Los Triana, la banda que ha ganado todas sus guerras
Es difícil precisar si Los Triana, una de las bandas más antiguas y poderosas de Medellín, sólo es una empresa delictiva o es la protectora de la sociedad más pobre. Ellos se asumen como defensores de los barrios miserables de la urbe; para las autoridades colombianas no es más que otro grupo criminal, uno que, por cierto, ha eliminado violentamente a todos sus rivales. Invitado por Los Triana, Proceso recorrió una parte de su territorio en la segunda ciudad más importante de Colombia.
MEDELLÍN (Proceso).- Anochece en un barrio popular en uno de los cerros que rodean a esta ciudad, y un grupo de hombres armados con fusiles AK-47 camina despreocupadamente por las calles. La gente que departe frente a una pequeña tienda los saluda.
–¿Qué más, muchachos? –dice una mujer.
–Todo bien, doña –responde uno de ellos sin detener el paso.
Las calles son estrechas y empinadas y los hombres armados que suben por ellas forman dos hileras. Los habitantes del barrio saben que están en presencia de un comando de Los Triana, una de las bandas más antiguas y poderosas de Medellín.
Los integrantes del comando visten overoles azul marino y llevan capuchas negras, guantes y chalecos militares con cartucheras. Además de los cuernos de chivo, los “muchachos” –como los llama la gente mayor del barrio– portan fusiles Steyr AUG y MP5. Dos de ellos, el que marcha al frente y el que vigila la retaguardia, empuñan pistolas Ruger 9 milímetros y miran todo a su alrededor.
Un joven que habla con otros muchachos en la pequeña terraza de su casa saluda al jefe del comando, el Coordinador A. Éste se le acerca y los dos se abrazan como si se conocieran desde hace tiempo y como si el joven supiera perfectamente quién es el encapuchado.
El jefe del comando indica que vamos a subir “al morro”, como llaman en Medellín a los cerros, para mostrarnos desde arriba, en una vista panorámica, los barrios que dominan Los Triana.
–Tenemos 25 barrios controlados, asegura.
En Medellín, cuna de poderosas organizaciones delictivas, como el Cártel de Medellín o La Oficina, Los Triana han mostrado una sorprendente habilidad para mantenerse como una banda autónoma y neutral en todas las guerras que han librado los grupos del crimen organizado de la ciudad.
–Nosotros –explica el Coordinador A– hemos tenido nuestras propias guerras con otros “combos” (pandillas), pero son guerras nuestras, no de otros.
Cuestión de honor
Con un ejército que sus voceros estiman de unos 2 mil hombres y que es respetado por sus pares del bajo mundo debido a su arrojo en las batallas territoriales, la organización fundada hace 31 años por Elkin Triana tiene presencia en toda la franja nororiental del área metropolitana de Medellín, en el colindante municipio de Bello y en el corregimiento San Antonio de Prado.
Los Triana nació como banda delictiva en 1997, pero tuvo sus orígenes en los días azarosos que debió vivir Elkin a principios de esa década, cuando una violenta pandilla del sector La Germania asesinó a su madre, a su tío y a una hermanita de 11 años a quien, además, violaron. Sobre los cadáveres, los pandilleros dejaron vivo a su medio hermano, entonces de tres meses. Saldar esa cuenta se convirtió en una cuestión de honor.
Eran las épocas de mayor violencia en Medellín, y Elkin organizó en torno a su familia un grupo armado para enfrentar a sus enemigos de La Germania, a quienes a la postre derrotó. Luego libró una guerra con las milicias urbanas del Ejército de Liberación Nacional (ELN), a las que en seis meses de batallas expulsó del sector.
–Fue ahí cuando Elkin comenzó a formar lo que él llamó Los Triana –recuerda el Coordinador A–. Los milicianos entraban matando a todo mundo, a quien se atravesara. Fue una época muy dura.
–Las milicias tenían un discurso revolucionario y decían que luchaban por el pueblo –se le recuerda.
–Esas son mentiras, porque nosotros, que vivimos los atropellos de las milicias, sabemos que en ningún momento trabajaron para la comunidad.
–¿Qué atropellos cometían?
–Violaciones, hurtos, homicidios, feminicidios…
Las milicias urbanas de Medellín nacieron en las comunas como respaldo a las guerrillas rurales, pero algunas facciones sufrieron en los noventa un proceso de degradación ideológica y de mutación criminal. Muchos de esos grupos acabaron por escindirse del ELN y de otras guerrillas, como el Ejército Popular de Liberación y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y por actuar como bandas delictivas.
Por medio de uno de sus abogados, Elkin Triana dice a Proceso que, al principio, él admiraba a las milicias, pero que cuando algunas células comenzaron a abusar de la gente de su barrio optó por enfrentarlas.
–¿Y es cierto que Los Triana no han perdido una sola guerra? –le preguntamos al Coordinador A.
–Hasta ahora no –asegura–, porque aquí estamos todos. Faltan los que están en las cárceles, pero aquí estamos todos. Que hemos tenido bajas, como todo mundo, sí, pero estamos en nuestros barrios y los tenemos todavía.
Elkin Triana, El Patrón, fue capturado en 1999 por cargos de homicidio, concierto para delinquir, desplazamiento forzado y extorsión, pero no todos los delitos se le pudieron probar y salió libre 11 años y medio después, en enero de 2011, tras lo cual, según afirma, se retiró de las actividades ilícitas.
La organización ha tenido otros jefes, como el hermano de Elkin, John Fredy Triana, El Gordo; y el primo de ambos, Carlos Mario Triana, Mario Chiquito, hombre de baja estatura con fama de aguerrido y de estar siempre dispuesto a pelear a puño limpio con el que sea.
En abril pasado Mario Chiquito fue detenido por la policía, acusado de concierto para delinquir. Iba desarmado y solo, en un taxi, por un barrio del oriente de Medellín. Fueron necesarios ocho uniformados para someterlo. En la cárcel los custodios le temen.
El Coordinador A dice que tras la captura de Mario Chiquito, la cúpula de la organización, integrada por 15 personas, eligió a otro jefe cuya identidad jamás revelaría. Asegura que en el mundo criminal en el que él se mueve la confianza es “fundamental” y que una traición se paga “rotundamente” con la vida.
El camino a la cima de “el morro” se hace más angosto en la medida en que se avanza. Cuando la calle se acaba, aparecen unas escaleras que por tramos se convierten en un lodazal. A los lados hay casas desvencijadas que se deben alumbrar con las linternas de los celulares para apreciar toda su fragilidad. La gente, allí, vive a oscuras.
El Coordinador Z se detiene en una de las viviendas. Toca la puerta pero nadie abre.
–Aquí vive un reciclador (de basura) con tres niños –explica mientras abre la puerta, que está amarrada con un mecate, y muestra un espacio de dos metros cuadrados con un camastro y algunos triques rescatados de la basura–. Esto es pobreza extrema, esto es inhumano.
El coordinador, que en todo momento empuña el fusil en la mano derecha, pide que lo sigamos por el camino, al borde de una cañada del cerro, y avanza hasta un punto en el que se observa abajo la ciudad iluminada. Dice que ese es un punto estratégico para defender sus dominios.
–¿Ustedes hacen vigilancia desde aquí? –le preguntamos.
–Totalmente. Esta es una de las partes que nosotros más cuidamos. Esa parte que ve allá, hacia arriba –señala apuntando con el índice– ya es territorio de otra organización. Las fronteras se cuidan mucho.
La casa de seguridad
Subir en vehículo hasta el punto donde estaba el comando de Los Triana tomó una media hora. Desde el principio hasta el fin de la ruta, ellos monitorearon con sus “campaneros” o “halcones” el desplazamiento del automóvil, cuyo trayecto fue guiado por un joven en motocicleta.
Los Triana nunca habían hablado con un medio. Aceptaron recibir conjuntamente a Proceso, el portal Análisis Urbano, de Medellín, y el canal nacional City TV.
El barrio es una fortaleza natural. Sus calles, además de estrechas, están llenas de obstáculos inesperados que impiden una circulación fluida. Mucha gente camina por ellas, hay puestos de comida, bultos con escombros y decenas de vehículos particulares estacionados en la vía.
Nadie que no pertenezca al sector puede pasar por ahí sin que le surjan barreras que forman parte del protocolo de seguridad de Los Triana, desde una vagoneta mal estacionada hasta una bocacalle cerrada por un enjambre de motos. Es imposible imaginar una incursión policiaca sin que los jefes de la organización la detecten con la antelación suficiente como para huir del barrio sin demasiadas prisas.
La casa de seguridad de Los Triana está ubicada en un sector especialmente intrincado al que llegamos caminando, porque en algún momento la calle se acabó.
Dentro de la vivienda están el Coordinador A, el Coordinador Z y varios hombres que también portan fusiles. Todos usan capuchas, lentes oscuros y guantes. A señas, hacen pasar a los reporteros y los guían a una de las habitaciones.
Allí hay tres sillas de plástico en las que se instalan los dos coordinadores y un tercer hombre. Otros dos se sitúan a los costados, de pie, con sus fusiles en bandolera. La pared que queda atrás de ellos está cubierta con una gran lona de camuflaje militar.
Es la primera vez que dan una entrevista y están inquietos, sobre todo cuando las cámaras los graban. Ellos comienzan por deslindarse de La Oficina, la organización delictiva que fundó Pablo Escobar en los noventa como brazo armado del Cártel de Medellín y la cual congrega a la gran mayoría de bandas criminales que operan en ciudad.
–Los Triana no pertenecemos a La Oficina –dice el Coordinador A–. Nosotros, con lo poquito que tenemos en nuestras comunidades, con eso vivimos bien y estamos bien.
–¿Y La Oficina por qué ha respetado sus territorios? –se le pregunta.
–Porque los hemos hecho respetar.
–¿Con las armas?
–Sí. Por eso La Oficina sabe que nunca vamos a trabajar para ellos.
Además de las armas, Los Triana dicen haber usado la diplomacia para mantener su independencia y defender su neutralidad en las guerras que han protagonizado diferentes facciones de La Oficina durante casi cuatro décadas. Nunca han aceptado las ofertas de los bandos en disputa para sumarse a su causa.
–¿Cuál es la clave de Los Triana para haber subsistido a tantas guerras y para seguir manejando sus territorios?
–La organización interna –responde el vocero–, aquí existe una jerarquía que respetan desde el más pequeño hasta el más grande, y eso es lo que nos ha ayudado a estar firmes en todas estas guerras que hemos vivido aquí en Medellín. Nosotros no atacamos a nadie, pero si nos vienen a atacar, obviamente nos toca defendernos.
Crimen, pobreza y empresa
El Coordinador A señala que Los Triana viven del microtráfico, de los “pagadiario” (los créditos gota a gota que Colombia ha exportado a varios países de Latinoamérica), de la venta de servicios de seguridad a las comunidades donde están presentes y de cooperativas legales que prestan diferentes servicios, entre otros de aseo en la vía pública y lavado de autos.
La venta de seguridad en los barrios, asegura, “no es ‘vacuna’ ni extorsión” porque “no obligamos a la gente a que nos pague, sino que nos colabora quien nos quiera colaborar”.
Las autoridades los acusan de monopolizar en sus barrios la distribución de productos como huevo, leche, gas, arepas (las tortillas colombianas); de usurpar lotes, de causar desplazamiento de personas y de extorsionar a los comerciantes.
Ellos niegan esos delitos, aunque reconocen que venden en sus “plazas de vicio” mariguana, basuco (droga elaborada con residuos de cocaína) y “perico” (cocaína). Y más que como un ejército, se asumen como una corporación privada dedicada a las rentas criminales.
–Nosotros –dice el Coordinador A– podemos ser una empresa del crimen organizado.
No es extraño que las comunidades con las que conviven los observen como una empresa que da trabajo a los jóvenes. Con los altos niveles de desempleo juvenil en Latinoamérica, las organizaciones criminales son una opción en muchas zonas de la región. El Coordinador A incluso plantea que el crimen es un fenómeno que responde a la pobreza.
Los Triana, como empresa criminal, emplean a cientos de jóvenes que reciben sueldos fijos cada semana, al igual que los mandos medios y altos.
Un coordinador, que puede tener entre 20 y 40 hombres a su mando, gana entre 300 mil y 500 mil pesos colombianos por semana (entre 100 y 160 dólares), y un joven que está comenzando, unos 50 dólares semanales.
Los alrededor de 400 reclusos que Los Triana, según sus cálculos, tienen en diferentes prisiones de Colombia, también reciben un sueldo fijo para sus gastos en las cárceles y la manutención de sus familias. Unos y otros reciben aguinaldos en diciembre.
De acuerdo con el vocero, en los barrios donde desarrollan sus negocios ilícitos Los Triana llenan “vacíos que deja el Estado”.
–¿Y cómo hacen eso? –le preguntamos.
–Tenemos barrios donde abunda la pobreza, donde el gobierno ha dejado mucha gente en el olvido, gente que vive en casas que están al borde de quebradas, gente que a veces no tiene con qué alimentar a su familia. Nosotros no les damos mucho, les colaboramos con unos mercados (alimentos) cada mes y con medicinas, cuando no tienen con qué comprarlas.
–¿Eso es como una ayuda fija que dan?
–Digamos que sí. No a todo el mundo, porque obviamente no tenemos para todo el mundo, pero a los más necesitados sí les brindamos un subsidio.
Una mujer con la que hablamos afirma que Los Triana brindan seguridad. “Aquí no hay violaciones ni robos”, asegura.
La fiscal especial contra las Organizaciones Criminales, Claudia Carrasquilla, rechaza que Los Triana cumplan una función social en los barrios donde tienen presencia y dice que lo que hacen es convivir con las comunidades en el marco de sus actividades ilegales.
“Los Triana ahora no pueden venir a presentarse como los Robin Hood de 2018. Son delincuentes, como muchos otros delincuentes de la ciudad de Medellín. Y no es cierto que haya un abandono del Estado, el Estado está presente en todos los barrios”, asegura la fiscal.
Los habitantes de Medellín consideran a Los Triana una de las bandas más antiguas y violentas de la ciudad. Generan temor, pero, según dicen sus voceros, en las comunidades donde están presentes han construido una base social.
El error de Elkin
En marzo pasado Elkin Triana fue detenido bajo el cargo de concierto para delinquir. Él sostiene que, desde que recuperó su libertad, hace siete años, lleva una vida tranquila y alejada de cualquier actividad delictiva.
“Pagué la condena porque tuve mis errores”, asegura en una comunicación que hace llegar a este semanario por medio de sus abogados.
“Si el delito mío fue, o el error mío fue salir y no pedirle perdón a la sociedad y a la gente, más que todo de los barrios donde estuve, se los pido”, asegura.
Sostiene que, si bien se retiró, él fundó Los Triana y la banda sigue activa. “No hice nada por desarticularla. Como yo la fundé, pude haber ayudado a eso y no lo hice”, reconoce.
En su defensa, señala que ni siquiera vivía en Medellín y que su captura, en marzo pasado, se produjo en una finca que había alquilado en Amagá, un municipio cercano a esa ciudad.
El comandante de la Policía Metropolitana de Medellín, general Óscar Gómez, aseguró que el inmueble donde Elkin Triana fue capturado tenía puertas blindadas, circuito cerrado de televisión, piscina y animales exóticos.
Las autoridades judiciales, que valuaron la propiedad en 3.3 millones de dólares, están convencidas de que Elkin Triana seguía lucrando con las rentas criminales. El proceso penal está en marcha y aún no hay sentencia. Él espera salir absuelto.
El Coordinador A de Los Triana dice que la organización está decidida a participar en un eventual proceso de paz que involucre a todas las organizaciones delictivas de Medellín y que prevea rebajas de penas para quienes se entreguen a la justicia, confiesen sus crímenes y reparen a sus víctimas.
“Nosotros”, asegura, “estamos dispuestos a participar, pero si nos brindan unos beneficios para nuestra comunidad. No serviría de nada que nosotros entremos a un plan de paz y las autoridades y el gobierno se olviden otra vez de nuestros barrios.”
Este reportaje se publicó el 7 de octubre de 2018 en la edición 2188 de la revista Proceso.