hemos vuelto un poco escépticos.” Precisa que el 1 de julio la gente votó en su mayoría por la única alternativa política que falta experimentar, con la esperanza de que ahora sí haya un cambio. Pero le preocupa gravemente que en Morena haya algunos personajes que en el 68 se opusieron al movimiento democratizador. –Si partimos de que en 1968 se perdió la inocencia, ¿qué ha pasado en estos 50 años? –Los jóvenes de hoy no son lo que dice mucha gente: apáticos e indolentes, que nada les importa más que estar metidos en sus teléfonos celulares. Es una visión equivocada y lo acaban de demostrar en el sismo de 2017, cuando salieron a ayudar a los damnificados como se hizo en 1985. Hace cuatro años, cuando ocurrió la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, también salieron a manifestarse, indignados. Ahora, con el ataque de los porros, salieron a la calle jovencitos de 16 y 17 años, molestos por la violencia en contra de sus compañeros. –En conclusión, ¿qué representa el movimiento del 68 medio siglo después? –Para mí ha sido una brisa libertaria que invadió a los jóvenes de todas partes del mundo. Es una antorcha permanentemente encendida, porque siguen vigentes sus ideales libertarios. Creo que siempre habrá jóvenes que tienen esa necesidad de expresarse libremente. Eso es para mí el movimiento del 68.

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