Lo que espero del nuevo gobierno

sábado, 8 de diciembre de 2018 · 09:40
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Estoy en medio de amistades cuyo optimismo ante el futuro gobierno contrasta brutalmente con el pesimismo de otros amigos. Escucho tanto críticas feroces, especialmente dirigidas a decisiones polémicas que se han anunciado recientemente, como elogios por ciertas designaciones que dan confianza. Al leer simultáneamente ciertas preocupaciones y entusiasmos he ido cambiando poco a poco de opinión, pues comparto algunas opiniones de los dos lados. Esto me trae a cuento el epígrafe con el cual abre el libro Cuando los hechos cambian de Tony Judt. El título de esta colección de sus textos retoma parcialmente una frase atribuida a Keynes, que viene completa en la primera página: “Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Usted qué hace, señor?”. La sencilla y profunda idea de que cuando cambian los hechos hay un cambio de perspectiva nos la podemos aplicar a nosotros mismos, al presidente electo (que no ve las cosas igual que cuando era candidato) y también a quienes votaron por él, y que ante sus cambios de opinión también cambian de opinión. Desde ese encuadre de cómo cambian nuestras expectativas y nuestras opiniones, he cambiado lo que esperaba antes de las elecciones y lo que espero ahora. La antropóloga feminista Rita Laura Segato, una de las mentes más lúcidas del feminismo latinoamericano, acaba de publicar un análisis crítico de los problemas que se dieron en los gobiernos progresistas de Lula y de Dilma Roussef, y su lectura me hizo reflexionar sobre lo que espero de nuestro próximo gobierno. Segato, que ha vivido muchísimos años en Brasil, reflexiona sobre las razones que podrían explicar el golpe brutal que significa el triunfo de Bolsonaro. Ella discrepa de las interpretaciones que hablan de “un pueblo burro”, y aunque reconoce la posibilidad de que hubiera cierta manipulación de las conciencias, intenta analizar qué significa esa votación que parece absurda y conlleva múltiples peligros para los propios votantes. Varias equivocaciones políticas produjeron un resentimiento tal que impulsó a muchísima gente a votar en contra del PT. Segato desgrana ciertos acontecimientos clave en el proceso de descomposición política del PT, para plantear que éste abandonó su proyecto de transformación política de la sociedad y se concentró en un proyecto para mantener el poder. En especial, ella destaca que no hubo interés por promover un auténtico debate político en profundidad, así como por alentar la reflexión crítica en todos los espacios de la sociedad. Lamenta la decisión de varios líderes del PT de adaptarse a un paradigma político con bajo perfil doctrinario, lo que acabó volviendo frágiles las instituciones democráticas y tuvo consecuencias “desastrosas”. Además, al abandonar la transparencia y total democratismo que había caracterizado al PT en sus métodos de toma de decisiones al interior y exterior del partido, se resbaló a “decisiones en petit comité y un personalismo extremo”. La antropóloga describe la mutación de un PT vital y político, que se fue cerrando y no quiso oír las disidencias mínimas que fueron surgiendo. “No hubo más pluralismo ni debate de ideas al interior del partido”, lamenta Segato. Resumo su crítica en que cancelar el debate y hacer aliados circunstanciales para garantizar “la acumulación de fuerza” no respeta el pluralismo ni estimula la reflexión política, y una democracia que no es pluralista simplemente es, como ella bien señala, “una dictadura de la mayoría”. Segato apunta que, si el objetivo es “reorientar la historia hacia un futuro de mejor vida para más personas”, esto no se logra solamente con la toma del Estado y la fuerza de la mayoría; es indispensable la transformación de la propia sociedad. Y afirma: “Es en la sociedad donde cambia la vida, no en el Estado”. Y encuentra que el gran error, lo que ha fallado, es que “no se trabajó en la conciencia colectiva, no se cambió a la gente, a pesar de que se mejoró la vida de las mayorías”. Este señalamiento coincide con el de Judt y con los de muchas otras personas, acerca de que la autocrítica y el reconocimiento de los errores son la única garantía para poder avanzar hacia “una sociedad de mayor bienestar para más personas”. Los hechos han cambiado, y además de que cambiarán las opiniones, ¿también lo harán las prácticas? La autocrítica de quienes toman decisiones en el gobierno representa la posibilidad de profundizar los procesos políticos, en el sentido que señaló hace tiempo ­Hannah Arendt, como la capacidad de dialogar y persuadir, totalmente opuesta al totalitarismo y la violencia. Eso es lo que espero del nuevo gobierno. No espero soluciones mágicas ni transformaciones veloces. Mi esperanza se centra en algo mucho más acotado y realizable: espero que el nuevo presidente y sus funcionarios escuchen, hagan autocrítica y asuman sus errores (todos los seres humanos nos equivocamos, y ellos no van a ser la excepción). También espero que alienten el debate público y la crítica, y tengo la esperanza de que todo ello favorezca un proceso que impulse una mayor politización de la sociedad. No bastan las buenas ideas ni las buenas intenciones. Hace falta ampliar y profundizar el debate político. Este análisis se publicó el 2 de diciembre de 2018 en la edición 2196 de la revista Proceso.

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