'La muerte de Stalin”: la farsa de la política

sábado, 13 de octubre de 2018 · 15:01
MONTERREY, N.L. (apro).- Transcurre 1953. La Unión Soviética vive bajo el terror de su líder máximo Josef Stalin, jefe del Partido Comunista y del Consejo de Ministros. Al morir, por un síncope repentino, sus principales colaboradores se disputan a muerte (literalmente), el honor para sucederlo como el todo poderoso, en el país más grande del planeta. El director y coguionista Armando Iannucci arma, en base a un drama, una comedia que alcanza niveles de genialidad, al reinterpretar en La muerte de Stalin (The death of Stalin, 2018) pasajes reales de la Historia Universal, convirtiéndolos en una charada. El retrato de la época es impecable. Además del bien elaborado trabajo de arte, presenta una precisa sensación de asfixiante paranoia dentro de un régimen totalitario, guiado por una persona que es retratada como un monstruo inmisericorde, que a diario entrega listas de personas que deben ser asesinadas, desterradas, encarceladas. Desde el principio se establece el tono de farsa. En un escenario colorido y lejano, como la URSS, los personajes hablan inglés y el casting es bastante anglo: Jeffrey Tambor, Steve Buscemi, Jason Isaacs, Michael Palin, Simon Rusell Beale, Paddy Considine. Además, son presentados como payasos, bufones, frívolos y mordaces todos esos grandes nombres que aparecen en los libros de historia: Stalin, Khrushev, Beria, Malenkov, Molotov, Zhukov. https://www.youtube.com/watch?time_continue=2&v=1SBQP_zWcuI Con base a un libro cómico francés, el realizador británico crea un guión que es al mismo tiempo ácido y culto. Los personajes no se toman nada en serio, ni siquiera los homicidios en masa, las purgas mortales del jefe supremo. Sin embargo, es asombrosa la precisión de las referencias a esos acontecimientos, pues se toman como base episodios de un momento terrible para la humanidad, que fueron protagonizados por un puñado de hombres que le dieron curso al futuro del planeta. Stalin ha fallecido y con él termina una época oscura del colosal régimen soviético. Los integrantes de su primer círculo de colaboradores conspiran, como buitres, mientras cargan el lujoso féretro. En el colmo de la indecencia, cuchichean sin asomo de vergüenza afinando el plan que deben seguir para eliminar a los enemigos del estado, que se encuentran en el mismo cortejo. Los diálogos inventados, hechos con el humor refinado de una pluma maestra, hacen suponer que la sucesión en el Kremlin se ha convertido en una grotesca pesadilla, carente, por completo, de solemnidad. En el absurdo, algunos prohombres son retratados como peleles, y los más sanguinarios funcionarios del servicio secreto y del estado, parecen tipos que se divierten ordenando ejecuciones. En el centro de la película se encuentran las intrigas. En el transcurso de las horas de luto posteriores al deceso, todos los personajes intercambian conjeturas y se asocian, para sobrevivir y atajar las aspiraciones de los otros. Se encuentran en el centro de la toma de decisiones. De ellos dependen vidas de millones, aunque se comportan como parásitos privilegiados, que desprecian la vida del pueblo, al que ven solo como un vehículo para su propia prosperidad. La muerte de Stalin es, al final, el retrato de una era convulsa ocurrida hace más de medio siglo pero que, por el ingenio del realizador, es presentada como una película fresca, que tiene resonancias en la actualidad. El mundo siempre disfruta la muerte de los tiranos, y goza cuando son ridiculizados. Y desde entonces, hasta ahora, los políticos no han cambiado mucho: siguen siendo inescrupulosos, sanguinarios y tontos. Es una gran farsa, sin tiempo, sobre el poder y sus ambiciosos detentadores.

Comentarios