Las residencias veraniegas de los presidentes, en la opacidad

miércoles, 26 de diciembre de 2018 · 09:28
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Los presidentes de la República y sus familias disfrutaron de varias quintas majestuosas que, además de la residencia oficial de Los Pinos y el Palacio Nacional, les permitían practicar lúdicas actividades a cargo del erario, en condiciones que hasta ahora no se han transparentado. Al menos cinco mansiones fueron empleadas por los mandatarios y, si bien se sabe que su mantenimiento y vigilancia estaban a cargo del Estado Mayor Presidencial, a diferencia de las tres casas de Los Pinos éstas no han sido abiertas al público y se desconoce su origen, función y costo. El pasado jueves 20, el presidente Andrés Manuel López Obrador mencionó sólo dos, una en Acapulco y otra en Cozumel. No ofreció detalles sobre ellas, aunque anticipó que no las visitaría. De acuerdo con los registros obtenidos por Proceso mediante solicitudes de información, las propiedades a las que se refirió el mandatario son la Quinta Guerrero, en Acapulco, y la Quinta Maya, en Cozumel, ambas correspondientes a los inventarios de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). Pero además el Ejército posee la Quinta Allende, en San Miguel de Allende, también al servicio del presidente. Y hay otra finca presidencial en la costera Miguel Alemán, de Acapulco, que es propiedad de la Secretaría de Marina (Semar). En tanto, la Oficina de la Presidencia de la República cuenta con otra, que lleva por nombre Quinta Soledad Orozco, en el rancho La Herradura, en Huixquilucan, Estado de México, la cual –por su ubicación y majestuosidad– es equiparable al estadunidense Camp David. El 2 de mayo de 2017 este semanario solicitó a la Oficina de la Presidencia de la República, la Sedena y la Semar información sobre las casas residenciales, quintas, fincas o cualquier bien inmueble cuyo objeto fuera el usufructo del presidente de la República. Además se solicitó el inventario de muebles, incluyendo obras de arte, que formaran parte del menaje de las casas o que estuvieran ahí por comodato, préstamo o algún instrumento jurídico similar. También se pidieron las bitácoras para saber quiénes solían hacer uso de las mansiones y en qué fechas, entre otros datos que permiten al menos una aproximación a las estancias presidenciales. Los orígenes Con un pasado conservador, la hacienda La Hormiga, antecedente de Los Pinos, fue la principal fuente de sustento para José Pablo Martínez del Río, el médico y empresario panameño que, asentado en México desde los años treinta del siglo XIX, encabezó al grupo de mexicanos que coronó a Maximiliano de Habsburgo. Al servicio del aristócrata austriaco, Martínez del Río participaba en una diligencia diplomática y fuera del país lo sorprendió la restauración de la República, que lo despojaría temporalmente de la hacienda de La Hormiga, que se le regresó tiempo después y conservarían sus sucesores. En 1924 Álvaro Obregón mandó comprar la hacienda, colindante con el bosque de Chapultepec, en un atropellado proceso que incluyó primero una promesa de pago: 886 mil 472 pesos, que además se realizaría en varias exhibiciones, de acuerdo con la escritura del notario José de Jesús Arce, fechada el 31 de diciembre de ese año. Sin embargo, algo pasó que el secretario de Hacienda no pudo cumplir, por lo que, en un acuerdo posterior al que ordenaba la compra del rancho La Hormiga, Obregón autorizó la subasta de bienes inmuebles que no fueran de servicio público a fin de amortizar las deudas del gobierno. Entonces, a cambio de La Hormiga, se le pagó a la sucesión de Martínez del Río con el que fuera el Hospicio de Pobres, un imponente complejo que se ubicaba en la esquina que hoy es la de Viaducto y Tlalpan, donde actualmente hay un cuartel de Guardias Presidenciales. Una década después Lázaro Cárdenas decidió vivir en el rancho y la casa de La Hormiga y abandonar el Castillo de Chapultepec, por considerar que éste era demasiado y para que el pueblo pudiera conocerlo, según expuso cuando lo mandó convertir en museo, en un acto idéntico al de López Obrador –declarado admirador de Cárdenas– respecto de Los Pinos, nombre que se le impuso a la finca por capricho del general, que recordaba así el lugar donde conoció a su esposa en Michoacán. Su sucesor, Manuel Ávila Camacho, adquiriría el antiguo rancho La Herradura, y le impuso el nombre de su esposa: Quinta Soledad Orozco. Es una mansión en Huixquilucan que los herederos de ese expresidente litigan al gobierno. La solicitud de información realizada a la Oficina de la Presidencia de la República no contempló los datos de esa finca y no se le entregó la escritura, como sí pasó con la exhacienda de La Hormiga. Pero fue en otra solicitud (folio 0210000037317), realizada el mismo 2 de mayo de 2017, cuando se identificó que en los inventarios de la Presidencia relativos a la residencia oficial de Los Pinos, surgieron 481 objetos domésticos asignados a la Quinta Soledad Orozco. En agosto pasado el diario Reforma dio a conocer que la casa estaba en donación y que la viuda de Ávila Camacho, Soledad Orozco, la había cedido en 1997 con el propósito explícito de que ahí pernoctaran dignatarios extranjeros, pero que la Presidencia había incumplido el contrato y la casona se usaba incluso para fiestas del presidente Felipe Calderón. El diario calculó en más de mil millones de pesos sólo el valor del terreno y 63 obras de arte, así como mil 390 accesorios decorativos en 75.5 millones de pesos. En los inventarios obtenidos de la Oficina de la Presidencia no existe esa abundancia de registros. En tanto, la quinta de San Miguel de Allende, la segunda mansión de la Quinta Guerrero y la Quinta Maya tienen origen desconocido, pues la Sedena no aportó registro documental de esos inmuebles. Tampoco lo hay sobre las casas que podrían ubicarse en Ixtapa, Guerrero; Huatulco, Oaxaca, y Punta Mita, Nayarit, donde existen antecedentes de pernoctas frecuentes del presidente Felipe Calderón en las primeras dos, y de Enrique Peña Nieto en la tercera, precedidos por amplísimos despliegues del Estado Mayor que hasta ahora son una incógnita. Este texto se publicó el 23 de diciembre de 2018 en la edición 2199 de la revista Proceso.

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