El periodismo ante AMLO "obligado a verificar si sus ofertas se cumplen": Álvaro Delgado

viernes, 8 de marzo de 2019 · 20:45
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El periodista Álvaro Delgado llamó al presidente Andrés Manuel López Obrador a "romper con la tradicional relación entre el poder público y los medios de comunicación cimentada en el dinero público y las complicidades". Y definió que "el periodismo ante López Obrador, ahora como siempre, está llamado a verificar si las ofertas se cumplen mediante el riguroso escrutinio que tanto exaspera al poder de cualquier signo". Delgado, próximo a cumplir 25 años como reportero de la revista Proceso pronunció un conmovedor discurso este viernes luego de recibir el premio Carlos Terrés que otorga el Centro Universitario de los Lagos de la Universidad de Guadalajara, mismo que a continuación se reproduce: Doctor Aristarco Regalado, rector del Centro Universitario de los Lagos. Miembros del Jurado del Galardón Carlos Terrés Gracias por esta distinción. Improvisé unas palabras. “Nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya”, dice Séneca, filósofo y político romano. Pero si además de suya es grande --agrego yo--, el amor es por partida doble. Y este es el caso: Lagos de Moreno, en cuya zona rural nací hace poco más de medio siglo –en un ejido fundado por mi abuelo--, es no sólo mi patria, sino mi patria con su grandeza. Debo decir por qué en esta institución, el Centro Universitario de los Lagos, cuya generosidad me conmueve: Es laguense el precursor de la Independencia de México Francisco Primo de Verdad y Ramos, apresado y muerto como síndico de la Ciudad de México después de expresar, ante el poder colonial, que “la soberanía reside en el pueblo”, y esta lucha de emancipación ante España no se explica sin Pedro Moreno y su familia, que mantuvieron la resistencia en el Fuerte del Sombrero, cerquita de donde nací. Tan definitiva fue la participación de laguenses en la guerra de Independencia, con muchos fusilados y muertos en combate, que, cuando aquí estuvo el virrey Félix María Calleja y se enteró que los impresos de la excomunión de Miguel Hidalgo habían sido arrancados, expresó enfurecido: “No economizaré los castigos para reprender a quienes se hagan culpables de tal delito. Este es un pueblo que debiera ser incendiado por obstinado”. En la guerra de Reforma, aquí se instaló transitoriamente la República personificada en Benito Juárez y aquí también se quedó –por dos meses-- el conservador Miguel Miramón, que en su calidad de presidente de la República inauguró el famosísimo puente “que se pasa por arriba”. Quién sabe por qué, pero Lagos goza de una rica tradición literaria y poética: De aquí es el educador liberal José Rosas Moreno, el mayor fabulista de México, y de aquí es también el escritor de Jalisco de mayor proyección mundial, Mariano Azuela, un intelectual de pensamiento y acción, padre de la Novela de la Revolución Mexicana, a cuyos protagonistas retrata en su heroísmo y en su degradación. Laguenses son otros extraordinarios humanistas, como Carlos González Peña, escritor y miembro de la Academia de la Lengua; el historiador Agustín Rivera y Sanromán; la mundialmente conocida fotógrafa Dolores Álvarez Bravo y, claro, Alfonso de Alba, autor de El alcalde de Lagos y otras consejas, que es ya un libro clásico. Laguenses son los poetas José Becerra, Antonio Moreno y Oviedo y, uno inmenso, Francisco González León, el médico que en la revista que dirigía, Calendas, publicó por primera vez el poema “Elogio a Fuensanta”, del zacatecano Ramón López Velarde, el poeta de la patria que era de aquí frecuente visitante. Laguenses son, además, otros hombres de letras más próximos en el tiempo, como el poeta Hugo Gutiérrez Vega, exrector de la Universidad Autónoma de Querétaro, líder juvenil del PAN y director, hasta su muerte, de La Jornada Semanal, y el joven Juan Pablo Villalobos, novelista de reputación mundial. Hablo de Lagos como mi patria porque, etimológicamente, patria es la “tierra de los padres”: Y aquí nació mi padre, quien hace 69 días partió a lo eterno, y mi madre, aquí presente, a quienes dedico este reconocimiento que me hace, en mi patria, la Universidad de Guadalajara. Aun sin haber sido jamás su alumno ni su profesor, esta institución ha sido siempre generosa conmigo: En 2003, acogió la presentación de mi primer libro, El Yunque, la ultraderecha en el poder, por el que recibí el Premio Nacional de Periodismo, ambos en el mismo sitio: El Paraninfo Enrique Díaz de León. En ese lugar, también, tuvo lugar la ceremonia del doctorado honoris causa a Julio Scherer García, fundador del semanario Proceso y mi maestro más entrañable en el periodismo. Hoy, el Centro Universitario de Lagos de la Universidad de Guadalajara me entrega el “Premio Carlos Terrés”, que recibo con respeto y gratitud, no sólo por lo que a mí me otorga ahora, sino por lo mucho que ha transformado a esta región para bien. Pero la universidad tampoco lo puede todo. Además de educación, hacen falta políticas públicas consistentes para acabar de raíz con un mal de esta tierra: La expulsión de lo mejor que tiene, su gente. Lo sé de cierto: Tenía yo dos meses de edad cuando mi padre, José Natividad Delgado González, emprendió un viaje para cruzar el desierto de Yuma y entrar, como tantos mexicanos, a Estados Unidos. No iba, como no van hoy tantos compatriotas, por el “sueño americano”, ese cliché aberrante, sino por conseguir allá lo que aquí, como ahora, se le niega: Sustento para la familia. Volvió mi padre a sus tierras flacas, como define al campo infecundo el escritor jalisciense Agustín Yáñez, sólo para emprender un viaje definitivo en mi vida y la de mi familia. Con mi hermano de cuatro años, de ocho meses mi hermana y yo de dos años y medio de edad, mis padres llegaron a la Ciudad de México sólo con nosotros mismos. Llegamos en agosto del convulso 68 mexicano, cuando arreciaba la represión del Estado contra las demandas juveniles de libertad y democracia. Mi padre tenía que caminar más de lo previsto, porque los estudiantes tomaban los autobuses para movilizarse. El movimiento libertario fue aplastado de la peor manera, con la masacre del 2 de octubre, pero no fue liquidado: Ahora que está en curso la conmemoración del 50 aniversario de esa gesta, queda claro que esta historia no la escribieron los vencedores. Pienso que soy producto de ese movimiento, porque mi educación, de primaria a la UNAM, ha sido en la escuela pública, pero solamente fue posible por el arrojo de mis padres al migrar para conseguir esa oportunidad, herencia invaluable. De mi padre no vi jamás un acto indigno, nunca tomó dinero ajeno y, dentro de las tantas insuficiencias, me enseñó con su ejemplo que todo bien se obtiene sólo con el trabajo propio. Los cimientos de mi vida los debo a mis padres, mis deformaciones de adulto y de periodista son sólo responsabilidad mía. Por mi propia historia nunca vacilé en mi decisión de ser periodista, con el objetivo, siempre, de pertenecer a Proceso. Nunca pensé que sería tan pronto ni que duraría tanto tiempo ahí que, en noviembre, cumplo 25 años como reportero orgulloso de serlo. ¿Qué es ser periodista? ¿Para qué ser periodista? En lo básico, es investigar, procesar y difundir asuntos de interés público, es decir, información que le concierne a las personas en comunidad. El periodista, como definió el periodista francés Gabriel Peri, es el historiador de lo inmediato. El buen periodismo es intrínsecamente transformador y, porque lesiona intereses, concita la furia del poder. Tiene razón Rodolfo Walsh: “El periodismo es libre o es una farsa”. Debemos tener claro todos, los periodistas y los no periodistas, lo que representa el periodismo ante el poder. En noviembre escribí, en mi columna semanal del diario El Heraldo de México, “Historia de lo inmediato”, una convicción que quiero aquí ratificar: El periodismo remueve, escudriña, examina, documenta y difunde el ejercicio del poder y sus excesos. El poder acota, burla y combate el escrutinio al que lo somete el periodismo, al que reprime y extermina si hace falta. El poder es control; el periodismo, libertad. Las naturalezas de ambos, contrapuestas, conviven en una tensa relación dialéctica en los regímenes democráticos; en las tiranías, el poder manda. El periodismo, para ser fiel a su naturaleza de servicio a la sociedad, tiene como condición la independencia. Sujeto al poder –político, económico, mediático, religioso, castrense, sindical--, el periodismo es débil y degrada a propaganda. Junto con la independencia, el periodismo tiene en el apego a la verdad otro de sus ejes rectores. Ajustarse a los hechos, aportar evidencias, es condición para construir la credibilidad a la que aspira todo medio y periodista. No es el fin del periodista confrontarse con el poder, un pleito desigual de suyo, pero la naturaleza de la profesión conduce al disenso, a la discrepancia, al choque. El poder debe enfrentarse sin alardes, pero con firmeza. Nada exaspera tanto al poder como la crítica, pero la salud de una democracia se mide, entre otras cosas, por la vigencia de los derechos constitucionales como la libertad de expresión y el derecho a la información, que a menudo el poder busca menoscabar. En democracia también el periodismo y los medios de comunicación, no sólo el poder, están --estamos-- sujetos al escrutinio. Pero es la sociedad, no el poder, la que con su vigilancia premia y castiga. Hace casi cien días, cuando inició el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, México emprendió una nueva etapa en la relación poder público-medios de comunicación. Como en tantas cosas, en esta asignatura priva la falta de certeza. En lo que no puede haber incertidumbre es en la convicción de lo que somos los periodistas y los políticos que detentan el poder público y que, como decía Julio Scherer García, fundador del semanario Proceso, son muy distintos: “La sangre del político no es igual a la sangre del periodista. Corren por venas distintas y alimentan organismos distintos. No hay manera de unir sus torrentes sin envenenarlos”. Pero también, decía, políticos y periodistas son especies que se repelen y se necesitan para vivir: “Los políticos trabajan para lo factible entre pugnas subterráneas; los periodistas trabajan para lo deseable hundidos en la realidad. Entre ellos el matrimonio es imposible, pero inevitable el amasiato”. Así como el presidente electo anuncia, como parte de su ofrecida “Cuarta Transformación”, que separará el poder político del poder económico, lo necesario y urgente es que también rompa con la tradicional relación entre el poder público y los medios de comunicación cimentada en el dinero público y las complicidades. No basta con enunciar virtudes, sino acreditarlas. El periodismo ante López Obrador, ahora como siempre, está llamado a verificar si las ofertas se cumplen mediante el riguroso escrutinio que tanto exaspera al poder de cualquier signo. Concluyo: En el periodismo, como en cualquier actividad, técnica es ética, que no es solamente honestidad, sino dominio de la profesión: Sin técnica, al arquitecto se le cae el edificio y al periodista se le derrumba la credibilidad, columna vertebral de su trabajo. Gracias a mi patria, Jalisco y Lagos, y gracias a esta inmensa institución de mi patria, la Universidad de Guadalajara, que materializa conmigo un adagio de José Martí: “Honrar, honra”.

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